El 1 de
julio celebramos el centenario del nacimiento de Onetti, uno de los
mejores escritores que ha dado América Latina en el siglo pasado.
La revista ÍNSULA ha querido sumarse a los homenajes que se
prodigan a ambos lados del Atlántico con un monográfico dedicado a
la vida y obra de este genio uruguayo. Porque Onetti sólo se parece
a Onetti, y ha llegado a convertirse en una marca registrada. Marca
de independencia, autonomía, intensidad, inconformismo, ludopatía,
autoconciencia y fe obscena en el oficio literario. La narrativa
que nos ha legado Onetti revela como ninguna el sinsentido vital,
la incomunicación, marginalidad, frustración, sufrimiento y
resignación humanos. Por eso Onetti no atrae a los lectores con
anécdotas —la acción—, sino con los temas de su
escritura. Así, su poética conmueve sobre todo a los que conocen la
cara de la desgracia; a los que habitan en pozos o astilleros y
saben que la vida es breve y está llena de adioses; a los que no
temen a los infiernos ni a la realización de sus sueños; a los que
son capaces de oír hablar al viento y pisar una tierra de nadie,
poblada de tumbas sin nombre; a los que gustan vivir largas
historias de una noche en las que se enamoran de novias robadas,
tan tristes como ella, justo entonces, cuando ya no importa. En
definitiva, los lectores de Onetti son siempre individuos osados,
pasionales y adictos (crea una dependencia feroz de su letra) que
devienen narradores ante relatos cimentados en silencios y vacíos
plurales. O mejor: su ficción tiene la forma de una malla perforada
por una miríada de disparos. Estos agujeros tienen un tamaño dispar
—además de quemaduras y residuos de pólvora negra— y
pueden ser cubiertos por el lector, que apretando el gatillo
rellena orificios con su propia munición (preferiblemente Full
Metal Jacket): «hay que disparar», sentenció Onetti en Tierra de
nadie. Pero lo relevante no es tanto la interpretación (si algo nos
enseña Onetti es que hay tantas realidades como subjetividades),
sino la interrogación in perpetuum, la reflexión sobre las formas
acribilladas de Onetti; sobre las figuraciones, y sentidos, que
conforman esos huecos en asociación o separados. Pero también
habría que poner atención a las características del arma que
dispara —calibre, velocidad—, e intentar saber hacia
dónde apunta y cómo lo hace.
La
relación de Onetti con las armas es prolija. Jorge Ruffinelli, en
una entrevista, menciona un truculento episodio en el que su
particu - lar sombrero fue agujereado por una bala. Parece que el
tiroteo ocurrió durante un viaje del uruguayo a Bolivia en 1956.
Onetti explica: «De lo que me acuerdo es de eso: de tener a un
indio con el rifle apoyado en mi barriga mientras me dice exaltado:
«Te voy a matar, hijo de puta [...] Y la mujer atrás, llorando: «No
lo matés, por favor, no lo matés». Yo tenía una indiferencia total,
no de coraje, sino como un estado psicológico; ni sombra de miedo,
como si estuviera soñando. Lo único que atinaba a decir era: «¡Pero
cómo me vas a matar a mí, si soy uruguayo!»» (1976: 218). A
continuación, le pregunta Ruffinelli: «¿Y el agujero en el
sombrero?», y responde Onetti: «Debió ser un fragmento de la bala,
que me tocó el sombrero. Luego, claro, la leyenda va creciendo,
como el brazo de Valle Inclán» (1976: 218). Esta anécdota, además
de dar buena cuenta del humor e ironía de nuestro autor centenario,
refleja perfectamente los rasgos de su narrativa: la evasión hacia
el sueño, la fragmentación, y la presencia de agujeros y puntos
ciegos en sus textos, que paulatinamente van creciendo. Como señala
Fernando Aínsa, se trata de «Una narrativa aposentada en un agujero
cuya irresistible atracción gravitatoria nos empuja desde la
oquedad de El pozo a la del húmedo nicho en «el cementerio marino»
de la última página de Cuando ya no importe» (2002: 204).
Pero
Onetti no es un disparador cualquiera, es un francotirador de élite
que dispara con un fusil, desde un lugar oculto y distancia larga,
al objetivo seleccionado. La presencia del francotirador tiene que
pasar desapercibida, y sólo debe utilizar una bala por blanco. La
posición, la perspectiva y el pulso son cruciales. Y de esta manera
funciona el dispositivo literario de Juan Carlos Onetti. En sus
disparos de ficción se evidencia la problemática de la resolución
formal, de tal modo que todos los elementos que se trenzan en la
narración dependen del desplazamiento y la arbitrariedad de los
puntos de mira, que se subordinan al enfoque del sujeto de la
enunciación. En su orbe literario las historias son relativas,
parciales y arbitrarias, aunque la mayoría proceden de una imagen
—objetivo— bien definida. Onetti apunta y dispara. Esto
es, la imagen dispara la ficción y pone en marcha un mecanismo
múltiple de infinitas conjeturas, adivinaciones, especulaciones,
deducciones y reflexiones. Onetti continuamente da en el blanco.
Sin embargo, aunque investiguemos la trayectoria de la bala, nunca
estaremos seguros de la posición exacta del francotirador ni de la
munición utilizada.
Calibre
38
Existe
una extraordinaria fotografía del uruguayo en la que apunta
indolente a la cámara con una pistola. Y es que Onetti es todo un
personaje. Un personaje algo anacrónico (como la mejor literatura),
esquivo, solitario y bastante huraño. Era un hombre de silencios en
sus conversaciones, con cierta tendencia a la síntesis,
«ente-resumen», que solía poner en guardia a sus interlocutores.
Por estas razones —y algunas otras— concedió escasas
entrevistas, hasta que se volvió más tolerante y permisivo en
Madrid, donde permaneció exiliado desde 1975 hasta su muerte en
1994. Precisamente, a propósito de una de estas conversaciones
madrileñas en las que aceptaba ser interrogado tumbado en la cama y
parapetado de libros, Teresita Mauro cuenta la siguiente anécdota:
«cada vez que intentaba hablar de su último libro, me apuntaba con
el revólver calibre 38 —hermoso mechero que acaba de traerle
Dolly como recuerdo de su gira musical por Suiza—. Obviamente
me asegura que posee permiso para portar armas» (Mauro, 1990: 45).
La imagen, que nos remite a la foto señalada, es reveladora: Onetti
(nos) apunta (con la bala o la pluma) y (nos) dispara. Así es su
imaginario narrativo: donde pone el ojo, pone la bala. Su precisión
es absoluta a la hora de colocar palabras que sugieran mucho y
susciten ambigüedad. Explica Onetti: «mi mejor ambición es conocer
casi todas las palabras que están a mi disposición en el
diccionario, que yo podría usar sin repugnancia [...] y emplearlas
con tal exactitud que no admitieran sinónimos, y en el momento
preciso. Esta ambición irrealizable alcanzaría, supongo, para
llenar los años de vida activa de un escritor» (1976: 208). Esto se
cristaliza en una escena de Cuando entonces, en la que Lamas
comenta que su «escritorio ideal» debería tener una multitud de
cajoncitos que vendrían a fungir de archivos para adjetivos,
adverbios, sustantivos, etc. La palabra exacta tiene el poder de
modificar un destino, como lo tiene una bala certera, del calibre
38, el más célebre y común en el mundo policial —tan caro a
Onetti— desde los cincuenta a los ochenta. Un calibre
«especial», como la prosa de Onetti, cuyo estilo «es tan
eficazmente funcional desde la primera hasta la última línea que
parece invisible, no estar allí, desaparecer en lo que narra, el
supremo éxito de una ficción: no parecer escrita sino ocurrida,
vivida» (Vargas Llosa, 2008: 139).
¡Bang!
El
verdadero artista no debe pisar —habría de advertir el
uruguayo— las huellas de otros, sino forjarse un camino
propio. La trayectoria que siguió Juan Carlos Onetti no la encontró
ni delante ni detrás de él, sino dentro. Y lo mismo sucede cuando
leemos sus narraciones: Onetti aparece dentro de nosotros. Los
lectores de este monográfico sentirán la expansión de la esencia
onettiana creciendo en su interior a medida que vayan pasando las
páginas. Los ensayos aquí presentados —con ilustraciones de
Olga Rienda—, desde el primero de Mario Vargas Llosa hasta el
último de Fernando Aínsa, dan cuenta de aspectos de su obra y su
figura que no habían sido abordados anteriormente, arrojan nuevas
luces y proponen insólitos cruces con motivos de su ficción, con
otros autores u otras artes. Todos nos hemos convertido un poco en
Onetti escribiéndolo. Así, hallamos diez francotiradores literarios
(a los que agradecemos sobremanera su colaboración) que han
disparado un sinfín de balas que vuelven a perforar la obra de este
rioplatense universal, enriqueciéndola para sus lectores, neófitos
o adictos. Porque Onetti es la marca registrada de un «escritor
fracasado », que sigue triunfando y dura: «Durar frente a un tema,
al fragmento de vida que hemos elegido como materia de nuestro
trabajo, hasta extraer, de él o de nosotros, la esencia única y
exacta. Durar frente a la vida, sosteniendo un estado de espíritu
que nada tenga que ver con lo vano y lo inútil, lo fácil, las peñas
literarias, los mutuos elogios, la hojarasca de mesas de café.
Durar en una ciega, gozosa y absurda fe en el arte, como en una
tarea sin sentido explicable, pero que debe ser aceptada
virilmente, porque sí, como se acepta un destino» (Onetti, 1976:
22).
Ahora,
sólo queda dar el disparo de salida: ¡bang!
Bibliografía citada
AÍNSA,
F. (2002): «Una lección de piedad y resignación en el desamparo y
la derrota. El melancólico despojamiento de certidumbres de la obra
de Onetti», Actas del Coloquio Juan Carlos Onetti. Nuevas Lecturas
críticas, París, UNESCO, pp. 213-216.
MAURO,
T. (1990): «Conversaciones de Onetti», Juan Carlos Onetti,
Barcelona, Anthropos, pp. 41-82.
ONETTI,
J. C. (1976): Requiem por Faulkner y otros artículos, Buenos Aires,
Calicanto.
VARGAS
LLOSA, M. (2008): El viaje a la ficción. El mundo de Juan Carlos
Onetti, Madrid, Alfaguara.
A. G.
C.—UNIVERSIDAD DE GRANADA
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