Se ha especulado
mucho sobre el impacto real, sobre todo psíquico y humano, que el
viaje por Europa y la Unión Soviética tuvo sobre el poeta. Nuestra
curiosidad aumenta al recordar lo que sabemos hoy sobre las purgas,
los asesinatos y el terror que imponía Stalin desde varios años
atrás y por aquellas fechas de la visita de Miguel Hernández en
todo el territorio soviético. Los amigos que el poeta se encontró a
su paso por París de vuelta de la URSS (Octavio Paz, Elena Garro,
León Felipe y Alejo Carpentier, entre otros) le asediaban con
preguntas tratando de adivinar sus más íntimos sentimientos. Elena
Garro, esposa de Octavio Paz, repite las insistentes preguntas de
León Felipe: «Bueno, chico, ¿cómo es aquello?... ¿cómo es
aquello?... ¿cómo es aquello?» y cuenta que el poeta solía evadir
estas preguntas diciendo que eran «cosas muy serias, para hablar a
la ligera» de ellas (Ferris, 2010: 434 y Garro, 1992: 132-139).
Curiosamente coincide en esto con la opinión de María Zambrano, la
que encuentra a Miguel a su vuelta de la Unión Soviética, en
Valencia, replegado sobre sí mismo y «enmudecido» (Zambrano, 1984:
171). Daba la impresión de que lo visto y oído durante su viaje le
había afectado profundamente. Tal vez la indiferencia que palpó
fuera de España, sobre todo en Londres y en París, ante la tragedia
española, que él gráficamente y con tanta indignación describe en
sus escritos, ensombreció sus esperanzas sobre el desenlace de la
guerra, aunque es cierto que los artículos publicados no abandonan
el optimismo oficial. José Luis Ferris llega a decir: «no creemos
que la ingenuidad del poeta fuera tan elocuente como muestran sus
escritos, ni que en todo un mes de permanencia en la Unión
Soviética no advirtiera la sombra oscura de Stalin» (Ferris, 2010:
433). Pero ¿cómo?, ¿quién le iba a informar de nada negativo en
aquel viaje bajo la tutela del Partido Comunista? En la misma línea
Andrés Santana Arribas piensa que Miguel Hernández salió muy
cambiado de su experiencia soviética, que el viaje acabó en «una
gran decepción para el poeta español» y que su «fina intuición y
sagacidad» le permitió captar la realidad de su entorno a pesar de
la vigilancia de la intérprete asignada. El crítico confiesa que
esto es una suposición sin base documental (Santana Arribas, 2004:
492). No obstante señala Santana algunos hechos que pudieron tener
un peso importante. El poeta se encontró «con un país pobre, con
una población que vivía míseramente» y debió de observar «sobre
todo en su viaje a las zonas proletarias de Jarkov, en Ucrania, la
gran pobreza existente en la URSS», lo que Santana confirma con el
testimonio de Damián Pretel Martínez, que fue niño de la guerra y
llegó a la URSS en la última expedición de niños españoles a fines
de los años treinta. Habla este autor, que ha sido catedrático de
la Universidad de Granada y alto dirigente del PC de España, de la
gran pobreza de los campesinos y obreros, que por aquellos años
aparecían con «albarcas trenzadas con corteza de árbol», con «tela
de saco atada con cuerdas» como calcetines, y de la gran cantidad
de borrachos que se veían tirados por calles y plazas (Santana
Arribas, 2004: 492-493). Algo de esto sí que pudo verlo Miguel en
sus continuos traslados de un encuentro a otro por más que
intentaran ocultárselo. Y esto pudo originar en su mente un fuerte
choque al compararlo con las maravillas de la fábrica-ciudad de
Jarkov y del país que les estaban enseñando. Miguel Hernández es
consciente del gran esfuerzo que hacían los del Partido Comunista
por darles una impresión apabullante: «Es una gente que no quiere
que nos vayamos de aquí sin llevarnos una impresión profunda de
todo y continuamente nos llevan de un lado para otro y nos acosan a
preguntas y atenciones» (Hernández, 1988: 200). Todo esto le pudo
dar que pensar. En todo caso resulta muy inquietante el silencio
persistente del poeta en conversaciones privadas tanto en París
como en Valencia. Jamás se le oyó hablar entusiasmado, ni siquiera
hablar, sobre las experiencias del viaje según acreditan dos
testigos diferentes: María Zambrano y Elena Garro.
Sabiendo que los
miembros de la expedición de artistas españoles desconocían la
lengua rusa, que, en sus viajes y contactos, dependían totalmente
del guía e intérprete que les asignaba el Partido, y que la
intérprete no los dejaba a sol ni a sombra, como repetidas veces
cuenta el poeta a su esposa, tenían pocas oportunidades de obtener
ninguna información que no fuera la oficial. El poeta pudo, no
obstante, ver y observar escenas y hechos como los arriba citados.
Eutimio Martín, después de sopesar las declaraciones, a su juicio
crípticas, de Elena Garro y María Zambrano, emite declaraciones que
no dejan claro adónde conducen: «No era Miguel Hernández para
comulgar con ruedas de molino, y mucho menos, para enunciar, a
sabiendas, lo contrario de lo que había vivido» (Martín, 2010:
429-430). Precisamente por eso, yo diría que las declaraciones de
las dos escritoras revelan la profunda preocupación del poeta y
justificarían plenamente su mutismo.
Frente a estas
opiniones José Carlos Rovira denuncia a los que hablan de «la
desilusión que el poeta manifestaba al regreso» y de un supuesto
antiestalinismo avant la lettre, y piensa, más bien, que Miguel «de
lo que no tiene tiempo en ese mes es de dudar de nada como habría
hecho quizá en sucesivos decenios y en otras situaciones del siglo
XX» (Rovira, 2010: 61 y 65). También Eutimio Martín protesta contra
los «comentaristas empeñados en presentar a un Miguel Hernández
arrepentido de su militancia comunista», y tras largas reflexiones
concluye que «su fidelidad al compromiso comunista no sufrirá merma
jamás» (Martín, 2010: 329, 433). Comparto plenamente este parecer.
Y sin embargo sospecho que el viaje a la Unión Soviética pudo
debilitarle considerablemente su fe en la victoria republicana en
la guerra en que se encontraba empeñada al percibir la indiferencia
de las democracias europeas y la gran pobreza y carencia de medios
de la URSS, el único país que ayudaba a la República. Tal vez con
ello se resquebrajó en su interior la fe en el triunfo republicano
y el mito del paraíso soviético que habían tratado de mostrarle en
todo su esplendor. ¿Pudo ser ésta la causa de su mutismo? Su
lealtad a la causa republicana siguió inconmovible, como muestran
sus escritos, pero su intimidad pudo muy bien sufrir una conmoción
que le aumentaba la desgana de hablar de ello. El único testimonio
que tenemos al respecto es el de Octavio Paz. En el Congreso
Internacional de 1987 celebrado en Valencia en conmemoración del
Congreso Internacional de Intelectuales Antifascistas de 1937, me
dijo personalmente Octavio Paz que Miguel Hernández a su paso por
París en octubre de 1937 todavía creía en la victoria republicana
[o quería creer] y que, después de hablarle sobre su viaje, le
había dicho: «Cuando ganemos la guerra, no es eso lo que queremos
para España». Si damos valor a este testimonio, del que algunos
desconfían, sería el único que revelaría en el trato privado del
poeta un cierto distanciamiento del entusiasmo oficial que seguía
mostrando en sus escritos.
J. C.
B.—UNIVERSIDAD DE VIRGINIA (EE. UU.)
Bibliografía
citada
FERRIS, J. L. (2010):
Miguel Hernández. Prisiones, cárcel y muerte de un poeta, Madrid,
Ediciones Planeta, Temas de Hoy.
GARRO, E. (1992):
Memorias de España 1937, México, Siglo Veintiuno Editores, s. a. de
c. v.
HERNÁNDEZ, M. (1988):
Cartas a Josefina, Madrid, Alianza Editorial.
MARTÍN, E. (2010):
Oficio de poeta. Miguel Hernández, Madrid, Santillana Ediciones
Generales.
ROVIRA, J. C. (2010):
«Sobre el viaje de Miguel Hernández a la Unión Soviética»,
República de las Letras, Madrid, núm. 116 (abril 2010).
SANTANA ARRIBAS, A.
(2004): «Miguel Hernández y Rusia: encuentro de dos almas gemelas»,
en Presente y futuro de Miguel Hernández, Actas del II Congreso
Internacional Miguel Hernández, Orihuela (Alicante), Fundación
Cultural Miguel Hernández, 2004.
ZAMBRANO, M. y ORTEGA
Y GASSET (1984): Andalucía sueño y realidad.
Ensayo, Granada,
Biblioteca de la Cultura Andaluza, Edición E. A. U. S. A.
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