INSULA

Al Parnaso a través de las artes
Número 772 . Abril 2011

 
 

Marta PALENQUE / Un espacio propio junto a las musas


 

Arduo es el camino hasta la Fama, y si no que se lo pregunten a Miguel de Cervantes, quien en su Viaje del Parnaso narraba en verso los terribles sinsabores por los que debían pasar los viajeros en subida hacia el monte sagrado. Si pudiera contemplar desde el presente la celebridad alcanzada por su personaje don Quijote, habría visto cómo en este logro habían coadyuvado lenguajes muy distintos que han convertido a su héroe en pintura, música, imagen cinematográfica o dibujo animado. Los motivos por los que una obra, un personaje, un título pueden llegar a ser populares son enigmáticos y, a veces, escapan por completo a la génesis de esa misma obra y al proyecto del autor. Sin embargo, imágenes, figuras, músicas, quedan fijadas en el imaginario colectivo compitiendo con el texto matriz. Y ello incluso en el caso en que no se haya leído ni una línea de esas obras literarias, porque su fama parte de estas representaciones, en ocasiones falsas o manipuladas o simbólicas. Pasar a la escultura y ser el centro de una glorieta o plaza pública, integrar una galería pictórica en un museo o gozar de un elevado número de retratos, conseguir que un texto propio llegue al cine o a la televisión, ser protagonista de series postales, vitolas o cromos, supone para escritores o textos una ampliación del público y es un índice claro de la fama individual —cuando el éxito no nace de esta traducción a otros lenguajes artísticos.

Los artículos que forman este monográfico muestran cómo la escultura, la pintura, la música, el cine o la televisión han ofrecido imágenes concretas de los escritores y obras decimonónicos que han ayudado a cimentar su gloria. Pero, más allá, han contribuido a fraguar una imagen de algunos autores concretos y una lectura de su obra literaria. Es así en el valor simbólico que adquieren como ejemplos de los valores del nacionalismo liberal difundidos a través de la escultura pública, alzándose, a decir de C. Reyero, en héroes nacionales. La pose o prestancia con que quedan inmortalizados es un argumento acerca de la creación literaria y apoya una lectura de sus creaciones. Gustavo Adolfo Bécquer es el poeta del amor y el dolor, el genio romántico por excelencia del romanticismo español, sobre todo gracias al retrato que de él pintase su hermano Valeriano (J. Rubio Jiménez). Gustavo es ese cuadro y, aun sin haber leído al poeta, una gran mayoría de personas podría identificarle con ese símbolo icónico (que no otra cosa es) que pasó, para mayor gloria, a los billetes de 100 pesetas. En el caso de José María de Pereda, el novelista dirigió la lectura de sus obras y consolidó su imagen dentro de un estereotipo de raíz clásica y tradicional, que, a su vez, fue aprovechado por la prensa conservadora y tradicionalista distribuyendo retratos en los que comparece con un estudiado aspecto (R. Gutiérrez Sebastián). La pintura o el dibujo son tan poderosos que sustituyen al texto literario mismo y, en este sentido, la enorme popularidad en España de personajes como Atala, Corina o Ivanhoe se debe, en gran medida, a la difusión de las estampas que decoraron muchos salones burgueses decimonónicos (B. Rodríguez Gutiérrez). Podría pensarse igual al respecto de la profusión de melodías en forma de lieder cantadas, de manera inexcusable, por las señoras o señoritas en los salones del XIX (C. Alonso), hasta el punto de que la popularidad de la poesía prebecqueriana y la del propio Gustavo descansa sobre los papeles pautados de las muchas partituras compuestas a partir de sus versos. Desde un punto de vista diferente, las parodias de piezas operísticas realizadas por los autores del Género Chico insisten en la ampliación del público gracias a recreaciones cuya selección de pasajes o motivos específicos de la pieza parodiada significa, por un lado, la constatación de los momentos más celebrados, y por otro la inclusión de un producto de élite en los márgenes de la cultura popular (A. Moreno Ríos). Algo similar ocurre con los documentos catalogados como ephemera o efímera, que permiten comprobar cómo autores y textos se asientan en la cultura popular a través de cromos, tarjetas postales, vitolas... (M. Palenque). También desde su cuna el cine ha utilizado la literatura para crear productos que hacen vivos, dinámicos, los textos literarios —dejo fuera de mi reflexión el género dramático—, renovando su mensaje, tornando actuales a personajes y creadores (J. Labrador Ben / A. Sánchez Álvarez-Insúa), puede que sesgando la adaptación en virtud de la ideología. En coincidencia con el retrato de Bécquer pintado por Valeriano (que ha desterrado a otras más veraces fotografías del poeta), Curra Albornoz, la protagonista de Pequeñeces, se identifica con Aurora Bautista, tiene sus rasgos, aunque la descripción de la novela no coincida del todo con la fisonomía de la actriz. Los actores terminan encarnando, en el imaginario colectivo, a los personajes de ficción. Pueden parecer novelas mediocres pero dar lugar a grandes filmes, y ser estas segundas versiones las que aseguren la senda hacia el Parnaso. Y, por supuesto, la televisión se constituye como un definitivo peldaño para coronar la fama por su enorme poder en la cultura de masas (P. Bellido). Generaciones de españoles se han formado en la literatura a través de las imágenes de Estudio 1, Grandes Relatos, etc., cuyas selecciones de títulos han colaborado en la forja de un gusto literario específico (a favor o en contra). ¿Para cuántos espectadores o lectores de una cierta edad María Fernanda d’Ocón no es la más fiel efigie de la Benina de Miau? Como Maribel Martín es Jacinta o Ana Belén, Fortunata, o Aitana Sánchez-Gijón, La Regenta... ¿Cuántos de esos telespectadores habían leído antes las novelas o habían visto representadas las piezas dramáticas en el teatro? ¿Tal vez las leyeron o vieron en escena después? Es conocido el efecto llamada que tiene la versión de una obra literaria en el cine o la televisión para que se lancen nuevas ediciones de ese texto al mercado.

Misterioso es el camino hacia la cumbre del monte que habitan Apolo y sus Musas, y múltiples los atajos que permiten coronar su cumbre. Volviendo al Viaje del Parnaso, puede suceder que el escritor reciba, como ayuda moral, una carta del mismísimo Apolo, esta vez con un sello en el que figure un traslado exacto de su semblante.

M. P.—UNIVERSIDAD DE SEVILLA

 
 
 
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