INSULA

Letras argentinas. Un nuevo comienzo. Revistas. Poesía. Teatro.
Número 715-716. Julio-Agosto 2006

 
 

Roxana Patiño / Revistas literarias y culturales argentinas de los 80 : usinas para pensar una época.


 

Si el libro sigue siendo el fruto de la decantación de un proceso intelectual y creativo cuya morosidad aun los más cercanos al mercado no se atreven a desafiar en sus extremos, la revista -por el contrario- en su implícita conciencia de fugacidad, nos acerca más a la búsqueda de los impulsos de un cambio cultural, de su nervio por un futuro a todas luces inminente y por un presente que deja de serlo por imperio de una escritura que sentencia su agotamiento. No hay modo de indagar un imaginario cultural moderno sin recurrir a esas «antenas» de lo nuevo. Y, paradójicamente, lo que denuncia esa pulsión al futuro es, al mismo tiempo, lo que evidencia -cuando no se toca eficazmente el aire de los tiempos- su irreductible vetustez, su condena al inmediato olvido.

Hijas de la modernidad y de la constitución de la esfera pública más temprana, las revistas acompañaron las formaciones intelectuales y artísticas provenientes de las franjas más innovadoras de los campos culturales en pleno proceso de autonomización. Fueron, en muchos casos, el órgano de esa declaración de independencia de las otras esferas. Intelectuales y revistas son una dupla de presencia revulsiva en el imaginario de la modernidad. Lo público es, por excelencia, el lugar de despliegue de sus intervenciones. En el imaginario moderno, el intelectual es una figura que construye, como lo requiere Edward Said, representaciones articuladas de una sociedad y una cultura. El vasto entramado simbólico del que está hecho un imaginario moderno incluye en su sistema de identidades y funciones aquella destinada a que los intelectuales condensen las representaciones de ideas, valores y experiencias que den las claves para interpretar una época. Las revistas, creo, han sido el escenario privilegiado de esas «máquinas de interpretar».

«La historia de la literatura moderna -dice Octavio Paz-, en Europa y en América, se confunde muchas veces con la de las revistas literarias.» Podríamos ir aún más allá y decir: es posible hacer una historia de la literatura moderna siguiendo los trazados radiales de las revistas, o más precisamente, ninguna historia cultural o literaria podría prescindir -a riesgo de cortar un riquísimo tejido de religaciones- del recorrido por ese «entrelugar», esa multiplicidad de fragmentos que es más que la suma de todos ellos y cuya riqueza habilita una lectura compleja de una sensibilidad social y cultural de una época.

Los intelectuales modernos, particularmente los comprendidos entre los dos últimos fines de siglo, se desplazan al periodismo desde que su función cambia en el siglo XIX, pero mantienen de su antigua identidad la clave política de su intervención. Son los «legisladores » de un orden que han contribuido a conformar, como sostiene Zigmund Bauman. De allí que la gran mayoría de las revistas culturales o literarias, aun las más esteticistas, contengan una «política» que las mantiene estrechamente vinculadas a la esfera pública, a sus tensiones y redefiniciones. Lo público no deja de ser el espacio de alineamiento o conflicto, aun cuando el debate del que se trate se circunscriba a una técnica literaria o a la predominancia de un género.

Desde este enfoque resulta posible entender en toda su potencialidad el rol de las revistas culturales y literarias argentinas de los cruciales años ochenta. Cruciales para la vida política, social y cultural que requirió de sus intelectuales un fuerte reajuste de sus roles e identidades constatable en las revistas del periodo. A principios de esta década comienzan a perfilarse en Argentina las condiciones para una apertura democrática, las primeras desde el inicio de la dictadura militar en marzo de 1976. En 1981, cuando se produce el primer recambio presidencial del general Videla al general Viola, se abría un proceso de estrecha apertura política que hacía percibir un largo camino hacia la restauración democrática. Pero los lentos tiempos en los que el régimen había planteado los pasos de la transición se aceleraron y literalmente colapsaron con la derrota de la Guerra de Malvinas contra Inglaterra, en junio de 1982.

En esa fecha se abre lo que se conoce como el proceso de transición. Extraída del campo político, esta denominación que definió las instancias del traspaso del gobierno del régimen dictatorial al régimen democrático a partir de diciembre de 1983, también abarcó el proceso dentro del mismo gobierno democrático. La debilidad de la nueva institucionalidad política hizo que, hasta muy avanzada la década, no se pensara en una democracia medianamente consolidada. Pero no se trata sólo de un campo político en transición. El entramado social completo debe pasar por esos años por un proceso de transformación de una fuerte matriz autoritaria cuyo origen no data de la última dictadura militar, sino que se remonta, al menos, al largo periodo de inestabilidad institucional y rupturas del orden democrático inaugurado en el siglo XX por el golpe de estado de 1930. La democratización abre una instancia de cambio en la sociedad hacia una nueva cultura política que debe, al mismo tiempo, reconstruir una esfera pública obturada por años de censura y represión y luchar por la eliminación de los patrones autoritarios internalizados en los microcontextos de la vida cotidiana.

En el campo cultural, a la par de la euforia por la democracia recuperada, se instalará casi excluyentemente la necesidad de debatir las relaciones entre cultura y política a partir de lo que ya se denominaba la «cuestión democrática». En el marco general de la crisis del marxismo que eclosiona en 1989 con la caída del muro de Berlín y en 1991 con la de la Unión Soviética, los intelectuales de las diversas fracciones del peronismo y de la izquierda intelectual argentina enfrentaron una transición doble: en el momento de reestructuración y crítica de sus identidades político-ideológicas deben asimismo, y por lo mismo, pensar los nuevos modos de relación entre cultura y política.

Luego de una larga hegemonía de la cultura política de izquierda en el campo cultural -que arranca a mediados de los cincuenta y se prolonga hasta principios de los ochenta-, se produce una serie de cuestionamientos a sus contenidos que provienen desde el mismo sector de la izquierda. El nuevo escenario de la transición no es ya un espacio construido desde el autoritarismo, pero, al mismo tiempo, tampoco es un espacio frente al cual los artistas y escritores que provenían del peronismo y la izquierda pudieran seguir desplegando, sin una autocrítica previa, el mismo fundamento revolucionario que había legitimado las prácticas culturales durante los sesenta y los setenta.

En efecto, la recolocación de los intelectuales y escritores respecto de una nueva cultura política democratizante será uno de los principales ejes del cambio cultural, si bien no en el mismo momento: de allí las polémicas, de allí también los tensionados desplazamientos. La reestructuración parcial o total de sus tradiciones ideológico-políticas genera consecuentemente una crisis en los paradigmas estético-culturales predominantes en el campo y una redefinición de las tradiciones culturales, de sus relaciones con la política, del lugar y de la función del intelectual y el artista. La literatura es parte de este proceso general, y tal vez uno de sus escenarios más privilegiados.

El periodismo cultural ofrece una inmejorable posibilidad de visualizar ese «lugar» (ideológico, estético) que ocuparon los escritores argentinos en el momento mismo de redefinición de sus coordenadas literarias. Esto se entronca con una rica tradición de la cultura argentina que expuso sus principales núcleos de debate en revistas y suplementos literarios, de Martín Fierro (1924-1927) a Sur (1931-1979), de Contorno (1957-1959) a Punto de Vista (1978-continúa); del suplemento literario de La Nación, baluarte de la cultura liberal, y Clarín, representante del nacionalismo cultural moderado, no peronista, hasta el de La Opinión, en los años setenta, emblemático representante de la cultura «nacional y popular» y el de Página 12, en los ochenta y noventa, vocero del progresismo cultural de la posdictadura.

La cultura argentina: espacios y tiempos fracturados

La premisa principal que la crítica tiene en cuenta cuando se habla de la producción literaria e intelectual durante la dictadura es que se trata de un campo fracturado entre aquellos escritores exiliados y los que permanecieron en el país. Por razones inherentes a esta división, los debates y las estrategias para desplegarlos en cada uno de estos ámbitos no fueron iguales ni tampoco sincronizados. Las discusiones que en la izquierda comienzan en el exilio a fines de los setenta, se instalan en Argentina a partir de un pequeño grupo recién comenzada la transición y se expanden durante la democratización, entre 1984 y 1987. Por su parte, si bien algunos intelectuales aislados y no «orgánicos» reflexionaban sobre el tema, en el peronismo este proceso permanece paralizado en los términos en que los deja las consignas del 73 (año de inicio del tercer gobierno de Perón que cae con el golpe del estado de 1976): el populismo y el nacionalismo cultural. No hay revisión en la matriz cultural del peronismo hasta su derrota electoral en 1983, cuando un grupo de políticos e intelectuales inicia lo que se conoce como la «renovación peronista ». Estas dos son las zonas del campo cultural de mayor actividad en los debates y propuestas de la primera etapa de la década. La densidad disminuye en otros grupos más vinculados a las vanguardias estéticas y tiene registros de superficie en la zona vinculada a la tradición liberal.

En virtud de esta división podríamos identificar, en el ámbito de las revistas publicadas en Argentina, un conjunto de publicaciones que podríamos sumariamente llamar de «resistencia» o disidencia a la dictadura. Las vincula esta común postura frente al contexto de censura y opresión cultural: Punto de Vista, Nova Arte (1978-1980), Ulises (1978), Brecha (s/f ), Crear (1980-1984), El Ornitorrinco (1977-1987) -la revista que completa la zaga de publicaciones dirigidas desde la estética del compromiso por el escritor Abelardo Castillo-, y dos revistas de poesía: Xul y Último Reino. Muchas de estas publicaciones cumplieron con su rol de generar un entramado alternativo de la cultura censurada por el régimen, pero no sobrevivieron a este gesto. Concebidas como revistas de resistencia, no consiguieron articular propuestas superadoras de esa instancia cuando se abrió el proceso democrático.

Un caso semejante, con matices propios, ocurre con una revista cultural del exilio mexicano. Controversia (1979-1981) fue la revista que agrupó a un importante sector de la izquierda intelectual de los sesenta y los setenta que había dejado sus huellas en emblemáticas revistas como Pasado y Presente (Córdoba, 1963-1965) y Los Libros (1969-1976). Para estos escritores y pensadores (José Aricó, Nicolás Casullo, Héctor Schmucler, Oscar Terán, Jorge Tula, Juan Carlos Portantiero, Sergio Buffano, Rubén Caletti, entre los principales) que provenían tanto del marxismo gramsciano y del marxismo leninismo, como del peronismo de izquierda, la reconsideración crítica de sus tradiciones de pensamiento político es una condición indispensable para pensar una nueva agenda cultural. El reconocimiento del fracaso (lo que se llamó «pensar la derrota») se convierte en el punto de partida para toda reflexión futura sobre un proyecto político y cultural. No es éste un dato menor: se trata de intelectuales que habían marcado el rumbo de las orientaciones culturales de la Argentina hasta el momento previo al golpe y que tendrán una decisiva actuación en el periodo alfonsinista. Los 14 números de la revista están destinados a esta revisión crítica: la crisis del marxismo, el análisis de la izquierda argentina y latinoamericana, la problemática del peronismo, la redefinición del intelectual frente a la democracia, la literatura y la producción desde el exilio. Junto a estos tópicos está incluido el análisis de la literatura. La revista dedica un dossier al tema «Exilio y literatura» (núms. 11-12, 1981), recogiendo las polémicas que se estaban entablando en el país y en el exterior entre escritores y críticos literarios. Planteos acerca del rol de los escritores que permanecieron en el país, cuestionamientos desde/hacia los que se fueron, disidencias sobre la composición del corpus de obras a considerar como la literatura argentina del periodo, etc., son los más comunes a estas polémicas que, tenues y solapadas durante la dictadura, eclosionaron en el inicio de la transición (1). Controversia dejó de publicarse en 1981 porque no pudieron conciliarse las líneas internas de la revista: peronistas y socialistas, comenzada la transición, comenzaron también a alinearse en lados opuestos. En los dos ámbitos de este campo fracturado, los tópicos que habían ayudado a sobrellevar la dictadura no conseguían articular pasajes hacia una nueva etapa de reconstrucción cultural.

Hubo, sin embargo, valiosos y variados espacios «de pasaje». Es sabido que en periodos de obturación de la opinión pública, la cultura se entremezcla por discursos no autorizados como tal. Dos ejemplos dentro del periodismo masivo: la revista Humor, nacida en 1978, fue una publicación desde donde se construyó un discurso cultural disidente que, cruzado con la sátira y el registro humorístico, pasó tolerado por el régimen; y la revista El Porteño (1982-1993), que aprovechó la liberalización producida durante la guerra de Malvinas para lanzar un discurso opositor que luego el gobierno no consiguió hacer retroceder. Dentro del ámbito específicamente cultural, El Porteño cubre la llegada de los escritores exiliados, la gestación de los movimientos de DD. HH. y otros movimientos artísticos que impulsan la apertura democrática. Ambas revistas lograron traspasar la transición y fueron altamente representativas de este periodo. Las nuevas propuestas culturales y literarias hallaron en sus números espacios de inserción que las conectaba con el gran público.

En el circuito más restringido al campo intelectual y específicamente literario, la conducción de los principales debates y las reformas más importantes a la tradición literaria argentina recae en la revista Punto de Vista. Iniciada en 1978 como intento de continuación de la revista Los Libros, censurada en 1976, el núcleo inicial de la revista -compuesto por Beatriz Sarlo, Carlos Altamirano, Ricardo Piglia, María Teresa Gramuglio y Hugo Vezzetti- se revelará recién en el número 12, de julio-octubre de 1981, cuando la distensión del régimen permite el abandono de los pseudónimos, la constitución de un Consejo de Dirección y el paso de la conducción de la revista de un desconocido Jorge Sevilla a una cada vez más reconocida intelectual del campo: Beatriz Sarlo. Punto de Vista es la única revista que atraviesa todo el periodo que estudiamos -prosigue hasta hoy- y es la que con mayor coherencia consiguió avanzar de la posición de revista de resistencia hacia los desafíos de ser un espacio de debate de la cultura de la democratización. Esto se debe en gran parte al hecho de que la revista no «tematizó» la disidencia; su intervención apuntaba más bien a poner en circulación otros discursos -desde la crítica cultural y la teoría literaria hasta la reflexión sociológica y la historia intelectual- que en sí mismos implicaban una opción refractaria a los discursos autoritarios, no sólo políticos sino propiamente culturales. El «derecho al punto de vista», tal como lo reclama la revista, posibilitó la introducción de nuevos discursos que, al decir de su directora, «eran más de lo que decían», es decir, implicaban opciones teóricas que, como veremos a continuación, marcaban un fuerte viraje respecto del propio repertorio teórico anterior así como del paradigma propulsado desde el régimen.

Otro de los méritos de la revista: consiguió mantener los puentes tendidos entre las dos partes del campo dividido por el exilio. Poseía un sostenido contacto con los debates externos, particularmente con el de los exiliados en México y el grupo de Controversia, al mismo tiempo que dinamizaba el quietismo local. Sintonizó y «suturó» ambas zonas en un momento en el que más belicosamente se hablaba de una cultura nacional producida en la Argentina y una cultura del exilio. Esto permitió que amplias zonas del campo se hicieran cargo del elenco de propuestas de la revista y la colocaran en un lugar central en el momento de la apertura democrática. De este modo, Punto de Vista pudo incorporar en su consejo de dirección y de colaboradores, a partir de 1983, a escritores e intelectuales que provenían del exilio, como José Aricó, Juan Carlos Portantiero, Oscar Terán y Emilio de Ipola. De esta fusión surge en 1984 el Club de Cultura Socialista, en la que se incluyen la mayoría de los integrantes de Controversia. Desde allí se creó un foco de intenso diálogo y colaboración con el proyecto de gobierno de Raúl Alfonsín.

Pero ¿cuál es el principal aporte de Punto de Vista a la literatura? En el editorial del núm. 12, ya mencionado, se expresa:

«Existe una tradición argentina que los que hacemos Punto de Vista reconocemos: una línea crítica, de reflexión social, cultural y política que pasa por la generación del 37, por José Hernández, por Martínez Estrada, por FORJA, por el grupo Contorno. Descubrimos allí no una problemática identidad de contenidos, sino más bien una cualidad intelectual y moral».

Este gesto inaugural tardío indica una suerte de pasado en limpio que sirve para encolumnar sus propuestas en el marco de esa tradición así enunciada, al mismo tiempo que ofrece la clave para interpretar lo que seguirá. En los años siguientes, al menos hasta el final de la década, la revista llevará adelante dos operaciones principales: una puesta al día de la crítica y, paralelamente, una redefinición de las líneas de la tradición literaria argentina. La primera representa un avance y revisión crítica respecto de los instrumentos teóricos que dominaron en la década anterior: el estructuralismo lingüístico, literario y antropológico, el psicoanálisis lacaniano, la lectura althusseriana de la teoría social, entre los principales. Muy tempranamente se pone de manifiesto la intención de buscar alternativas en nuevas lecturas o relecturas de la historia de las ideas, la teoría política, la sociología de la cultura y la crítica literaria. Desde esta estrategia de búsqueda, se introduce el último Barthes, la sociología de Pierre Bourdieu y los estudios culturales británicos, particularmente Raymond Williams, autores cruciales para la reforma de la crítica literaria de los próximos años.

En relación a la redefinición de las líneas de la tradición literaria argentina, Punto de Vista pone en marcha un gigantesco sistema interpretativo basado en una relación diferente entre política, ideología y literatura. No hay núcleo importante de la literatura argentina que quede fuera de la «relectura» de Punto de Vista: Sarmiento y el Facundo, José Hernández y Martín Fierro, la generación liberal de 1880, el nacionalismo cultural del 900, Borges y la vanguardia, el grupo Sur, Martínez Estrada, el grupo Contorno, entre los principales. Hay en este trabajo interpretativo una voluntad de lectura de la tradición literaria hecha a partir de obras y autores que operaron como revulsivos en la literatura nacional. De este modo, hay una clara relectura de Sarmiento, Borges y las vanguardias, una puesta en valor de temas demonizados por la crítica literaria de izquierda desde que la revista Contorno le había arrebatado la hegemonía crítica a la cultura liberal representada por Sur.

En otras palabras, Punto de Vista completa aquello que Contorno no había podido leer, revisa y ordena lo que un nuevo paradigma de lectura posibilita una vez reprocesadas claves ideológico-políticas que operaron como barreras para la ampliación de la mirada crítica en las décadas anteriores. Hay una hiperconciencia de este proceso en los redactores de la revista: todo su sistema de elección temática está al servicio de esa operación.

Avatares de la democratización cultural

El conjunto de escritores e intelectuales que participaron en las revistas que acabamos de reseñar describen un desplazamiento ideológico común: la crisis de los presupuestos ideológicos que se había tematizado en el exilio o problematizado a través de otras estrategias dentro del país, se vuelve objeto expreso de reflexión cuando se abre el periodo democrático. Desde este sector, entonces, se plantea una revisión crítica del paradigma marxista que produzca un pensamiento socialista renovado, reformado, cercano al paradigma democrático, a tono con los aires socialdemócratas europeos del momento y con las demandas de una sociedad en pleno proceso posdictatorial. Este viraje es esencial para pensar los contenidos de una cultura y los fundamentos de una literatura que busca nuevas claves de enunciación dentro de un nuevo espacio no obturado por el antagonismo de fracciones ni la censura autoritaria.

Avanzado el proceso de democratización, entre 1984 y 1987, las posiciones en el campo cultural argentino tienden a polarizarse. Las revistas son un buen espacio para vislumbrar esas posiciones. Si bien la alta legitimidad alcanzada por Punto de Vista era visiblemente importante -su condición de árbitro de los debates y consagrador de temas y escritores del momento así lo testifican-, su recolocación produce una tensión en otros sectores de la izquierda cultural que no habían realizado los mismos desplazamientos ideológicos. Algunas de estas posiciones pueden rastrearse en un conjunto de revistas que surgieron a partir de la instauración democrática y que se ubican polémicamente en relación a Punto de Vista y su entorno. Se trata de publicaciones de corta vida, pero de concentración cuantitativa. Pie de Página (1983-1985), Mascaró (1984-1986), Praxis (1983-1986) y La Bizca (1985-1986), componen una zona generacionalmente más joven y permiten reconstruir la línea que, arrancando del tronco común de las revistas de la disidencia cultural a la dictadura, toman el relevo de aquéllas y se ubican en el periodo de la democratización manteniéndose dentro de las consignas de la izquierda marxista. En consecuencia, la tensión con el otro sector de la izquierda cultural, cuyo faro principal es Punto de Vista, se irá acrecentando hasta llegar a su pico entre 1985 y 1987 (2). Podría decirse que fue el debate en torno a los paradigmas políticos para pensar la cultura los que dirimirán las zonas de la literatura que cada sector privilegiará.

Otra zona del campo literario que deberemos auscultar en este periodo es la representada por la vanguardia estética, cuya mejor representante es la revista Sitio, que publicó siete números entre 1981 y 1987. Al grupo nuclear compuesto por Ramón Alcalde, Eduardo Gruner, Jorge Jinkis, Luis Thonis, se le agrega un entorno de colaboradores como los escritores Osvaldo y Leónidas Lamborghini, Néstor Perlongher, Arturo Carrera, Enrique Pezzoni, Luis Chitarroni y Silvia Molloy, entre los más frecuentes. Sitio proyecta en la década del 80 las tendencias desplegadas por su antecesora, la revista Literal (1973-1977), dirigida por Germán García, Osvaldo Lamborghini y Luis Gusmán. Desde el ensayo a la poesía, una voluntad de cruce de textualidades residuales, coloquiales y eruditas, un trabajo implacable con los significantes, recorre este discurso neo-barroco (o neo-barroso, como lo definiría Perlongher) que invade y corrompe los discursos consolidados, sociales o literarios.

Sitio es una revista donde puede detectarse más tempranamente la absorción de ciertos tópicos del pensamiento posestructuralista: su teoría de la escritura, principalmente. La resistencia a generar un discurso colectivo está, por otra parte, excluida de su mira. El lugar de Sitio es más bien un «no lugar» que en el discurso no se posa sobre ninguna certeza, ya que la certidumbre es una moneda tranquilizadora que intercambia «palabras por sentido». Tal como lo afirma E. Gruner en uno de los textos del editorial del núm. 1 escrito a «tres voces» por sus hacedores;

«la moneda de lo comunicable hace a la literatura esclava de las intenciones, práctica escatológica, donadora de certidumbres [...]. El lugar de lo literario [...] es el de la interrogación. Que no podría coincidir ni con la plena certidumbre ni con la nada, sino que sobrelleva en el acoso insistente de esos dos antagonistas, en permanente estado de sitio» (p. 6).

Se trata de una actitud claramente diferente frente a la literatura que reserva para ella el derecho a no apoyarse en los lugares autorizados de los discursos centrales ni tampoco en los que se oponen a ellos cuando su condición es la ilusión realista de lo representacional. La oposición está en la diferencia, en el desvío y el descentramiento que el desmoronamiento de los metarrelatos habían dejado como secuela. El lugar de la diferencia es la lengua. Detectamos aquí una operación a contrapelo de las anteriores, que desestima por engañosa toda «política de la cultura» y deposita en el lenguaje la posibilidad de una política. Claro que para eso es necesario una reforma en la función intelectual ya que, según esta línea de pensamiento, es «siniestra» la función del escritor que se propone la enunciación de una política literaria, parapetada en un realismo tanto de derecha -que «pasa el trapo a la moral sobre las razones del orden»- como de izquierda -«cuya ideología se agota en el gesto progresista que evita pagar el precio de las verdades que anuncia», según afirma Jorge Jinkis en el mismo número.

La bisagra hacia los noventa

Hacia final de la década del 80 se produce una segunda transición cultural que opera como «bisagra» entre las dos décadas. Como caso paradigmático hemos elegido la revista Babel (1988-1991) para enfocar, dentro de su breve existencia, algunas claves sobre los cambios sustanciales en los núcleos del pensamiento cultural entre los 80 y los 90. En esos pocos pero intensos años se concentra un momento de la cultura intelectual y literaria argentina en la que se produce un movimiento de trasmutación de los fundamentos del pensamiento que sostuvieron hasta entonces, y aunque con módicas reformas, un conjunto importante de escritores e intelectuales del período. Una transformación que arranca en el fracaso del proyecto intelectual que se vinculó al democratismo alfonsinista y que se interna en el clima de «miseria de ideas» del neoliberalismo menemista. La revista puede concebirse como «laboratorio de ideas» de un denso caudal teórico y crítico que marcará una nueva redefinición de la tradición intelectual y literaria canalizada, luego de su corta vida, por el conjunto de revistas de los años 90.

Babel, revista de libros, editó 20 números hasta 1991, bajo la dirección de Martín Caparrós y Jorge Dorio. La revista congrega en su grupo nuclear a Daniel Guebel, Alan Pauls, Luis Chitarroni, Sergio Chejfec, Ricardo Ibarlucía y entre su grupo ampliado de colaboradores una cantidad y calidad de críticos y escritores como hacía mucho no se veía en una publicación cultural: Horacio González, María Moreno, Daniel Chirom, César Aira, Nicolás Casullo, Christian Ferrer, Charlie Fieling, Ricardo Forster, Germán García, Horacio González, Eduardo Gruner, Mario Herrero, Daniel Link, Marcos Mayer, Graciela Montaldo, Eduardo Rinesi, Daniel Samoilovich, Matilde Sánchez, Horacio Tarcus, entre los principales colaboradores circunstanciales y extrageneracionales: Beatriz Sarlo, Héctor Schmucler, José Aricó, Nicolás Rosa, Ricardo Sidicaro, entre muchos otros.

Como puede verse en esta lista, la revista concentró una sustancial cantidad de participantes y colaboradores que representan, precisamente, estas líneas de debate que luego se profundizarán. Más allá de su grupo nuclear, vinculado a un espacio que relacionaba la práctica académica en la universidad de la democratización y la intervención en los medios, la revista atrae a un conjunto de intelectuales de diversas franjas generacionales e ideológicas que más tarde se reconcentrarán dentro de espacios aún más restringidos de interlocución. En ese sentido, la revista es, efectivamente, una «babel» de lenguajes y de generaciones presentes en una época que cierra y abre problemáticas diferenciadas en el pensamiento cultural argentino (3).

Babel se presenta como una «revista de libros» e irónicamente se subtitula: «Todo sobre los libros que nadie puede comprar», en directa alusión al proceso hiperinflacionario que afectó a la Argentina a fines de los 80. Desde el punto de vista de su presentación formal, instaura una duplicación. Por un lado, es una revista de reseñas bibliográficas dividida en secciones fijas (Actualidad, Ciencias, Humanidades, Infantiles, Psicología, Narrativas, etc.) a la manera de un neutro catálogo de una revista de novedades editoriales, con la infaltable presencia de un «Anticipo»; por el otro, el «catálogo propio», su propio diseño del canon, con secciones acordes a su promoción. La mayor parte de la revista está compuesta por reseñas de breve factura. El diseño de catálogo para el mercado muestra permanentemente el revés de su propósito. Al gesto de despliegue formal de las novedades editoriales que generalmente van dirigidas, en un lenguaje informativo y casi neutro, a un lector poco o nada anoticiado del contenido del libro, se le impone su reverso: una densa urdimbre de discursos en registro ensayístico que supone una alta competencia del lector respecto del universo de ideas que rodean al libro en cuestión. De este modo, entre reseña y reseña, se trama un asistemático circuito de ideas que da la identidad a la revista por fuera de toda intención programática y de todo gesto manifestario propio de una revista de vanguardia, y cuyo trayecto puede ser detectado tanto en una reseña de un libro de política como de literatura infantil. El staff de colaboradores y autores de las reseñas proviene de la amplísima gama ideológica y generacional que rodea al grupo nuclear de la revista, y no puede ser identificado como un conjunto «compacto» en ninguno de los dos sentidos.

Este paradójico paralelismo entre un diseño de «revista para el mercado» y un contenido de «revista para la tribu», se acentúa aún más, ya que al gesto frívolo de los títulos le suceden verdaderos juegos borgianos (Siluetas), ensayos informales de crítica literaria (La mesa de luz), comentarios de literatura extranjera (Bárbaros), etc. Un franco travestismo de los géneros periodísticos más vinculados al mercado puesto al servicio de una operación antropofágica que devora todos los modos discursivos y subvierte su valor y funcionalidad habituales.

En este cruce entre dos políticas de lectura, se fija el gesto de Babel: una revista de vanguardia estética que se presenta como una revista propia del mercado editorial ampliado, poniendo en circulación dentro de este circuito «productos» que provienen de los circuitos más restringidos del campo cultural y literario. Operación que sus principales integrantes habían comenzado años antes desde los suplementos culturales y en el momento de edición de Babel se extendía a los medios radiales y televisivos. Los redactores de Babel, sus principales responsables -Daniel Guebel, Martín Caparrós, Jorge Dorio, Alan Pauls, Sergio Chejfec- son jóvenes, pero no desconocidos. Tampoco es la primera empresa que inician en conjunto. Intentando una mínima genealogía de su trayectoria, podemos ubicar a varios de ellos conformando el equipo de redacción de Tiempo Cultura, el suplemento cultural del diario Tiempo Argentino (1982-1986). Desde ese suplemento se introduce la franja de la vanguardia literaria que durante la dictadura no había tenido espacios en otros suplementos de los grandes medios gráficos y sólo había circulado en la zona subterránea de las revistas literarias. Por otra parte, se incorpora al circuito comunicativocultural una serie de temas ausentes hasta el momento en ese nivel de difusión de la cultura. El suplemento -en contraste con el de Clarín, cultura y nación- operará entonces como una instancia modernizadora, de puesta al día en temas clave del pensamiento contemporáneo.

Tiempo Argentino deja de aparecer en 1986. Los integrantes de la redacción del suplemento habían conformado durante cuatro años una experiencia conjunta que cristalizó un repertorio común de marcas identitarias que cruzaba la práctica de «código de la tribu» con la exposición permanente en el circuito de difusión cultural a gran escala. Valga este retroceso histórico para afirmar la hipótesis de que el grupo Babel -sus postulados y sus integrantes- no nace con la revista, sino que posee un proceso de gestación que coindide con el período inicial de su formación como escritores e intelectuales a mediados de los ochenta. La juventud de sus miembros, el retraso en la incorporación de otros intelectuales y escritores más importantes del campo que fueron relegados por la dictadura y que durante los 80 alcanzan su momento de mayor legitimidad (los casos de Piglia y Saer son los más paradigmáticos), y el peso relativo de los valores que introducen en un campo que legitima problemáticas más lejanas a sus propuestas, permiten conjeturar sobre las razones por las cuales se tiende a pensar que el surgimiento del grupo Babel pertenece al «clima de época» de los años 90. Si es razonable afirmar que a partir de Babel el grupo se consolida al tiempo que comienzan a fortalecerse las individualidades, es necesario acordar que tal consolidación tiene un proceso de una década en el que se solidifican las marcas identitarias de un tipo de intelectual que impondrá su impronta en los debates de los 90.

Dichas marcas identitarias son fijadas inmediatamente después del cierre de Tiempo Argentino cuando el grupo se presenta como una verdadera formación. En 1987 nace el «grupo Shangai», cuyo manifiesto es publicado en el diario Página 12 y en la revista El Periodista, dos publicaciones de gran difusión en la época. Sus integrantes: Martín Caparrós, Jorge Dorio, Daniel Guebel, Ricardo Ibarlucía, entre los principales, es decir, los futuros directores de Babel y algunos de sus principales redactores. En 1987 este discurso se instauró de manera conflictiva. La izquierda cultural definió al grupo Shangai como los «dandys de izquierda» y se resistió a articular sus planteos al sistema de problemáticas vigente. Para el grupo Shangai, la fractura era ya irreversible. En esa «bisagra» se instala Babel, de allí su dificultad para ubicarla y leer en ella la complejidad que porta más allá de lo evidente.

Siguiendo con la zaga de redefiniciones que venimos reseñando, Babel posibilita una operación que la condición moderna de Punto de Vista no podía proponer por entonces: una reforma de las relaciones intelectuales/ literatura/política y, consecuentemente, una reforma de la tradición literaria e intelectual, ambos a partir de una particular asunción de los términos del debate sobre la modernidad. En ese sentido, la revista se instala en una zona de cruce entre la línea del pensamiento sobre la crisis de la modernidad con una crítica de la izquierda intelectual, tal como hasta entonces ésta había concebido los términos de la relación entre cultura y política, y que la lleva a instalarse más allá del ajuste en el que la habían colocado las reformulaciones de Punto de Vista. Esta nueva formación -alivianada de una identidad intelectual que no asume como propia- construye una nueva relación entre literatura y política, afectando la relación de funcionalidad entre ambas, y una nueva relación con la tradición bajo la asunción crítica del pensamiento posmoderno.

El despojamiento de la historicidad y del valor del arte en el sentido moderno está en la base de la idea de la literatura como un vacío, como un desierto, que obtura la posibilidad de instauración de sentidos unívocos y posibilita su repoblamiento vía el exceso o el extrañamiento: de Lamborghini a Saer, de Aira y Laiseca a Guebel y Pauls. Babel hace de esto el centro de su operación sobre la tradición: podría afirmarse que todo el repertorio de secciones de la revista es una respuesta y homenaje al único texto de Borges que la revista publica: «El escritor argentino y la tradicion» (núm. 9). Así, en ese gesto de construcción selectiva desde un presente, la redefinición de la tradicion de Babel se realiza según operaciones muy diferentes a la de Punto de Vista. Ésta había empeñado sus esfuerzos interpretativos casi excluyentemente en la elaboración de una nueva tradición de la literatura argentina construyendo una genealogía según claves provenientes del pensamiento crítico-político de fuerte anclaje en el intelectual moderno, de Hernández a Contorno. Babel, en cambio, retoma a Borges sin homenajearlo, con el objeto de reivindicar para la literatura la clave de su autonomía y para la literatura argentina el territorio del universo. La literatura extranjera, de escasísima presencia en Punto de Vista, reaparece en Babel.

A la presumible angustia de corroborar que «la literatura no hace tornar las ruedas de la historia» y que por lo tanto, la palabra se vuelve un eco sin trascendencia extraliteraria, sin función fuera de su propia esfera y aún dudosamente dentro de ella misma, a esta instancia decimos, le sigue la liberadora sensación del despojado que apuesta sus magras posesiones a la «escritura». Este desligamiento del sentido, de la literatura como traducción de un mundo, le permite al escritor desprenderse de la funcionalidad a la que lo sometieron los grandes órdenes del pensamiento moderno. Babel nos instaura de lleno en el horizonte posmoderno por la vía de la filosofía, de las ciencias sociales, pero, fundamentalmente, de la literatura. La presencia determinante de la crítica literaria posestructuralista en sus páginas, particularmente la de Barthes, demuestra el enorme grado de efectividad de su implantación en los ámbitos académicos durante los años 80, así como su capacidad de «contaminación» de las otras zonas teóricas cercanas.

Hemos tratado de construir, aunque no sea más que sumariamente, un mapa arbitrario de los circuitos de revistas por los cuales pasaron los principales debates culturales y literarios de los años 80. La pretensión no ha sido, como se comprueba, el armado de un improbable catálogo que abarque la totalidad de las publicaciones de importancia del periodo. Nos conformamos con diseñar una hoja de ruta de ciertos itinerarios que marcaron el aire de la época, a la luz de los apasionados momentos de la libertad recuperada en los que millones de argentinos gritamos «nunca más».

R. P - UNIVERSIDAD NACIONAL DE CÓRDOBA (ARGENTINA)


 
 
 
  Insula: revista de letras y ciencias humanas