A Miguel
García-Posada, in memoriam.
En 2011 publicaron
textos narrativos en castellano escritores españoles tan
importantes como J. Marsé, J. Marías, L. M. Díez, J. M.ª Merino,
Martínez de Pisón, B. Gopegui, I. Rosa, L. Silva, F. Aramburu,
Hidalgo Bayal y M. Longares. Con esta larga decena de novelas de
libros de cuentos dicho año merece ser considerado como bueno,
mejor que los precedentes y, aun más, uno de los mejores de la
narrativa española en castellano en lo que llevamos del siglo
XXI.
En la novela se lleva
la palma Los enamoramientos (Alfaguara), donde Javier Marías
construye un yo femenino que da lugar a una novela de narrador cuyo
interés se centra en conflictos íntimos de los personajes y la
autocrítica de la novela. Pero estos conflictos tienen alcance
universal. Porque la narración empieza, como por azar, con la
muerte de un empresario en la calle. Y lo que comienza como un
crimen más va transformándose en un asesinato con varias
explicaciones que la novela va mostrando con mano maestra,
complaciéndose en la autocrítica de todas para esclarecer la
verdad. Así lo que parecía una obra sobre el amor, la amistad, las
relaciones de pareja, la envidia, el azar, la muerte y la culpa
transforma en una novela sobre la inaprehensibilidad de la
realidad, impunidad y la dificultad de conocer la verdad. Con ello
la novela trasciende su análisis pormenorizado de situaciones,
pensamientos y sentimientos hacia la consideración de ambiciones y
constantes universales mueven el mundo. Todo ello en una trama de
intensidad climática, tanto en la observación de lo cotidiano y la
complejidad psicológica de personajes como en la especulación por
sabia distribución de la información. En suma, una gran novela
ensayo que nos analiza a los seres humanos a la vez que se explica
a sí misma.
Otras novelas
importantes enriquecen el mundo imaginario de autores de primera
fila. Es el caso de Juan Marsé y su Caligrafía de los sueños
(Lumen), que ahonda con ternura y sarcasmo en su realidad inventada
sobre la Barcelona de posguerra. Los dos temas principales están en
el relato de iniciación en el tránsito del protagonista de la
adolescencia a los umbrales de la madurez y en la desesperada
búsqueda de la felicidad por la señora Mir. El chico, que aparecía
entre los adolescentes de Si te dicen que caí (1973), se llama
Mingo, hipocorístico de Domingo, pero se hace llamar Ringo, como el
personaje de John Wayne en La diligencia. En su figura Marsé ha
depositado rasgos autobiográficos, como su adopción al poco de
nacer, su vocación de músico, su trabajo en un taller de joyería,
su pasión por la lectura y el cine norteamericano y su dedicación a
la escritura. Pero lo importante es que el relato de iniciación
transcurre en el mundo imaginario creado en cada novela del autor,
manteniendo fidelidad a la memoria personal de su barrio barcelonés
y a sus gentes en los años cuarenta y también a una forma de
novelar. También aquí se trata de una historia de vencidos y su
lucha por la vida, entre los que sobresale la señora Mir con su
tragedia de amante abandonada. Por último, hay en esta excelente
novela un homenaje al poder salvador de la ficción, sobre todo en
el capítulo «Caligrafía de los sueños», con las aventis y sus
historias contadas por los niños como episodios de películas
vividos como reales.
Luis Mateo Díez
amplía su imaginaria provincia con Pájaro sin vuelo (Alfaguara),
profundizando en la fragilidad de la condición humana desde una
desolada visión del mundo. En esta novela itinerante se cuenta un
día otoñal de un agente de seguros, desde su despertar, aquejado de
estreñimiento crónico, hasta la noche, pasando por el encuentro con
personajes que encarnan problemas pasados. La historia principal es
la peripecia del protagonista, que vive bajo el peso de sueños con
bichos que simbolizan su soledad y extravío en el laberinto urbano.
La segunda historia está en la búsqueda del hijo de su jefe, la
cual se produce a la vez que el protagonista encara el
distanciamiento de su hija y el encuentro con otro hijo ignorado.
Así esta fábula del sentimiento que empieza como comedia acaba en
tragedia, con la hondura poética propia del autor y la recuperación
del humor grotesco.
También Marina
Mayoral ha enriquecido su territorio de Brétema, creado a partir de
su Mondoñedo natal, en Deseos (Alfaguara), su mejor novela porque
logra componer una estructura narrativa caleidoscópica para novelar
la existencia cotidiana de una pequeña ciudad de provincias durante
un día, bajo la asfixia moral que se apodera de unas gentes
condenadas a empujar sus vidas entrelazadas en un mundo
cerrado.
Tendencia dominante
en la narrativa española sigue siendo la que se centra en la
recreación de la posguerra, la transición a la democracia y la
revisión crítica de nuestro tiempo. La mejor novela en la
recreación de la posguerra es El día de mañana (Seix Barral), en la
cual Martínez de Pisón ha montado, con estructura perspectivística
como la ideada por Orson Welles en Ciudadano Kane, un discurso
coral en el que doce narradores entrecruzan sus voces para contar
la peripecia de un inmigrante en la Barcelona de posguerra, donde
pasa por trabajos y negocios de poca monta hasta convertirse en
confidente de la policía política y acabar implicado en actividades
de la ultraderecha. Y al tiempo que se compone la andadura del
protagonista en su progresivo envilecimiento, con el testimonio
complementario de los doce narradores, quienes también son
personajes con sus historias, el relato fragmentario de los doce,
con el resumen de sus vidas y su relación con el protagonista,
ofrece un vasto fresco de la sociedad catalana desde los años
cincuenta hasta la muerte de Franco y la transición política.
Además del perspectivismo, destaca el acierto de su estilo sencillo
en el relato de cada uno de los narradores entreverados en un texto
de calculada naturalidad y notoria complejidad formal.
Tres novelas más
deben recordarse por su recreación de historias de posguerra en
diferentes décadas y la transición a la democracia. En la inmediata
posguerra sitúa Giménez Bartlett Donde nadie te encuentre (Premio
Nadal, Destino), en la que alternan un relato histórico y otro
novelado sobre las partidas de maquis en los pueblos del Maestrazgo
castellonense y, de modo especial, sobre «la Pastora», última
superviviente de aquellos guerrilleros antifranquistas.
Las otras dos
transcurren en épocas posteriores que llegan hasta la transición
política. Rafael Reig se remonta a la guerra civil e incluso antes
en Todo está perdonado (Premio Tusquets) para contar la historia
familiar de los Gamazo hasta los años de «la Inmaculada Transición
». La novela comienza con la misteriosa muerte de Laura el día de
su boda. Su padre, hombre de negocios, encarga la investigación a
varios detectives, lo cual da lugar a una trama de novela negra
como trampolín para recrear la historia de la familia y la
evolución de la sociedad española en la urbe madrileña metaforizada
con ingenio satírico en sus rive droite y rive gauche, separadas
por La Castellana.
En Operación Gladio
(Alfaguara), Benjamín Prado compone una novela de investigación y
suspense, con episodios reales en el pasado reciente combinados con
otros ficticios en una trama con dos vertientes. Una joven
periodista investiga la matanza de abogados laboralistas de Atocha
en 1977 y las conexiones del atentado con la extrema derecha
italiana y con la organización anticomunista Gladio, promovida por
la CIA para evitar la expansión de la izquierda en Europa. Y a la
vez una pareja de republicanos lucha por encontrar el cadáver de un
familiar enterrado en una fosa común y trasladado después al Valle
de los Caídos.
La revisión crítica
del presente tiene su mejor obra en La mano invisible (Seix
Barral), donde Isaac Rosa muestra el trabajo de verdad por medio de
obreros entregados a sus oficios con rutinaria repetición bajo la
mano invisible que domina el mercado laboral. El autor aborda el
tema con técnicas actuales y un lenguaje trabajado con esmero en
cada uno de los personajes. Y es consciente del reto de novelar el
trabajo en sí mismo, algo nada frecuente en la narrativa de hoy.
Consigue hacerlo exponiendo su deshumanización y su alienación en
la rutina de los obreros que lo ejecutan con sus manos. Para ello
ha reunido en una nave a doce profesionales de varios oficios que
realizan su labor ante la mirada de un público invisible. En esta
absurda representación para «turistas del trabajo» todos ejecutan
su tarea de modo rutinario, sin saber con qué finalidad. Hasta que
el perverso experimento estalla y el conflicto se va diluyendo en
decepción final con amargas reflexiones que desmitifican toda idea
ennoblecedora del trabajo. Entre los aciertos de esta novela
necesaria sobresale su extraordinaria riqueza estilística.
En este apartado hay
que mencionar dos novelas con acento ideológico y político. Acceso
no autorizado (Mondadori), de Belén Gopegui, desarrolla una
historia con personajes reconocibles en la etapa de Zapatero como
presidente del Gobierno y Fernández de la Vega como vicepresidenta.
La obra centra su tesis en la denuncia de la desideologización y el
engaño del socialismo español bajo la dirección de Zapatero,
acusado no ya de hacer una política alejada de su ideología, sino
de no tenerla. Y se adentra en los entresijos del poder y en la
intimidad de quienes ocupan altos cargos, con empleo delictivo de
la tecnología para controlar y presionar sin escrúpulos a quien
convenga en tiempos de corrupción y vileza moral.
En Ejército enemigo
(Mondadori), Alberto Olmos construye un texto en el que la voz
narradora de un publicista arremete contra todo, abordando
cuestiones de actualidad en este mundo globalizado y regido por
nuevas tecnologías y redes sociales, que han invadido nuestra
intimidad. Nada se libra del discurso nihilista del narrador, que
desahoga su resentimiento y desilusión contra esto y aquello, desde
los movimientos solidarios hasta la impostura de una izquierda
falsamente progresista.
Lejos del presente y
pasado cercano, otras épocas más remotas han sido visitadas por
diferentes manifestaciones que engordan la corriente de la novela
histórica, subgénero en que también se inscribe la citada de
Giménez Bartlett. Ejemplo de novela histórica en su modalidad de
reconstrucción del pasado lo tenemos en El imperio eres tú (Premio
Planeta), donde Javier Moro recrea la aventura históricosentimental
protagonizada por Pedro I de Brasil desde su traslado a Río de
Janeiro en 1808. Y de la revisión de episodios decisivos en la
historia española y americana en torno a 1812-1816 se ocupa Armas
Marcelo en La noche que Bolívar traicionó a Miranda (Edhasa).
La recreación
fabulosa de episodios pretéritos está lograda por Alfonso Domingo
en El espejo negro (Premio Ateneo de Sevilla, Algaida), donde
algunos episodios de la historia europea, el arte y su mercado,
secretos de alquimistas, relaciones amorosas y lances folletinescos
se dan la mano en una triple historia que comienza con El Bosco y
la desaparición de su cuadro más enigmático, sigue con la copia del
mismo para librarlo de los nazis en la II Guerra Mundial y llega
hasta el presente con la investigación de lo que pudo haber
ocurrido en los entresijos del mercado del arte.
La novela histórica
que recrea hechos verídicos, entreverados con otros que pudieron
haber ocurrido, con voluntad de proyección del pasado sobre lo que
vino después, tiene un buen ejemplo en El puente de los asesinos
(Alfaguara), de Pérez-Reverte, la mejor de la serie de Alatriste,
ahora en escenarios de Venecia en 1627, implicado en
conspiraciones, aventuras, duelos y amoríos, entre otros
lances.
Y el empleo de
sucesos históricos como materia novelable combinados con
especulaciones de varia índole tiene su mejor muestra en Niños
feroces (Destino), donde Lorenzo Silva integra hechos reales y
episodios imaginarios con reflexiones de naturaleza ensayística,
entre las que abundan las de signo metaliterario, que convierten
este libro en la novela de una novela. Pues un joven aspirante a
escritor recibe de otro ya consagrado lecciones para contar la
historia de un falangista que formó parte de la División Azul
luchando con las tropas de Hitler en el frente ruso. Su relato de
una vida española implicada en la historia universal se enriquece
con reflexiones metanarrativas y otras observaciones entreveradas
en un juego de posibilidades literarias y reflexiones acerca de la
historia del siglo XX.
En las proximidades
de la novela histórica se alinean otros libros que desarrollan
biografías noveladas de personajes reales en el pasado. Es el caso
de El espía (Anagrama), novela en la que Justo Navarro construye
una ficción con materiales históricos tomados de la vida del poeta
norteamericano Ezra Pound (1885-1972) durante su experiencia
italiana como propagandista del fascismo.
Por este camino que
lleva de la novela histórica a la biografía novelada llegamos a las
literaturas del yo, donde caben autobiografías y memorias, diarios
y dietarios, autoficciones y otras figuraciones del yo con
hibridación de materiales narrativos y ensayísticos. Entre
autobiografía novelada y novela autobiográfica parece situarse Azul
sobre azul (RBA), proteico texto de Manuel de Lope construido con
especulaciones sobre temas que van desde recuerdos autobiográficos
y notas de viajero hasta consideraciones sobre literatura, historia
y música, en un libro concebido con la libertad del ensayo, según
el método del dripping, empleado por el pintor Jason Pollock,
saltando de una cosa a otra. Y entre los textos diarísticos destaca
la tercera entrega del dietario de Martínez Sarrión en Escaramuzas
(Alfaguara), con apuntes de la década 2000-2010.
Rasgos de autoficción
aparecen en la citada novela de J. Navarro (El espía). Pero la
mejor muestra de autoficción está en Familias como la mía
(Tusquets), novela de formación donde Ferrer Lerín reescribe textos
anteriores y añade otros nuevos en forma de diario discontinuo, con
revelaciones y ocultamientos del autor, lo que da lugar a un libro
disperso y fragmentario, con episodios reales y ficticios contados
con técnicas forjadas en el mestizaje de géneros, desde apuntes
ornitológicos hasta poemas en prosa.
El experimentalismo
que suele haber en las figuraciones del yo en la narrativa se
manifiesta con parecidas audacias técnicas en las novelas con
ingredientes metaliterarios. Los hemos visto en Niños feroces, de
L. Silva. Y los encontramos en El síndrome del Albatros (Seix
Barral), texto experimental y metaficticio en el que Gonzalo Suárez
reafirma su poética vanguardista. Porque en esta novela
pirandelliana se integran teatro, cuentos, escenas cinematográficas
e investigaciones sobre lo real y lo ficticio, en una atmósfera
irracional fantástica, humorística y lúdica. Y de construcción
metaliteraria, con algún componente autobiográfico y dosis de
humor, es Diles que son cadáveres (Mondadori), de Jordi Soler,
sobre la aventura de Antonin Artaud por Irlanda, con mucho de juego
metaficcional y detectivesco, además de la omnipresencia de Joyce
en Dublín.
Otras modalidades
novelísticas que han dejado textos dignos de mención son la novela
fantástica, de ciencia ficción, de aventuras, policíaca,
humorística e intimista. En El beso del ángel (Siruela), Irene
Gracia compone una novela fantástica con cuatro historias en las
que se desarrollan, con desmitificación y humor, alucinadas
relaciones amorosas de una mística visionaria con un ángel en
sucesivas metamorfosis. Y mucho de relato fantástico entreverado
con fenómenos paranormales hay de El escondite de Grisha (Salto de
página), de Martínez Biurrun.
A la ciencia ficción
acude Rosa Montero en Lágrimas de lluvia (Seix Barral), con una
intriga fantástica que se desarrolla en 2019, armonizada con su
ambientación realista en Madrid. Su combinación de lo fantástico en
la ingeniería genética que ha creado una especie de nuevos
replicantes —recuérdese Blade Runner— o tecnohumanos,
entre los que destaca la detective protagonista, y el tratamiento
realista del confl icto existencial con los humanos constituye lo
mejor de la novela, que aborda en su fantasía futurista graves
problemas de nuestro tiempo.
Mucho de ciencia,
aunque no ciencia ficción, hay en El ciclista de Chernóbil (DVD),
donde Javier Sebastián integra dos historias con hechos verídicos e
imaginarios en una compleja novela que muestra los horrores
provocados por el desastre de Chernóbil en 1986. Y en este problema
seguimos con Punto de fisión (Premio Logroño, Algaida), de David
Torres, con cuatro historias contadas por dos narradores, uno de
los cuales es un ucraniano destrozado por la catástrofe nuclear,
con un relato arrancado de una fantástica ciencia ficción hecha
realidad, mientras que las otras historias ofrecen una visión
grotesca del mundo en una novela que es de ciencia ficción,
fantástica, onírica, negra y metanovela con intención lúdica y
humorística.
Novela de aventuras
es Mar adentro (Lumen), de Flavia Company, quien, siguiendo a
Stevenson y a Conrad, compagina episodios marinos con indagación
intimista. De ambientación costera es la fantasía moral de Ignacio
Ferrando en Un centímetro de mar (Premio Ojo Crítico, Alberdania).
Y de aventuras con estructura de relato itinerante es la compuesta
por Willy Uribe en Los que amamos (Libros del Silencio).
La novela policíaca,
negra, detectivesca, ha dejado la nueva entrega de J. M. Guelbenzu
en El hermano pequeño (Premio Torrente Ballester, Destino), quinta
de la serie protagonizada por la juez Mariana de Marco. Y como
novela negra destaca Un dedo con un anillo de cuero (Eugenio Cano),
donde J. R. Fernández crea un microcosmos provinciano con turbios
conflictos bajo aparente normalidad.
Y llegamos a la
novela humorística, en obras que también se nutren de otras
modalidades. La autoficción, incluida su parodia, el humor y la
deformación grotesca se alían en Un momento de descanso (Tusquets),
de Antonio Orejudo, quien presta rasgos suyos al narrador para
completar una sátira mordaz del mundillo universitario en Estados
Unidos y en España. Y de una intensa vena humorística y satírica
participan, si bien con diferencias, Los fugitivos (Menoscuarto),
de Carlos Pujol, y Oxford 7 (Destino), de Pablo Tusset.
Termino el espacio
dedicado a la novela con aportaciones de dos jóvenes en obras,
aunque diferentes, relacionadas con la novela intimista: La mujer
de Rapallo (Alfabia), de Sonia Hernández, por su indagación
psicológica en una historia de amor entre dos mentes enfermas en un
espacio claustrofóbico; y El grito (Siruela), de Antonio Montes,
novela de estructura poemática centrada en un velatorio en un
pueblo andaluz.
Poco espacio queda
para realzar como se merecen por su calidad las obras de narrativa
breve. La cosecha ha sido excelente, pues algunos de nuestros
mejores cuentistas publicaron libros de relatos de alto mérito
literario. Y también ha sido fértil en la publicación de cuentos
completos (o casi) de autores importantes como Ramiro Pinilla en
Los cuentos (Tusquets), J. E. Zúñiga en La trilogía de la Guerra
Civil (Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores), Muñoz Molina en Nada
del otro mundo (Seix Barral), la recopilación de cuentos y novelas
cortas de Gonzalo Suárez en Las fuentes del Nilo (Alfaguara), la de
Luis Magrinyà en Cuentos de los 90 (Caballo de Troya) y los
Articuentos completos (Seix Barral) de J. J. Millás, además de la
recuperación de Variaciones de un tema romántico (Lumen), de Juan
Benet.
En cuanto a libros
nuevos de narraciones breves, aunque las fronteras no sean claras
entre las modalidades narrativas de menor extensión, empezaré por
la novela corta. Dos excelentes hay en El faro por dentro
(Siruela), donde Menchu Gutiérrez ha reunido dos narraciones
poemáticas, una historia de farero publicada en 1994 y otra nueva
en la cual recrea el espacio geográfico del faro donde la autora
vivió durante años.
Tres novelas cortas
componen Turismo interior (Lumen), de Marcos Ordóñez, con sendas
retrospecciones temporales en un afortunado juego entre vida y
literatura. En La nueva taxidermia (Mondadori), Mercedes Cebrián
conecta dos narraciones cortas que enraízan sus extrañas historias
en la existencia cotidiana y su memoria. Novela corta es Gran Circo
Mundial (Ediciones del viento), donde P. A. Escapa confronta el
mundo del circo y su percepción entre los vecinos del pueblo. Y en
este género se inscribe Muerte de un caballo (Pre-Textos), de
Andrés Barba, relato intimista de una historia mínima con
implicaciones simbólicas.
Entre la novela corta
y el cuento se sitúan algunas incluidas en libros de relatos de
autores de prestigio. Entre los más importantes sobresalen Las
cuatro esquinas (Galaxia Gutenberg-Círculo de Lectores), de Manuel
Longares, Conversación (Tusquets), de Hidalgo Bayal, y El final del
amor (Páginas de Espuma), de Giralt Torrente). Longares relaciona
en Las cuatro esquinas cuatro momentos significativos en la
historia de España posterior a la guerra civil, con episodios
localizados en espacios madrileños desde los años cuarenta hasta el
siglo XXI y contados con extraordinaria variedad de tonos y
registros estilísticos. Las narraciones de Hidalgo Bayal en
Conversación, salvo la primera (un excelente cuento de amor en 10
páginas), pueden considerarse novelas cortas, sobre todo las dos
últimas. La «conversación» del título engloba formalmente los
cinco textos en el monólogo experimental de cinco voces narradoras
dirigido a un receptor mudo. Cada una comienza con una anécdota y
acaba en la desolación o el absurdo hasta componer un libro
singular con alguna joya literaria. Y en parecido formato ha
concebido Giralt Torrente sus cuatro narraciones en El final del
amor (Premio Ribera de Duero, Páginas de Espuma), las cuales
constituyen indagaciones en «el final del amor», en el rescoldo de
las rupturas sentimentales, sostenidas en la introspección
psicológica y en la madurez estilística del autor.
En los cuentos J. M.ª
Merino ha logrado la mejor aportación en El libro de las horas
contadas (Alfaguara), obra singular con 17 relatos engarzados en
una trama novelesca, más seis series de microrrelatos, y con
excelentes ficciones en ambas modalidades. Entre sus elementos
comunes destaca la presencia de tres personajes: uno escribe
cuentos que su mujer lee y comenta, en los cuales se apuntan o
sugieren diferentes relaciones entre los tres amigos. Los textos
ahondan en temas preferidos de Merino: evocación de la infancia, lo
fantástico, los sueños, el mito, el deslizamiento entre lo real y
lo ficticio, la función de la ficción en la vida y la incorporación
de teoría y crítica en la práctica del relato. Con ello este libro
es una fiesta literaria en su juego con la ficción y la realidad,
en invenciones nacidas de lo vivido por tres amigos y lo imaginado
por la entrega de uno a la escritura contra el tiempo
destructor.
Fernando Aramburu
agrupa en El vigilante del fiordo (Tusquets) ocho relatos entre los
cuales algunos insisten en el tema del terrorismo, mientras que en
otros aborda conflictos diferentes como el miedo, la amargura, la
culpa, la locura, ensayando variadas formas de contar. Molina Foix
ha reunido en El hombre que vendió su propia cama (Anagrama) cinco
cuentos independientes en la primera parte, con situaciones de la
vida cotidiana en la sociedad actual, y cuatro en la segunda, con
historias desarrolladas a partir de notas que Henry James apuntaba
en sus cuadernos para posibles narraciones.
En Historias de este
mundo (Baile del Sol), Escalera Cordero incluye 29 cuentos en los
que ratifica las cualidades de su novela Un mar invisible (2009),
con relatos nacidos del compromiso ideológico en defensa de los
valores humanos y una literatura experimental en la mostración del
dolor y la injusticia provocados por el discurso mentiroso con el
que se ha construido la realidad. Y Rubio Tovar Agavilla en Se
murió de Mozart (Universidad de Jaén) una docena de cuentos de
inspiración romántica en sueños y fantasías de unas criaturas
empeñadas en deseos imposibles en este tiempo de rentabilidad
inmediata.
Citaré algunos
cuentos más como los de Lourdes Ortiz en Ojos de gato (Ediciones
Irreverentes), José Mateos en Historias de un dios menguante
(Pre-Textos), Jon Bilbao en Bajo el influjo del cometa (Premio
Euskadi, Salto de Página) y Miguel Á. Zapata en Esquina inferior
del cuadro (Menoscuarto).
Y quiero realzar la
aportación de Andrés Neuman, cuya madurez literaria se ratifica en
los treinta cuentos y microrrelatos de Hacerse el muerto (Páginas
de Espuma), agrupados en seis series, más dos dodecálogos finales.
Sus cuentos y microrrelatos ratifican la extraordinaria capacidad
del hispanoargentino para encontrar novedades y sorpresas desde
perspectivas insólitas, con el ingenio y el humor como fundamentos
de su originalidad, en búsqueda permanente de nuevos temas y
formas.
Y del cuento pasamos,
de puntillas, al microrrelato con el fin de resaltar la calidad de
algunos libros de hiperbreves, como los agrupados en las tres
series con brillantes ejercicios narrativos en Trastornos
literarios (Páginas de Espuma), de Flavia Company, y los reunidos
en Teatro de ceniza (Menoscuarto), excelente colección de
microrrelatos de Manuel Moyano, además de los incluidos en los
libros de Merino y de Neuman. Por último, destacaré la antología
preparada por Á. Encinar y C. Valcárcel en Más por menos. Antología
de microrrelatos hispánicos actuales (Sial). Y llamo a la
publicación de la anunciada por F. Valls en Mar de pirañas. Los
nuevos nombres del microrrelato español actual (Menoscuarto).
Á. B.—CRÍTICO
LITERARIO
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