Arduo es el camino
hasta la Fama, y si no que se lo pregunten a Miguel de Cervantes,
quien en su Viaje del Parnaso narraba en verso los terribles
sinsabores por los que debían pasar los viajeros en subida hacia el
monte sagrado. Si pudiera contemplar desde el presente la
celebridad alcanzada por su personaje don Quijote, habría visto
cómo en este logro habían coadyuvado lenguajes muy distintos que
han convertido a su héroe en pintura, música, imagen
cinematográfica o dibujo animado. Los motivos por los que una obra,
un personaje, un título pueden llegar a ser populares son
enigmáticos y, a veces, escapan por completo a la génesis de esa
misma obra y al proyecto del autor. Sin embargo, imágenes, figuras,
músicas, quedan fijadas en el imaginario colectivo compitiendo con
el texto matriz. Y ello incluso en el caso en que no se haya leído
ni una línea de esas obras literarias, porque su fama parte de
estas representaciones, en ocasiones falsas o manipuladas o
simbólicas. Pasar a la escultura y ser el centro de una glorieta o
plaza pública, integrar una galería pictórica en un museo o gozar
de un elevado número de retratos, conseguir que un texto propio
llegue al cine o a la televisión, ser protagonista de series
postales, vitolas o cromos, supone para escritores o textos una
ampliación del público y es un índice claro de la fama individual
—cuando el éxito no nace de esta traducción a otros lenguajes
artísticos.
Los artículos que
forman este monográfico muestran cómo la escultura, la pintura, la
música, el cine o la televisión han ofrecido imágenes concretas de
los escritores y obras decimonónicos que han ayudado a cimentar su
gloria. Pero, más allá, han contribuido a fraguar una imagen de
algunos autores concretos y una lectura de su obra literaria. Es
así en el valor simbólico que adquieren como ejemplos de los
valores del nacionalismo liberal difundidos a través de la
escultura pública, alzándose, a decir de C. Reyero, en héroes
nacionales. La pose o prestancia con que quedan inmortalizados es
un argumento acerca de la creación literaria y apoya una lectura de
sus creaciones. Gustavo Adolfo Bécquer es el poeta del amor y el
dolor, el genio romántico por excelencia del romanticismo español,
sobre todo gracias al retrato que de él pintase su hermano
Valeriano (J. Rubio Jiménez). Gustavo es ese cuadro y, aun sin
haber leído al poeta, una gran mayoría de personas podría
identificarle con ese símbolo icónico (que no otra cosa es) que
pasó, para mayor gloria, a los billetes de 100 pesetas. En el caso
de José María de Pereda, el novelista dirigió la lectura de sus
obras y consolidó su imagen dentro de un estereotipo de raíz
clásica y tradicional, que, a su vez, fue aprovechado por la prensa
conservadora y tradicionalista distribuyendo retratos en los que
comparece con un estudiado aspecto (R. Gutiérrez Sebastián). La
pintura o el dibujo son tan poderosos que sustituyen al texto
literario mismo y, en este sentido, la enorme popularidad en España
de personajes como Atala, Corina o Ivanhoe se debe, en gran medida,
a la difusión de las estampas que decoraron muchos salones
burgueses decimonónicos (B. Rodríguez Gutiérrez). Podría pensarse
igual al respecto de la profusión de melodías en forma de lieder
cantadas, de manera inexcusable, por las señoras o señoritas en los
salones del XIX (C. Alonso), hasta el punto de que la popularidad
de la poesía prebecqueriana y la del propio Gustavo descansa sobre
los papeles pautados de las muchas partituras compuestas a partir
de sus versos. Desde un punto de vista diferente, las parodias de
piezas operísticas realizadas por los autores del Género Chico
insisten en la ampliación del público gracias a recreaciones cuya
selección de pasajes o motivos específicos de la pieza parodiada
significa, por un lado, la constatación de los momentos más
celebrados, y por otro la inclusión de un producto de élite en los
márgenes de la cultura popular (A. Moreno Ríos). Algo similar
ocurre con los documentos catalogados como ephemera o efímera, que
permiten comprobar cómo autores y textos se asientan en la cultura
popular a través de cromos, tarjetas postales, vitolas... (M.
Palenque). También desde su cuna el cine ha utilizado la literatura
para crear productos que hacen vivos, dinámicos, los textos
literarios —dejo fuera de mi reflexión el género
dramático—, renovando su mensaje, tornando actuales a
personajes y creadores (J. Labrador Ben / A. Sánchez
Álvarez-Insúa), puede que sesgando la adaptación en virtud de la
ideología. En coincidencia con el retrato de Bécquer pintado por
Valeriano (que ha desterrado a otras más veraces fotografías del
poeta), Curra Albornoz, la protagonista de Pequeñeces, se
identifica con Aurora Bautista, tiene sus rasgos, aunque la
descripción de la novela no coincida del todo con la fisonomía de
la actriz. Los actores terminan encarnando, en el imaginario
colectivo, a los personajes de ficción. Pueden parecer novelas
mediocres pero dar lugar a grandes filmes, y ser estas segundas
versiones las que aseguren la senda hacia el Parnaso. Y, por
supuesto, la televisión se constituye como un definitivo peldaño
para coronar la fama por su enorme poder en la cultura de masas (P.
Bellido). Generaciones de españoles se han formado en la literatura
a través de las imágenes de Estudio 1, Grandes Relatos, etc., cuyas
selecciones de títulos han colaborado en la forja de un gusto
literario específico (a favor o en contra). ¿Para cuántos
espectadores o lectores de una cierta edad María Fernanda
d’Ocón no es la más fiel efigie de la Benina de Miau? Como
Maribel Martín es Jacinta o Ana Belén, Fortunata, o Aitana
Sánchez-Gijón, La Regenta... ¿Cuántos de esos telespectadores
habían leído antes las novelas o habían visto representadas las
piezas dramáticas en el teatro? ¿Tal vez las leyeron o vieron en
escena después? Es conocido el efecto llamada que tiene la versión
de una obra literaria en el cine o la televisión para que se lancen
nuevas ediciones de ese texto al mercado.
Misterioso es el
camino hacia la cumbre del monte que habitan Apolo y sus Musas, y
múltiples los atajos que permiten coronar su cumbre. Volviendo al
Viaje del Parnaso, puede suceder que el escritor reciba, como ayuda
moral, una carta del mismísimo Apolo, esta vez con un sello en el
que figure un traslado exacto de su semblante.
M.
P.—UNIVERSIDAD DE SEVILLA
|