(*) El presente
texto es una versión en español de la laudatio pronunciada durante
la ceremonia de entrega del Österreichischen Staatspreis für
Europäische Literatur 2011 a Javier Marías, celebrada en el Stefan
Zweig Centre, Salzburgo, el 30 de julio de 2011.
En 1965, año en
que fue otorgado el primer Premio Estatal Austriaco de Literatura
Europea, a los catorce años de edad, Javier Marías escribió en un
día su primer relato publicado, «La vida y la muerte de Marcelino
Iturriaga». El narrador de aquella historia está muerto y es un
fantasma —prefigurando de tal modo varios personajes y temas
posteriores del autor—, y se encuentra en una situación
—su tumba, para ser exacto— desde la cual le agrada
observar la vida «porque es un sitio donde hay silencio» (Marías,
2000: 12). Seis años después, en 1971, es decir, hace cuarenta
años, Marías publicaría su primera novela, Los dominios del
lobo.
Éstos son los más
bien poco tímidos comienzos de un escritor que ha escrito once
novelas (traducidas a cuarenta y un idiomas y publicadas en
cincuenta y un países), incluyendo la epopéyica Tu rostro mañana
(tres volúmenes, 1.570 páginas), dos colecciones de relatos,
diecinueve volúmenes de ensayos, artículos, columnas, retratos
biográfi cos y otros textos, y, asimismo, numerosas traducciones de
obras de John Ashbery, W. H. Auden, Sir Thomas Browne, Joseph
Conrad, Isak Dinesen, Thomas Hardy, Laurence Sterne, Wallace
Stevens, Robert Louis Stevenson y William Butler Yeats, entre
otros. Y, en el entretanto, devino rey de Redonda, fundó su propia
editorial (Reino de Redonda), y fue elegido miembro de la Real
Academia Española. Fuentes fidedignas nos aseguran que será el
próximo ganador español del premio Nobel de Literatura.
Javier Marías es
el cuarto de cinco hijos de Dolores Franco y Julián Marías. Su
padre era escritor, filósofo, profesor, intelectual y una figura
que pocas veces se ha dado en España, como remarcó Paul Ingendaay a
propósito de su muerte: una persona de principios verdaderamente
recta, religioso pero a la vez políticamente progresista, que
desafortunadamente buscaba el centro en un período de polarización
política y ciega adhesión a partidos, y que era incapaz no solo de
exiliarse, debido a su hondo apego a su país, sino de cualquier
complicidad con la situación dominante durante el régimen de
Franco; como senador por designación real y a través de diálogos
con el rey Juan Carlos I y el presidente Adolfo Suárez contribuyó a
la prudente reforma y democratización de la sociedad española. Sus
hijos son conocidos en España como críticos de cine, historiadores
de arte, músicos y críticos de música y, en el caso de Javier
Marías, escritores (Ingendaay, 2005: 41).
Al escritor al que
han optado por honrar este año con el Premio de Literatura Europea
lo distingue una serie de virtudes literarias que lo convierte en
caso aparte en el mundo de las letras españolas y, asimismo,
europeas. Muchas de las novelas de Javier Marías son verdaderas
obras de arte, si nos atenemos a la conocida definición que Walter
Benjamin invocó con respecto a À la Recherche du temps perdu,
cuando apuntó que se ha observado con razón que todas las grandes
obras literarias inventan o disuelven un género existente, es
decir, son casos excepcionales (Benjamin, 1999: 197). Como en la
obra de Proust, en la de Marías, desde la estructura que aúna fi
cción, autobiografía y comentario, hasta la sintaxis de oraciones
sin orillas (el Nilo del lenguaje, en la metáfora de Benjamin, que
se desborda fertilizando las riberas de la verdad), todo rebasa la
norma (vid. Benjamin, 1999: 197).
Por otro lado,
Marías es un escritor sumamente europeo, algo poco común para un
autor español. Como apuntó con razón la Ministra Federal Dra.
Schmied en el comunicado de prensa del Ministerio, Marías es de
hecho «un escritor que narra desde el propio centro de la historia
europea del siglo XX y cuyos libros han sido escritos en
‘europeo’ ». Con todo, pocos han sido los escritores
que se han forjado un estilo tan particular, tan depurado y tan
nítidamente reconocible, un estilo que permite perfilarse la
singularidad del hombre en el contorno que dibuja el conjunto; un
estilo que no es meramente aspecto formal de la escritura, sino
nada menos que una manera de contemplar el mundo.
Como Jorge Luis
Borges, quien, a pesar de ser de origen argentino se convirtió en
cierto modo en un escritor particularmente europeo con un estilo
distintivo, el estilo de Marías revela una mente portentosa y
siempre alerta, dibuja un pensamiento implacablemente
independiente, extrañamente coherente y del todo comprometido, que
no cede al descuido, a la imprecisión o a la pereza, y evidencia la
intención anidante en cada elemento y en la forma que aquel
cobra.
Es un escritor
fuera de lo común: un caso extremo de una escrupulosa conciencia
literaria. Cada una de sus obras constituye desde el principio un
problema de construcción; y el problema se reproduce con sus
exigencias de una solución rigurosa en cada una de sus oraciones,
en las que no se puede hallar ni una palabra que no le haya
requerido al autor su suma atención y responsabilidad literaria, y
en las que el orden de palabras ha sido sopesado para prestar
servicio a las demandas de expresión (y esa es también la razón por
la que en su prosa hay tantas palabras que adquieren un significado
novedoso o renovado, y por la que tantos de sus personajes
reflexionan sobre palabras y sus significados, bien españolas, bien
extranjeras). De ese modo ha contribuido tanto como pocos
escritores españoles de los siglos XX y XXI a la renovación del
castellano. La meta última de Javier Marías, como lo fue la de
Marcel Proust, parece ser la de escribir sus libros de tal forma
que se pudiesen leer en voz alta como poemas.
El estilo de
Marías es especialmente digresivo y despliega una escritura cuya
forma es el resultado de una visión particular. Ha declarado que
escribe para perder el tiempo pero también para dedicarlo a
observar el mundo con claridad y detenimiento. Y su estilo nos
sumerge en una mente que contempla el mundo en toda su complejidad,
cuyo deseo es intentar penetrar, comprender y poner al descubierto
la naturaleza o esencia de las cosas del mundo. Es precisamente por
ello que los narradores de sus novelas detienen sus relatos a
menudo para reflexionar sobre el significado de lo observado o
escuchado.
El estilo
digresivo es el vehículo a través del cual buscan, como Marcel en
la Recherche, aprehender «debajo de la materia, debajo de la
experiencia, debajo de palabras, algo distinto de su apariencia»
(Proust, 1944: 247); así, el arte, la literatura, nos remiten «a
las profundidades donde reside el ser incógnito de lo real» y «nos
hacen perseguirlo» (Proust, 1944: 247-8). Se podría afirmar de la
prosa de Marías lo mismo que dijo Leo Spitzer de la de Proust: «Ces
phrases complexes, que le lecteur doit démêler, [...] refl ètent
l’univers complexe que Proust contemple. Rien n’est
simple dans le monde et rien n’est simple dans le style de
Proust» (Spitzer, 1970: 398). También en Marías, nada es sencillo
en el universo contemplado, y la frase y estilo complejos,
digresivos, reflejan esta complejidad o, para ser exacto, reflejan
la conciencia que contempla la complejidad.
Como lectores
seguimos la labor de una mente en busca de una verdad, una
escritura que no es el producto de una meditación, sino un
pensamiento en movimiento. La obra de Marías, exactamente como la
de Proust o de Rainer Maria Rilke (por citar a otro autor
predilecto suyo), representa una literatura de una conciencia
dilatada, moldeada por una percepción y una atención aguzadas,
particularmente durante unos momentos o ratos significativos e
inmensamente amplificados en cada novela en que se expande su
duración y se estira el tiempo. Durante tales momentos, la
conciencia se ensancha —nada queda fuera de su alcance, nada
es irrelevante— y la realidad es experimentada, como en la
música, como un conjunto armonioso, mientras pasado, presente y
futuro se funden en una única totalidad variable (vid. Jephcott,
1972).
Los meandros de la
escritura mariesca son una consecuencia directa de la enmarañada
multiplicidad de las cosas observadas por una mente, por una
mirada, que asocia y disocia, acerca y distancia, relaciona y
ordena. Porque como en Proust —en que, aunque se restituye el
azar caótico de la tierra, se le proporciona una visión
ordenadora—, en Marías la complejidad no excluye el orden,
bien que este orden sea de un tipo particular y que dependa de los
caprichos del ojo humano (vid. Spitzer 1970: 400, 402). En pocas
palabras, su estilo refleja una mente que percibe la red de
interconexiones que abarcan el mundo —porque, como nos
recordó Henry James, «really, universally, relations stop nowhere»
(citado en Bell, 2011: 66)—, pero desde la suficiente
distancia como para ser capaz de trazar sus laberínticos enredos.
Esa distancia es la que permite alumbrar el orden y hace que la
prosa denote serenidad. El estilo ordena el caos del mundo.
El orden es
engendrado por la escrupulosidad que caracteriza el estilo de
Marías; la escritura parece estar guiada por un afán de precisión
que revela un anhelo de fidelidad a lo real y a la verdad tales
como los experimentan los narradores. El esfuerzo de precisión es
el que produce la impresión inquieta, la búsqueda de la claridad es
la que conlleva la diversidad en la expresión y conduce
naturalmente a la forma digresiva que es una herramienta de lo más
apropiada para trazar la intrincada multiplicidad del nexo de las
cosas de nuestro mundo. Sus libros son libros de digresiones, solo
que se avanza también con ellas, por decirlo en las palabras de que
se vale el narrador de Negra espalda del tiempo para describir la
forma de su relato (Marías, 1998: 57).
Y como todas las
grandes obras de arte, la obra de Javier Marías nos ofrece la
misteriosa evidencia de haber nacido y madurado a un paso
dictaminado por su propia esencia, no subyugada a exigencia externa
alguna; las novelas de Marías tienen su propio tiempo y la lectura
se acompasa al paso de ese tiempo creado por los contornos y
sinuosidades de una mente. Y mediante la expansión de la conciencia
que figura la narración, también se expande la del lector. No hay
muchos escritores cuyas obras revelen tal calibre de excelencia
conceptual en armonía orgánica con un estilo. Y Marías ha logrado
algo reservado también a pocos: que generaciones de lectores
contemplen el mundo a través de sus ojos.
A.
G.—UNIVERSITY OF EDINBURGH
Bibliografía
citada
BELL,
Ian F. A. (2011): «Henry James, in Parenthesis», en
Digressions in European Literature. From
Cervantes to Sebald, eds. Alexis Grohmann
y Caragh Wells, Basingstoke, Palgrave Macmillan, pp.
64-81.
BENJAMIN, W. (1999): «The Image of Proust», en Illuminations, Londres, Pimlico,
pp. 197-210.
INGENDAAY, P. (2005): «Gegen den Neid und die Rachsucht des eigenen
Volkes», en Frankfurter Allgemeine
Zeitung, 16/12/2005, p. 41.
JEPHCOTT, E. F. N. (1972): Proust and
Rilke: The Literature of Expanded Consciousness, Londres, Chatto & Windus.
MARÍAS, J. (1998):
Negra espalda del tiempo, Madrid, Alfaguara.
— (2000):
«La vida y la muerte de Marcelino Iturriaga», en Mientras ellas
duermen. Edición ampliada, Madrid, Alfaguara, pp. 15-20.
PROUST,
M. (1944): Time
Regained, trad. Stephen Hudson, Londres,
Chatto & Windus.
SPITZER, L.
(1970): «Le Style de Marcel Proust», en Études de style, París,
Gallimard, pp. 397-473.
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