INSULA

Javier Marías. La conciencia dilatada
Número 785-786 . Mayo 2012

 
 

ALEXIS GROHMANN / EL HOMBRE QUE OBSERVA (*)


 

(*) El presente texto es una versión en español de la laudatio pronunciada durante la ceremonia de entrega del Österreichischen Staatspreis für Europäische Literatur 2011 a Javier Marías, celebrada en el Stefan Zweig Centre, Salzburgo, el 30 de julio de 2011.



En 1965, año en que fue otorgado el primer Premio Estatal Austriaco de Literatura Europea, a los catorce años de edad, Javier Marías escribió en un día su primer relato publicado, «La vida y la muerte de Marcelino Iturriaga». El narrador de aquella historia está muerto y es un fantasma —prefigurando de tal modo varios personajes y temas posteriores del autor—, y se encuentra en una situación —su tumba, para ser exacto— desde la cual le agrada observar la vida «porque es un sitio donde hay silencio» (Marías, 2000: 12). Seis años después, en 1971, es decir, hace cuarenta años, Marías publicaría su primera novela, Los dominios del lobo.

Éstos son los más bien poco tímidos comienzos de un escritor que ha escrito once novelas (traducidas a cuarenta y un idiomas y publicadas en cincuenta y un países), incluyendo la epopéyica Tu rostro mañana (tres volúmenes, 1.570 páginas), dos colecciones de relatos, diecinueve volúmenes de ensayos, artículos, columnas, retratos biográfi cos y otros textos, y, asimismo, numerosas traducciones de obras de John Ashbery, W. H. Auden, Sir Thomas Browne, Joseph Conrad, Isak Dinesen, Thomas Hardy, Laurence Sterne, Wallace Stevens, Robert Louis Stevenson y William Butler Yeats, entre otros. Y, en el entretanto, devino rey de Redonda, fundó su propia editorial (Reino de Redonda), y fue elegido miembro de la Real Academia Española. Fuentes fidedignas nos aseguran que será el próximo ganador español del premio Nobel de Literatura.

Javier Marías es el cuarto de cinco hijos de Dolores Franco y Julián Marías. Su padre era escritor, filósofo, profesor, intelectual y una figura que pocas veces se ha dado en España, como remarcó Paul Ingendaay a propósito de su muerte: una persona de principios verdaderamente recta, religioso pero a la vez políticamente progresista, que desafortunadamente buscaba el centro en un período de polarización política y ciega adhesión a partidos, y que era incapaz no solo de exiliarse, debido a su hondo apego a su país, sino de cualquier complicidad con la situación dominante durante el régimen de Franco; como senador por designación real y a través de diálogos con el rey Juan Carlos I y el presidente Adolfo Suárez contribuyó a la prudente reforma y democratización de la sociedad española. Sus hijos son conocidos en España como críticos de cine, historiadores de arte, músicos y críticos de música y, en el caso de Javier Marías, escritores (Ingendaay, 2005: 41).

Al escritor al que han optado por honrar este año con el Premio de Literatura Europea lo distingue una serie de virtudes literarias que lo convierte en caso aparte en el mundo de las letras españolas y, asimismo, europeas. Muchas de las novelas de Javier Marías son verdaderas obras de arte, si nos atenemos a la conocida definición que Walter Benjamin invocó con respecto a À la Recherche du temps perdu, cuando apuntó que se ha observado con razón que todas las grandes obras literarias inventan o disuelven un género existente, es decir, son casos excepcionales (Benjamin, 1999: 197). Como en la obra de Proust, en la de Marías, desde la estructura que aúna fi cción, autobiografía y comentario, hasta la sintaxis de oraciones sin orillas (el Nilo del lenguaje, en la metáfora de Benjamin, que se desborda fertilizando las riberas de la verdad), todo rebasa la norma (vid. Benjamin, 1999: 197).

Por otro lado, Marías es un escritor sumamente europeo, algo poco común para un autor español. Como apuntó con razón la Ministra Federal Dra. Schmied en el comunicado de prensa del Ministerio, Marías es de hecho «un escritor que narra desde el propio centro de la historia europea del siglo XX y cuyos libros han sido escritos en ‘europeo’ ». Con todo, pocos han sido los escritores que se han forjado un estilo tan particular, tan depurado y tan nítidamente reconocible, un estilo que permite perfilarse la singularidad del hombre en el contorno que dibuja el conjunto; un estilo que no es meramente aspecto formal de la escritura, sino nada menos que una manera de contemplar el mundo.

Como Jorge Luis Borges, quien, a pesar de ser de origen argentino se convirtió en cierto modo en un escritor particularmente europeo con un estilo distintivo, el estilo de Marías revela una mente portentosa y siempre alerta, dibuja un pensamiento implacablemente independiente, extrañamente coherente y del todo comprometido, que no cede al descuido, a la imprecisión o a la pereza, y evidencia la intención anidante en cada elemento y en la forma que aquel cobra.

Es un escritor fuera de lo común: un caso extremo de una escrupulosa conciencia literaria. Cada una de sus obras constituye desde el principio un problema de construcción; y el problema se reproduce con sus exigencias de una solución rigurosa en cada una de sus oraciones, en las que no se puede hallar ni una palabra que no le haya requerido al autor su suma atención y responsabilidad literaria, y en las que el orden de palabras ha sido sopesado para prestar servicio a las demandas de expresión (y esa es también la razón por la que en su prosa hay tantas palabras que adquieren un significado novedoso o renovado, y por la que tantos de sus personajes reflexionan sobre palabras y sus significados, bien españolas, bien extranjeras). De ese modo ha contribuido tanto como pocos escritores españoles de los siglos XX y XXI a la renovación del castellano. La meta última de Javier Marías, como lo fue la de Marcel Proust, parece ser la de escribir sus libros de tal forma que se pudiesen leer en voz alta como poemas.

El estilo de Marías es especialmente digresivo y despliega una escritura cuya forma es el resultado de una visión particular. Ha declarado que escribe para perder el tiempo pero también para dedicarlo a observar el mundo con claridad y detenimiento. Y su estilo nos sumerge en una mente que contempla el mundo en toda su complejidad, cuyo deseo es intentar penetrar, comprender y poner al descubierto la naturaleza o esencia de las cosas del mundo. Es precisamente por ello que los narradores de sus novelas detienen sus relatos a menudo para reflexionar sobre el significado de lo observado o escuchado.

El estilo digresivo es el vehículo a través del cual buscan, como Marcel en la Recherche, aprehender «debajo de la materia, debajo de la experiencia, debajo de palabras, algo distinto de su apariencia» (Proust, 1944: 247); así, el arte, la literatura, nos remiten «a las profundidades donde reside el ser incógnito de lo real» y «nos hacen perseguirlo» (Proust, 1944: 247-8). Se podría afirmar de la prosa de Marías lo mismo que dijo Leo Spitzer de la de Proust: «Ces phrases complexes, que le lecteur doit démêler, [...] refl ètent l’univers complexe que Proust contemple. Rien n’est simple dans le monde et rien n’est simple dans le style de Proust» (Spitzer, 1970: 398). También en Marías, nada es sencillo en el universo contemplado, y la frase y estilo complejos, digresivos, reflejan esta complejidad o, para ser exacto, reflejan la conciencia que contempla la complejidad.

Como lectores seguimos la labor de una mente en busca de una verdad, una escritura que no es el producto de una meditación, sino un pensamiento en movimiento. La obra de Marías, exactamente como la de Proust o de Rainer Maria Rilke (por citar a otro autor predilecto suyo), representa una literatura de una conciencia dilatada, moldeada por una percepción y una atención aguzadas, particularmente durante unos momentos o ratos significativos e inmensamente amplificados en cada novela en que se expande su duración y se estira el tiempo. Durante tales momentos, la conciencia se ensancha —nada queda fuera de su alcance, nada es irrelevante— y la realidad es experimentada, como en la música, como un conjunto armonioso, mientras pasado, presente y futuro se funden en una única totalidad variable (vid. Jephcott, 1972).

Los meandros de la escritura mariesca son una consecuencia directa de la enmarañada multiplicidad de las cosas observadas por una mente, por una mirada, que asocia y disocia, acerca y distancia, relaciona y ordena. Porque como en Proust —en que, aunque se restituye el azar caótico de la tierra, se le proporciona una visión ordenadora—, en Marías la complejidad no excluye el orden, bien que este orden sea de un tipo particular y que dependa de los caprichos del ojo humano (vid. Spitzer 1970: 400, 402). En pocas palabras, su estilo refleja una mente que percibe la red de interconexiones que abarcan el mundo —porque, como nos recordó Henry James, «really, universally, relations stop nowhere» (citado en Bell, 2011: 66)—, pero desde la suficiente distancia como para ser capaz de trazar sus laberínticos enredos. Esa distancia es la que permite alumbrar el orden y hace que la prosa denote serenidad. El estilo ordena el caos del mundo.

El orden es engendrado por la escrupulosidad que caracteriza el estilo de Marías; la escritura parece estar guiada por un afán de precisión que revela un anhelo de fidelidad a lo real y a la verdad tales como los experimentan los narradores. El esfuerzo de precisión es el que produce la impresión inquieta, la búsqueda de la claridad es la que conlleva la diversidad en la expresión y conduce naturalmente a la forma digresiva que es una herramienta de lo más apropiada para trazar la intrincada multiplicidad del nexo de las cosas de nuestro mundo. Sus libros son libros de digresiones, solo que se avanza también con ellas, por decirlo en las palabras de que se vale el narrador de Negra espalda del tiempo para describir la forma de su relato (Marías, 1998: 57).

Y como todas las grandes obras de arte, la obra de Javier Marías nos ofrece la misteriosa evidencia de haber nacido y madurado a un paso dictaminado por su propia esencia, no subyugada a exigencia externa alguna; las novelas de Marías tienen su propio tiempo y la lectura se acompasa al paso de ese tiempo creado por los contornos y sinuosidades de una mente. Y mediante la expansión de la conciencia que figura la narración, también se expande la del lector. No hay muchos escritores cuyas obras revelen tal calibre de excelencia conceptual en armonía orgánica con un estilo. Y Marías ha logrado algo reservado también a pocos: que generaciones de lectores contemplen el mundo a través de sus ojos.

A. G.—UNIVERSITY OF EDINBURGH

Bibliografía citada

BELL, Ian F. A. (2011): «Henry James, in Parenthesis», en Digressions in European Literature. From Cervantes to Sebald, eds. Alexis Grohmann y Caragh Wells, Basingstoke, Palgrave Macmillan, pp. 64-81.

BENJAMIN, W. (1999): «The Image of Proust», en Illuminations, Londres, Pimlico, pp. 197-210.

INGENDAAY, P. (2005): «Gegen den Neid und die Rachsucht des eigenen Volkes», en Frankfurter Allgemeine Zeitung, 16/12/2005, p. 41.

JEPHCOTT, E. F. N. (1972): Proust and Rilke: The Literature of Expanded Consciousness, Londres, Chatto & Windus.

MARÍAS, J. (1998): Negra espalda del tiempo, Madrid, Alfaguara.

— (2000): «La vida y la muerte de Marcelino Iturriaga», en Mientras ellas duermen. Edición ampliada, Madrid, Alfaguara, pp. 15-20.

PROUST, M. (1944): Time Regained, trad. Stephen Hudson, Londres, Chatto & Windus.

SPITZER, L. (1970): «Le Style de Marcel Proust», en Études de style, París, Gallimard, pp. 397-473.

 
 
 
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