INSULA

La poesía chilena desde Nicanor Parra hasta hoy
Número 791 . Noviembre 2012

 
 

Álvaro SALVADOR / La poesía chilena desde Nicanor Parra hasta hoy


 


Último galardonado del Premio Cervantes y del Premio Iberoamericano de Poesía Pablo Neruda, Nicanor Parra ha realizado una de las obras poéticas latinoamericanas más interesantes de nuestro tiempo. Este número monográfico constituye un acercamiento a algunas figuras destacadas de la poesía chilena actual (como Óscar Hahn, reciente ganador del Premio Nacional de Literatura, Omar Lara o David Rosenmann-Taub), sin olvidar la órbita de la poesía mapuche y con especial atención a la obra de Parra. Para cerrar el número, ofrecemos un muestrario de joven poesía chilena, realizado por el profesor Niall Binns.

Un acercamiento a la poesía chilena a partir de 1954

En 1950, Pablo Neruda publica Canto general, ambicioso proyecto hímnico que aspira a convertirse en la gran epopeya contemporánea del mundo americano, rebatiendo su historia oficial y emprendiendo una refundación mítica. En estos años, acaba de reintegrarse, tras un largo exilio, a la vida cultural chilena y disfruta de una serenidad que el continuo peregrinaje de los años le había negado. La situación de Chile, como la de otros países de América Latina, parece también más estable que en épocas precedentes. Tan solo tres años después, Neruda recibe el Premio Stalin de la Paz, muere el dictador soviético y el internacionalismo proletario sufre un profundo replanteamiento. Todo ello no es ajeno a la publicación en 1954 de las Odas elementales, libro que irrumpe en el panorama poético chileno con su extrema claridad (vol. I, 1164):

Sencillez, te pregunto,
me acompañaste siempre?
O te vuelvo a encontrar
en mi silla sentada?

Es también en 1954, año clave para el desarrollo de la poesía chilena y latinoamericana, cuando Nicanor Parra recopila su obra de la última década en un emblemático libro titulado Poemas y antipoemas, transformando para siempre la poesía culta en castellano. Ni profético ni sentimental ni aristocrático: el antipoeta creado por Parra representaba todo lo contrario. Representaba, de hecho, la poesía a la contra. Poemas y antipoemas era un libro coloquial y claro, pero además corrosivo en su ironía. Como ha señalado Niall Binns, una vez desentrañado su sentido oculto, la «Advertencia al lector» que lo encabeza puede ser leída como un «rechazo vehemente de los tres maestros de la poesía chilena y de la guerrilla literaria: Huidobro, Neruda y de Rokha» (1995, 90).

Dice Federico Schopf sobre las promociones chilenas de los sesenta que:

En la mayoría de estas proposiciones el experimentalismo, la desconfianza ante el lenguaje como medio expresivo y de conocimiento, la desacralización de la literatura y la mezcla de géneros literarios y otras artes, la fragmentación y discontinuidad del sujeto poético, la fracturación del discurso y la escritura —todas las características que cierta voluntad neovanguardista pretende como su diferencia, su novedad en el mercado— son parte constitutiva de sus obras y de su comprensión del trabajo poético y la escritura (2005, 16).

A partir de los años 70, en unos casos por evolución natural y en otros por acontecimientos traumáticos ajenos al desarrollo normativo de la poesía, la tradición de la ruptura, de la que hablara Octavio Paz, va decantándose en Chile como en el resto de Hispanoamérica hacia una poética esencialista muy en la línea de Los signos en rotación (1965) y La centena (1969).

El Golpe Militar de 1973 frustra en Chile un proyecto social y político en marcha. Para Naín Nómez, tanto tras el Golpe como durante la transición a la democracia, «se produjeron corrientes subterráneas, renovaciones, cambios de perspectivas temáticas y formales» (2005). Para Federico Schopf el poeta trabaja desde su posición de extraño, produce un estilo que representa «la alienación, la cosificación de los sentimientos y relaciones humanas, la explotación que amenaza con la catástrofe ecológica, la catástrofe corporal (sida), la catástrofe psíquica, que se extienden a su propio país en venta» (2005, 17). Explica Schopf con estas consideraciones las características de su propia generación, la llamada «generación dispersa», a la que pertenecen poetas como Óscar Hahn, Waldo Rojas o Gonzalo Millán, pero también otros autores más singulares, como el Raúl Zurita de Purgatorio (1979). Óscar Hahn escribe, por ejemplo, sobre el estado paranoico generado por la persecución y la violencia de Estado en poemas como «Canis familiaris»:

Llegará. Siempre llega. Siempre llega puntual
el sin cesar ladrido del perro funerario.
Entra por la ventana y repleta tu cuerpo
con puntiagudos ruidos.
Es una larga máquina de escribir, con cabezas
de perro como teclas. No te deja dormir
el tecleo canino de ese perro canalla.
El sin cesar ladrido del perro funerario
llegará. Siempre llega. Siempre llega puntual.

Respecto a Zurita puede decirse que ha continuado la tradición de la gran poesía épica chilena, no solo en Purgatorio (1979), que funciona como una crónica desesperada del exilio interior, sino también en Anteparaíso (1982). Poeta de amplios recursos, con oído y conocimientos retóricos, no ha desdeñado el desafío de apretar una vuelta más la tuerca de la neovanguardia. Junto con él, la corriente de la ruptura, fundamental entre finales de los años 70 y comienzos de los 80, estaría representada también por Juan Luis Martínez, Juan Cameron, Diego Maquieira, Rodrigo Lira, Carlos Cociña, Eugenia Brito o Gonzalo Muñoz, entre otros.

Nicanor Parra recupera, por una parte, cierta línea tradicional en libros como Cancionero sin nombre o La cueca larga, elaborados desde el neopopularismo, desde un lenguaje conversacional, casi dialectal, apoyado en la estructura estrófica, etc. Por otra, recupera la llamada tradición de la ruptura, esto es, la vanguardia en sus planteamientos más modernizadores: desacralización del arte, antirretoricismo, antiheroísmo del personaje poético, «antipoesía » en definitiva, como él mismo la llamó. Desde aquí, Parra abre un espacio que podríamos definir como auténticamente posmoderno, ya que desde él se revisita la tradición con ironía, reflexión y diálogo, en todas sus derivaciones, incluso las frecuentadas por los más jóvenes.

El magisterio de Parra, junto con el de otro poeta que se inserta en una tradición de fuertes raíces naturistas, Jorge Teillier, se aprecia en las últimas promociones poéticas chilenas. Javier Campos, José María Memet, Teresa Calderón, Esteban Navarro y Andrés Morales pueden señalarse como algunos de los más significativos. En Javier Campos podemos ver las preocupaciones que señalaba Federico Schopf para la generación intermedia o del setenta: la experiencia del exilio, la pérdida de los lares y los territorios originarios para descubrir la extranjeridad y, más tarde, lo que el propio Campos llama desexilio, el reencuentro después de mucho tiempo con la patria abandonada. Del poema «Los gatos» (2002) son los siguientes versos:

Castrados, los gatos recorren el universo de la casa,
escondidos durante las más insólitas horas del día
duermen casi sonámbulos de los fríos traicioneros
a sus oídos —verdaderos radares peludos— llegan lejanos ruidos
del misterioso universo, voces imperceptibles,
quizás señales de otras estrellas

El lenguaje de Campos es seco, directo, coloquial, heredero de la antipoesía parriana, pero intentando entroncarse con cierta manera de hacer, fragmentaria y minimalista, muy propia de la poesía norteamericana. Tanto Teresa Calderón como José María Memet continúan también, en cierto sentido, la línea abierta por Parra en lo referente a tono y recursos expresivos. Calderón, sin embargo, introduce una crítica ácida a lo establecido desde otro punto de vista: el de la mujer.

Por su parte, Naín Nómez señala la influencia de Neruda como icono cultural de los años 80 y 90. Durante este periodo «reaparecen las voces de Huidobro, Mistral y de Rokha, y se sacraliza la escritura de Gonzalo Rojas, Nicanor Parra, Enrique Lihn y Jorge Teillier. También se consolidan otros poetas que habían sido recurrentes, pero no permanentes en la tradición chilena: Miguel Arteche, Armando Uribe, Efraín Barquero » (2005). Junto con Millán o Rojas, irrumpen en el panorama nacional poetas como Manuel Silva Acevedo, Raúl Barrientos, Carmen Berenguer o Soledad Fariña. En una línea lúdica y coloquial se desarrolla la obra de Jorge Montealegre o Eduardo Llanos, mientras otros como Clemente Riedemann o Carlos Trujillo dialogan con la naturaleza y las culturas indígenas. Elicura Chihuailaf se eleva como el exponente de la poesía mapuche.

Atravesados desde la infancia por la dictadura, los poetas nacidos en los años 70 empezaron a publicar —como señala Niall Binns en el dosier que acompaña a este número— mientras autoridades y clases pudientes «celebraban (como siguen celebrando) el éxito económico del país, del buque estrella del neoliberalismo sudamericano». El consenso artificial de la transición dio por clausurada toda forma de discusión histórica, sentando las bases de la inserción del Chile desideologizado en la modernidad neoliberal. Pero la poesía no olvida. En su libro El emboscado (2002), escribe Francisco Véjar:

(...) Caminamos
sobre osamentas dispersas que han devuelto las olas del mar,
caminamos para abrir tantas puertas;
puertas de acero, puertas de madera, puertas invisibles,
—mudanza interior de la cual queremos desprendernos—
donde una palabra lleva todo lo que hemos
podido poseer.

Á. S. y E. M.—UNIVERSIDAD DE GRANADA


 
 
 
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