INSULA

El "Polifemo" de Góngora: La vigencia de un clásico
Número 781-782 . Enero 2012

 
 

Jesús PONCE CÁRDENAS / Eros siempre recomenzado: cuatro siglos para un poema barroco


 

JESÚS PONCE CÁRDENAS /

EROS SIEMPRE RECOMENZADO: CUATRO SIGLOS PARA UN POEMA BARROCO


Más allá de los razonamientos de naturaleza académica, la importancia de una obra clásica podría medirse por su capacidad de generar nuevas lecturas creativas. Si la Fábula de Polifemo y Galatea permanece hoy viva también es, en parte, porque sigue ostentando una admirable facultad de irradiación que permite reconocer su huella en distintos modelos de nuestro tiempo. Para entender el homenaje que los creadores actuales han rendido al epilio más hermético y fascinante de nuestras letras conviene detenerse brevemente en tres textos poéticos datados entre los años 1990 y 2006.

El libro Semáforos, semáforos (1990) daba entrada al paisaje urbano de la modernidad en la poesía de Jaime Siles. Allí —a la manera de una écfrasis o descripción literaria de una obra de arte visual— se ofrece la composición titulada Acis y Galatea. El inter-texto pictórico se refi ere —en una suerte de trampantojo— a un conocido cuadro de Poussin (Polifemo, Acis y Galatea), pero desde el plano estético del lienzo los versos darán un salto imponente para llegar a un referente cotidiano:

Ese cuerpo labrado como plata,

ese oro, esa túnica, esa piel,

ese color que tiñe la escarlata

corola del pistilo de un clavel;

ese cielo de cárdenos espacios,

esa carne que tiembla en el vaivén

de las rodillas y de los topacios

nos dicen que este cuadro es de Poussin [...].

El cuadro del museo que miramos,

Acis y Galatea, ella y él,

somos nosotros mismos mientras vamos

—ojo, labio, boca, lengua, mano—

sobre la carne del amor humano

ensortijando fl ores, cuerpos, ramos

de un verano mejor que el del pincel (1).

Como puede verse, el arranque del poema incide en los elementos plásticos de una pintura del Barroco francés a través de una serie de elementos suntuosos (plata, oro, topacios) y una paleta de colores encendidos (escarlata, cárdenos). En los versos de cierre, la escena mítica de la unión de los amantes se ha metamorfoseado en una ‘historia’ real, en un ‘amor de verano’ compartido por el yo lírico y la joven amada. Por cuanto ahora nos atañe, el interés de estos endecasílabos radica en que para realizar esta singular transposition d’art, Jaime Siles se va apropiando sutilmente de algunas claves propias del estilo gongorino. Rasgos elocutivos como los ya citados (la ponderación a través de referentes suntuarios, el gusto por los colores cálidos y las armonías cromáticas) se alían con imágenes procedentes de la Fábula de Polifemo y Galatea. Sin duda, la presencia floral del clavel se vincula a la escena culminante del epilio gongorino (el momento del beso, que precede a la desfl oración de la ninfa): «No a las palomas concedió Cupido / juntar de sus dos picos los rubíes, / cuando al clavel el joven atrevido / las dos hojas le chupa carmesíes» (estancia XLII, vv. 329-332)(2). De hecho, el gesto de la muchacha que contempla el cuadro se exaltará —no sin humor— como «más certero, más cierto, más rimado / (de rimmel) que la estrofa del clavel». El uso de la cumulatio («ojo, labio, boca, lengua, mano») o la construcción trimembre de algún verso («ensortijando fl ores, cuerpos, ramos») permite identificar asimismo el poso gongorino en esta evocación plástica del mito.

En el poemario titulado Las moras agraces, Carmen Jodra rendía homenaje al estilo culto del escritor andaluz componiendo un sensual Retrato gongorino (3). Desde el marco clásico de una breve silva se evoca con todo lujo de detalles la belleza de un adolescente dormido, un muchacho de dieciséis años cuya hermosura es tal «que a varón como hembra quita el frío» (v. 21). Suspendido en una atmósfera de ambiguo erotismo, el poema aparece arropado por un minucioso haz de referentes mitológicos (Cipariso, Jacinto, Narciso, Apolo, Ganimedes) que permiten identificar al joven que vive en una imprecisa «ciudad castellana» (v. 12) con un numen y tres pueri delicati de la Antigüedad. Pero lo que ahora resulta más interesante es apreciar cómo el texto de la joven autora madrileña surge como un ejercicio de actualización del núcleo lascivo del epilio, ya que la pintura del varón dormido y casi desnudo nace de un proceso imitativo que tiene como norte la descripción de Acis (quien fi nge estar sumido en un profundo sueño) y el deseo que el musculoso cuerpo provoca en Galatea, la sigilosa nereida que lo espía furtivamente desde la fronda (Fábula de Polifemo y Galatea, estancias XXXII-XXXVIII). En cierto sentido, el testimonio lírico de Carmen Jodra —desde la vertiente creativa— vendría a reforzar la existencia de una «poética de la seducción» en el interior de la fábula gongorina, como apreciara en una valoración reciente la crítica francesa Aude Plagnard. De hecho, a juicio de esta investigadora, «en el Polifemo, Góngora crea una escena de seducción muy especial, en la que la participación activa de la amante invierte el modelo tradicional del varón seductor y agresor y de la novia remisa. La seducción que propone, al contrario, se basa en el misterio y la curiosidad» (4). Por ese motivo, al reflejarse en el espejo de la tradición áurea española, una de las voces femeninas más interesantes de la poesía actual selecciona un motivo de sensualidad inequívoca, un elemento que hoy se antoja de una modernidad desconcertante.

Este apresurado paseo por los senderos que el Polifemo de Góngora ha abierto durante los últimos años en la poesía española culmina con la mención de uno de los recientes títulos de Guillermo Carnero, Fuente de Médicis. Esta obra plantea una oscura meditación en torno a la edad y el deseo, el amor y el tiempo pasado, a partir de un diálogo del yo lírico con una celebérrima estatua de Galatea (presente en el grupo escultórico Polifemo espía a Acis y Galatea) de los parisinos Jardins du Luxembourg. Significativamente, la obra arranca con el siguiente lema: «Con Galatea: La nieve de sus miembros da a una fuente» (estancia XXIII, v. 180) (5). Más allá de una sugestiva vindicación de la obra artística como depositaria de un diálogo marcado por las revelaciones, el sujeto de la enunciación destaca en su discurso el poso de una sensualidad aprendida:

Otra fue la lección que me enseñaste

en púrpura nevada o nieve roja:

la belleza absoluta de los cuerpos

entre seda y cristal, mármol y oro. (6)

Una vez más, los ricos elementos de la materia poética gongorina se adensan (púrpura, seda, cristal, mármol, oro) y se funden con la cita engastada en el pasaje, con un leve cambio sobre el original: «o púrpura nevada o nieve roja» (estancia XIV, v. 108) (7).

De algún modo, pasados cuatro siglos desde la primera circulación de la obra maestra gongorina, los versos de Jaime Siles, Carmen Jodra o Guillermo Carnero podrían servirnos de hilo en el laberinto, ya que —siguiendo un criterio inspirado y creativo— nos orientan acerca de los grandes valores que atesora el texto barroco. Como se ha entrevisto, uno de los rasgos que captura la atención de los creadores de nuestro tiempo es la honesta oscuridad del poema, capaz de crear un espacio venusino plagado de sugestiones lascivas sin apenas nombrarlas.

En suma, el entramado lírico y narrativo de la Fábula de Polifemo y Galatea surge hoy ante poetas y lectores como una cima imponente de la literatura universal, donde la expresión más oscura y elegante del deseo, el tema del Triunfo de Amor se ven arropados por una dicción compleja y perfecta, por una suntuosa escritura imbuida de valores plásticos.

J. P. C.—COORDINADOR

 
 
 
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