El objetivo
Cuando nos propusimos hacer una edición del Tesoro que
incluyera el Suplemento (1), nuestro principal objetivo
era ofrecer completos todos los testimonios de Covarrubias,
de modo que se pudiera manejar el conjunto según hubiera querido
su autor (2), pero nos interesaba igualmente elaborar una
edición fácil de usar, manteniendo en todo lo posible el rigor
crítico, teniendo en cuenta que el Tesoro plantea al
editor numerosas dificultades.
A la materia fundamental decidimos añadir tres complementos:
las adiciones de Noydens, las ilustraciones (3) (añadido enteramente
nuestro) y el disco que permite el manejo electrónico del
Tesoro, e incluye una reproducción facsimilar de la
edición príncipe y el manuscrito (4).
El Tesoro y el Suplemento. Ediciones y adiciones
Tras el informe favorable del censor Pedro de Valencia, de
3 de mayo de 1610, y la concesión del privilegio, Covarrubias
firma el 16 de agosto el contrato con el impresor madrileño
Luis Sánchez, para la impresión «de mil cuerpos de libros
de las Etimologías, digo, Tesoro de la Lengua Castellana»,
volumen que aparecerá en 1611 en la imprenta mencionada.
En 1674 Benito Remigio Noydens prepara una nueva edición en
dos partes, que se incluyen a continuación de Del origen
y principio de la lengua castellana, de Bernardo Alderete.
Esta edición de Madrid, Melchor Sánchez, reproduce el texto
de 1611, incluidas la mayor parte de sus erratas. Los añadidos
de Noydens (5), que según Riquer carecen de interés, se han
venido publicando en las ediciones modernas del Tesoro.
La edición más fiable y meticulosa es la del Tesoro
de la Lengua Castellana o Española, hecha por Martín de
Riquer y aparecida en Barcelona, S. A. Horta, 1943, que ha
conocido varias reimpresiones en distintas editoriales, algunas
piratas, con o sin los preliminares de Riquer, pero siempre
con reproducción facsimilar de la edición primera del estudioso
(6). Esa edición de Riquer tiene un tipo de letra que imita
la antigua, y además es paleográfica, rasgos que han llevado
a pensar a algunos que se trata de un facsímil de la príncipe
de 1611. Nada de eso: Riquer elabora su edición reproduciendo
el texto de 1611 y conservando «fielmente la redacción y ortografía
del original», cosa que considera imprescindible en un texto
de su índole (7). Aplica algunas excepciones a ese prurito
paleográfico: regulariza el uso de mayúsculas conforme a las
normas modernas, imprime en cursiva las frases y palabras
latinas y extranjeras, regulariza la puntuación y acentuación,
resuelve abreviaturas, corrige erratas, etc.
El criterio más importante desde el punto de vista crítico
es el de respetar «rigurosamente el orden seguido por el texto
en las dicciones», imprimiendo «como cabezas de artículo las
palabras que así constan». Sólo ha enmendado algunos casos:
por ejemplo, después de CALATAYUD en el texto se imprime como
cabeza de artículo AUGUSTA, que Riquer incorpora al cuerpo
de CALATAYUD (8). Y viceversa, separa entradas falsamente
integradas, que en realidad constituyen dicciones autónomas,
como FRASIS, que en la príncipe se incluía mal en FRASCO.
El problema fundamental es el concepto de «cabezas de artículo»,
que a Riquer le parece evidente, pero no lo es tanto. En realidad
es imposible delimitar con certeza las «cabezas de artículo»:
en el Tesoro de 1611 no constan de ningún modo, ya
que se usa la mayúscula, tanto para las cabezas principales
como para las entradas secundarias. No hay modo de discriminar
por la tipografía (9) unas y otras: véase la serie que empieza
en CALÇAR y que incluye en nuestra edición Calzado, Calzador,
Descalzo, integradas todas en la primera (que modernizamos
en CALZAR). Riquer imprime como entradas principales CALÇAR,
CALÇADO, CALÇADOR, y tiene que integrar DESCALÇO en CALÇADOR,
porque empieza por letra diferente y no puede seguir el orden
alfabético. Pero no hay motivo para integrar DESCALÇO en CALÇADOR:
donde debe integrarse es en CALÇAR, cabeza principal, como
se advierte en la redacción del artículo: Covarrubias regresa
a CALZAR y explica que «De calzar viene descalzar...» y a
partir de «descalzar » define «descalzo». El proceso asociativo
va de calzar a descalzar, y de descalzar a descalzo y toda
la serie es una sola entrada. Todas esas voces se indican
en la príncipe con mayúscula, incluida DESCALÇO, lo que evidencia
(en todo el volumen) que las mayúsculas no separan la cabecera
de artículo de la entrada secundaria: indican simplemente
voces definidas, sea cual fuere su rango.
El orden del Tesoro es bastante caótico: abundan voces
fuera de su sitio, o incoherencias entre la grafía del impreso
y la ordenación (seguramente por cambios del cajista o inadvertencias
del cajista o del autor): conservar rigurosamente ese orden
no ayuda a la consulta del diccionario. Riquer solucionó parcialmente
ese problema añadiendo unos índices de voces y frases proverbiales,
que nosotros sustituimos por la versión electrónica que permite
diferentes búsquedas.
En 1994 aparece en la Editorial Castalia la edición modernizada
de F. C. R. Maldonado, revisada por M. Camarero. Maldonado
conserva también las grafías originales, estableciendo un
sistema de doble referencia: de la forma antigua se remite
a la modernizada. Se numeran las acepciones secundarias, que
además se imprimen en negrita, lo cual facilita su localización.
Añade índices de refranes y proverbios. Algunas de las características
de esta edición son muy útiles: la doble referencia (forma
antigua/moderna) era inevitable en una obra de acopio léxico
sometida a la modernización, y también resulta muy clara la
marcación de las entradas secundarias. Pero el intento de
adaptar la peculiar redacción de Covarrubias a una forma cercana
a los diccionarios modernos acaba desdibujando la estructura
del original, obediente a un mecanismo asociativo que tiene
más que ver con lo poético que con lo científico. El Tesoro
es una oficina de curiosidades, una silva de varia lección...,
y todo intento de imponerle un esquema regular es temerario.
Más graves son otros aspectos: se basa en la edición de Riquer
y sólo esporádicamente parece consultar a la príncipe. Abundan
erratas y lagunas, y no respeta, como había asegurado, las
peculiaridades lingüísticas, de modo que desaparecen vocablos
bien documentados en el Tesoro: ALANZADA se convierte
en ARANZADA, ARRACIFE en ARRECIFE, VISEGODO y VISOGODO en
VISIGODO, ACECHANZAS en ASECHANZAS, ACECALAR en ACICALAR...
Covarrubias trae AJENJIOS, ASENSIOS y ENSENSIOS, pero no AJENJOS
(aunque esta forma se cita en la entrada ASENSIOS). Pues bien:
Maldonado sólo recoge AJENJOS (en vez de AJENJIOS), ASENSIOS
(que sí está en Covarrubias) y ASENJOS, que no existe en todo
el Tesoro. En suma, hay voces que se borran y otras
que se inventan sin base textual, lo que quiere decir que
el repertorio de Maldonado no es fiable.
Covarrubias debió de comenzar su Tesoro en 1605, y
tardar unos cinco años en terminarlo. El Suplemento o
Apéndice lo iniciaría junto con el Tesoro. Señala
Reyre en el prólogo de nuestra edición que «desde el principio
el canónigo había comprendido que no iba a poder decirlo todo
en su Tesoro, por lo que guardó informaciones escribiéndolas
en papeles sueltos a manera de fichas que pensaba utilizar
para realizar un Apéndice. Así nació el Suplemento
al Tesoro que, insistamos, existió desde el principio
en la mente de Covarrubias, formando parte de su proyecto
lexicográfico inicial, como él mismo apunta en algunas entradas».
Covarrubias cuidó de marcar la continuidad entre ambos componentes
de su obra léxica por signos tipográficos, señalando con una
cruz los lemas que completaban las entradas del Tesoro,
y valiéndose también de la fórmula «Añade», escrita en
la cabecera de los artículos. Las nuevas entradas se señalan
con un asterisco.
El suplemento conservado (318 folios) se inicia con ABACUQ
y termina en MOISÉS. Ignoramos si es ahí donde se quedó Covarrubias
o se ha perdido el resto. Es un material orgánicamente insertado
en el Tesoro y su edición íntegra parecía una tarea
indispensable.
El Suplemento ha sido publicado autónomamente sólo
una vez por Georgina Dopico y Jacques Lezra (Madrid, Polifemo,
2001) (10). Se trata de una edición meritoria que pone a disposición
del público un material importantísimo. Respetan la redacción,
la ortografía «y el ritmo», pero añaden acentos, diéresis,
regularizan mayúsculas, etc. Añaden traducciones del latín
al castellano entre corchetes, lo que resultará muy cómodo
a la mayoría de los lectores. Esos mismos lectores «romancistas»
(como diría Covarrubias) hubieran agradecido la modernización
de las grafías, que no han llevado a cabo los editores, que
en general eluden la intervención crítica sobre el texto.
Quizá lo más discutible de esta edición sean los estudios
finales de los editores, enzarzados en una serie de disquisiciones
político-históricas-ideológicas, en las que se pueden leer
razonamientos enrevesados como este de Lezra (11), que enflaquecen
la enflaquecida razón de la sinrazón del lector:
«Para nosotros —un "nosotros" que ahora reconocemos
vinculado y desvinculado según ese doble "tesoro" de la lengua
española— el Tesoro de Covarrubias y la tentativa
fallida de "olvidarlo" que representa tanto la filología
triunfalista que primero lo ensalzó como núcleo del castellanismo
unánime que apoyaba la primera Falange, como el mismo Suplemento
que publicamos pueden sacar a la luz el contenido de un deseo
disciplinario y socio-político muy distinto: el que representaría
encontrar en la obra de Covarrubias la genealogía de un materialismo
no determinista, aleatorio, que nos permita imaginar normativas
de identificación y de comunidad que no recaigan en los mitos
usados por el nacionalismo unánime y determinado...»
Una edición integral: algunos problemas y criterios
En el laberinto de este Tesoro hay caminos complejos
que impiden aplicar un sistema riguroso de criterios que de
ninguna manera se deja imponer Covarrubias (ni el cajista
de 1611).
Para obtener una edición integral que fuera manejable y fiel
se imponían dos requisitos:
a) modernizar el texto, práctica aconsejada también por el
caos de la ordenación y de las grafías del Tesoro: sólo
modernizando y unificando se podía intentar una ordenación
que permitiera localizar las cabezas de artículo con facilidad;
b) conservar en lo posible la estructura original, no tanto
en el orden de las «cabezas de artículo» como en la trabazón
del discurso asociativo en que está redactada esta miscelánea
de varia erudición y de etimologías a menudo fantásticas.
Semejante «conservación» exige cierta intervención crítica,
pues la reproducción paleográfica o seudofacsimilar no refleja
con justeza lo que quiso Covarrubias.
La pregunta inicial sería: ¿cuál es la estructura del Tesoro
y el rigor de su ordenación y grafías originales y hasta
qué punto hay que «respetar» esos detalles de la edición de
1611 y del Suplemento manuscrito?
Covarrubias manifestó algunas quejas sobre las muchas voces
que se le olvidaron al copista. Hemos de suponer que si olvidó
voces no prestaría mucha atención a su tarea y que alteraría
a menudo la forma gráfica del manuscrito original de Covarrubias.
El cajista o los cajistas volverían a modificar muchos detalles,
y tampoco estamos muy seguros del grado de coherencia que
el mismo lexicógrafo observaría en sus papeletas. La inferencia
general que podemos sacar de todo este panorama es que la
edición príncipe no mostrará un exceso de meticulosidad, algo
usual en muchos libros del Siglo de Oro, pero que resulta
especialmente grave en un «diccionario», donde la forma y
colocación de las entradas no es cosa de poco momento.
Tal inferencia se confirma con el examen de la príncipe.
Uno de los problemas más frecuentes es el de las integraciones
falsas que deben desligarse (12), y que responden al descuido
de la imprenta. Al final de ALDONÇA se imprime como si fuera
derivado «Alebrarse », que hay que separar, como hizo Riquer.
En la voz ÇARAÇAS se integra un refrán que pertenece a la
entrada ZARZAS. En el Suplemento advierte del error
y da instrucciones para su enmienda:
«+ Çaraças. Está injerido al fin de esta palabra
el refrán: "Poca lana y esa en zarzas". Hase de
trasladar al fin de la palabra Çarça...»
Pero muy pocos de estos errores tienen advertencias del mismo
Covarrubias, y es preciso enmendarlos, sacando de su posición
errada a las entradas autónomas, o integrándolas donde les
corresponde. Los casos son numerosos. Uno de los que no corrige
Riquer se localiza en la entrada CRECER. En la edición de
1611 aparecen con mayúscula CRECER y CRECIDO, que Riquer mantiene
como dos entradas. Dentro de la segunda se incluye Credencia
y sus derivados. Es evidente que CREDENCIA ha de separarse,
integrando en ella sus derivados, mientras que CRECIDO puede
a su vez integrarse en CRECER: en realidad, Crecido tiene
exactamente el mismo rango que los otros derivados como Creciente,
Crecimiento, Creces, Acrecer, etc., y todos deben ir en
la cabecera CRECER.
Otros casos son, por ejemplo: Almacén, mal integrado
en ALMAZÁN; Despabilar, mal metido en DESPAVESAR (13);
Galbana, mal metido en GALAVARDO; Garbullo, mal
puesto en GARBILLAR; Garlopa, mal metida en GARLITO;
el primer fragmento de Haz, metido erróneamente en
HAVA, etc.
Parece evidente que las grafías de la edición del Tesoro
de 1611 han sido alteradas en muchas ocasiones, lo que
provoca, entre otros problemas, muchas incoherencias entre
la forma y la colocación, o remisiones incomprensibles, etc.
En realidad, tanto las grafías como las colocaciones son bastante
caóticas en el Tesoro. Ha sido preciso solucionar las
posibles enmiendas de grafía o de colocación. Hemos preferido
salvo casos excepcionales, recolocar las entradas (14) sin
proceder a una temeraria serie de enmiendas gráficas que nos
hubieran obligado a reescribir el Tesoro.
Algunos ejemplos podrán aclarar las dificultades y las soluciones.
Tomemos el caso de ARNEQUÍN. El Tesoro remite a la
forma Arlequín, donde se supone hallaremos la
explicación de la palabra. Pero no existe la entrada ARLEQUÍN,
pues en la posición que correspondería a —RL—
se imprime de nuevo la forma ARNEQUÍN, con —RN—.
Podemos pensar que es alteración del cajista de un original
ARLEQUÍN, pero en la definición se dice: «ARNEQUÍN. Y corruptamente
arlequín, es una figura humana, hecha de palo y de goznes...»
Si enmendamos la entrada hay que cambiar la redacción y dejar
un texto final: «ARLEQUÍN. Y corruptamente arnequín, es una
figura humana, hecha de palo y de goznes... » Todas estas
operaciones las haríamos sin ninguna garantía, porque Covarrubias
cita de memoria, es en sí mismo irregular, y su Tesoro
no tiene rigor seguro. Habría que multiplicar las operaciones
de este tipo y no podemos reescribir el Tesoro. En
el caso que comento dejamos las dos veces ARNEQUÍN, recolocando
y advirtiendo en nota lo que pasa.
En la lengua clásica, que aún no ha fijado la ortografía,
una misma palabra puede escribirse con grafías diferentes.
En el Tesoro esta circunstancia afecta a muchas cabezas
de artículo, lo que provoca la existencia de dos definiciones
de un mismo término. Covarrubias, por ejemplo, define ABISPA,
y cuando llega a la altura de AVISPA, olvidado de que ya la
ha definido en el lugar de la —B—, vuelve a definirla.
Lo mismo pasa en AÇAGAYA / AZAGAYA, ACELGA / AZELGA, AGUÇAR
/ AGUZAR, ACEÑA / AZEÑA, AÇOMAR / AZOMAR, etc. En estas parejas
la solución es fácil: al modernizarlas y recolocarlas van
juntas en nuestra edición (dejamos la forma original en su
lugar remitiendo a la modernizada, de manera que no hay ambigüedades).
La cosa se complica cuando los dobletes gráficos se alteran,
seguramente por descuido del cajista, y se instaura una serie
de desórdenes e incoherencias a veces difíciles de aclarar
con sencillez. En la príncipe figura la forma ABAXAR entre
ABAHAR y ABALANZARSE, y otra vez, de nuevo ABAXAR entre ABATIDA
y ABDALACIZ. Lo más probable es que en la primera quisiera
usar Covarrubias la forma ABAJAR, que explicaría su colocación.
Como ya he señalado, entrar en una reconstrucción gráfica
sistemática del Tesoro sería muy arriesgado: mantenemos,
pues, las dos entradas, que irán juntas con las remisiones
correspondientes, una a la forma modernizada y otra a una
tercera entrada (BAXAR) a la que remite el mismo Covarrubias.
Parecidas observaciones pueden hacerse sobre otros muchas
voces. Que VINDEL esté entre BIMESTRE y BINAR sugiere que
la forma que quería imprimir Covarrubias era BINDEL, lo que
apoya la etimología que propone. Pero en cualquier caso, es
verdad que estaría bien colocado detrás de BIMESTRE, pero
¿por qué habría de ir delante de BINAR?
La contribución del cajista a la problemática del Tesoro
es bastante entusiasta y produce erratas obvias: en ALBAYALDE
remite a otra supuesta forma («Vide Albayalde» [sic])
que coincide exactamente con la que define. Evidentemente,
Covarrubias ha querido remitir a Alvayalde, única forma que
tiene sentido en la remisión y que además es la que efectivamente
se incluye en el Tesoro. Lo mismo sucede en ALBERGUE,
donde la príncipe remite a «Albergue» cuando debe remitir
a Alvergue.
Hay lugares más complicados. En ALMAZÁN se integra erradamente
una referencia: «Almacén, vide Almacén». Primero, hay que
sacar esa entrada de ALMAZÁN. Es una entrada autónoma, pero
tal como está impresa no tiene sentido: debería ser «Almazén,
vide Almacén». Pero si vamos a buscar ALMACÉN a su lugar hallaremos
ahí sorprendentemente una forma ALMAZÉN, que por la posición
y las remisiones hemos de interpretar como errata, corrigiendo
en ALMACÉN. Pero esa errata es un mínimo síntoma del descuido
general o de la peculiar coherencia (o incoherencia de la
versión impresa en 1611 del Tesoro) (15): si observamos
el entorno de esta misma voz de ALMACÉN encontramos en la
príncipe la confusa serie de entradas ALMADÉN, ALMAZÁN, ALMÁCIGA,
ALMAZÉN [por ALMACÉN], ALMADÉN [por segunda vez], ALMÁDENA,
ALMADRAQUE..., y varias voces más adelante, otra vez aparece
ALMAZÁN, entre ALMÁRTEGA y ALMEA.
Las posibilidades gráficas de una palabra como «Víbora» permiten
estupendos malabarismos: la príncipe trae VÍVORA (v-v), situada
entre VIARAÇA y VICENTE, es decir en posición de «Víbora»
(v-b). Ahí remite a Bívora (b-v), que es forma que no existe.
La forma que sí existe es BÍBORA (b-b), entre BIBARRAMBLA
y BIZARRÍA (no sabemos con seguridad si ahí estaría mejor
colocada una forma b-b o b-v, «bívora» que es precisamente
a la que se remitía en VÍVORA). En el cuerpo de la entrada
BÍBORA se documentan aleatoriamente las grafías viuoreznos,
biuoreznos, bíbora, bíuora...
En este panorama creemos que toda pretensión de imponer orden
respetando las grafías y colocaciones de la príncipe (como
hace Riquer) es ilusorio, y que se impone la modernización
y la colocación según el orden alfabético, como única manera
de facilitar las búsquedas.
La modernización de las grafías sin relevancia fonética es
el criterio que aplicamos, y que he defendido en otras ocasiones.
No insistiré en los argumentos ya expuestos (16), pero sí
en que semejante modernización respeta las peculiaridades
fonéticas de las palabras (17).
La modernización permite unificar y por tanto ordenar con
mucha mayor facilidad las entradas. En un libro cualquiera
ahí terminaría el problema; en un diccionario nos interesa
mantener las formas originales de las entradas, para no borrarlas
totalmente: de ahí que hayamos adoptado, como Maldonado, un
sistema de doble forma. El lector encontrará en su lugar la
forma antigua con una marca de remisión a la moderna, donde
se halla la entrada, con su texto modernizado sistemáticamente.
Los límites de las entradas y la estructura profunda del
Tesoro
Como ya se ha visto, el problema básico que plantea una edición
de un diccionario como el de Covarrubias es delimitar las
entradas pertinentes, lo que llama Riquer «cabezas de artículo».
Sacar las entradas mal integradas y disponerlas autónomas
es fácil: para distinguir una mala integración basta comprobar
que una voz no tiene nada que ver con la supuesta cabeza de
artículo de la que parece dependiente. La operación inversa
es mucho más complicada: ¿cuáles son los rasgos que justifican
la integración de una serie de términos bajo una entrada principal?
El tipo de discurso de Covarrubias dificulta mucho esta decisión:
asocia palabras derivadas, seudoderivados, cuentecillos relativos,
refranes más o menos pertinentes, y hasta anécdotas personales.
Salta de una cosa a otra y regresa, divaga y remite de memoria
a otros lugares que podrán hallarse o no en su obra... Muchos
términos secundarios se imprimen en minúscula, otros en mayúscula,
creando unas «falsas entradas principales».
Se ofrecen así varias posibilidades de corte o de fusión,
como han mostrado algunos ejemplos ya aducidos.
Una pista parcial para conceder estatuto autónomo a una voz
podría ser la remisión en otras voces, pero las remisiones
falsas o aproximadas son constantes en Covarrubias, que recuerda
vagamente la forma de las voces explicadas, y remite a una
que no existe o que existe en variante distinta de la que
él cita, o se refiere incluso a un término secundario, porque
no se preocupa demasiado de estas categorías. No hay más remedio
que examinar cada entrada con sus derivados para realizar
de la mejor manera posible la delimitación. La casuística
es muy complicada y variada. Intentaré ilustrarla con algunos
ejemplos aleatorios cuyas implicaciones podrá el lector extrapolar
a otros casos.
En la serie de ESCRIBIR hallamos en la príncipe las formas
ESCRIVA y ESCRIVANO antes de ESCRIVIR, y luego las voces,
marcadas siempre con mayúscula: ESCRIVIR [segunda vez], ESCRITO,
ESCRITOR, ESCRITORIO, ESCRITORILLO, ESCRITURA, ESCRITURARIO,
ESCRIVANÍA, ESCRIVIENTE, ESCRIVANÍA [segunda vez], y en el
párrafo de esta ESCRIVANÍA (18) se meten en minúscula: descriuir,
descripción, prescriuir, prescripción, proscriuir, proscrito,
sobrescriuir, sobrescrito, rescriuir, inscripción, subinscripción.
Parece evidente que la tipografía de la príncipe no intenta
reflejar o refleja mal la verdadera composición de la entrada:
nosotros dejamos autónomos ESCRIBA y ESCRIBANO, y metemos
en ESCRIBIR toda la serie restante. Nuestra decisión parece
justificada además por el comentario que viene en la segunda
voz ESCRIVANÍA: «Deste verbo escribir salen muchos compuestos,
como describir...»
Hay entradas que podrían ir sueltas o juntas. Las tres que
se siguen en la príncipe CASTA, CASTO, CASTIDAD no respetan
el orden alfabético, lo que se explicaría si formasen una
sola entrada principal con dos derivados. Pero CASTA es sustantivo,
no el adjetivo femenino de CASTO, y las definiciones son bastante
autónomas, sin mezclas asociativas. Las mantenemos separadas
ordenadas en su sitio.
¿Qué quieren decir, en resumen, estos ejemplos y otros muchos
posibles? Pues que la respuesta a la pregunta de ¿cuántas
entradas tiene el diccionario de Covarrubias? es «No sabemos».
En realidad no hay un modelo único: depende de la consideración
de las entradas como autónomas o secundarias, lo cual es a
menudo cuestión opinable que admite varias posibilidades que
en todo caso han de basarse en la reflexión cuidadosa sobre
las familias asociativas que componen el Tesoro.
Conclusión
Sin pretender, pues, haber alcanzado una solución definitiva
—que a nuestro juicio no existe—, la edición integral
e ilustrada del Tesoro, con su Suplemento, confiamos
en que pueda contribuir al disfrute de una obra que es ciertamente
un verdadero tesoro, distribuido en un laberinto bastante
fantástico, pero siempre ameno y lleno de riquezas que no
han perdido su atractivo para el lector de nuestro tiempo.
Esperamos que el resultado no defraude demasiado y que satisfaga
a los usuarios de este Tesoro completo de Sebastián
de Covarrubias, cuyas palabras al lector hacemos nuestras,
pues queriendo publicar este Tesoro y sacarle a luz,
tememos que las lenguas de los maldicientes y mal contentadizos
nos le han de volver en carbones, pero estos mismos, en manos
de los sabios y bien intencionados, con el soplo de sus ingenios
y rectos juicios, han de encender en ellos un amoroso fuego
y convertirlos en radiantes carbuncos y hermosos rubíes. Vale.
I. A.—UNIVERSIDAD DE NAVARRA
NOTAS
(1) Recién publicada en la Biblioteca Áurea
Hispánica de la Universidad de Navarra- Iberoamericana, coeditada
por la Real Academia Española y el Centro para la ed. de los
Clásicos Españoles, ed. de I. Arellano y R. Zafra, Madrid,
2006. Mientras realizábamos nuestra tarea se publicó la edición
del Suplemento hecha por Dopico y Lezra, 2001.
(2) El conjunto de los materiales de Covarrubias consta de
la parte impresa en 1611 y el Suplemento manuscrito,
Biblioteca Nacional de Madrid (ms. 6159).
(3) Covarrubias, autor de emblemas, tiene una inclinación
visual muy intensa, patente en el Tesoro, muy rico
en descripciones de plantas y objetos, citas de emblemas,
etc. Nos ha parecido útil añadir un conjunto de ilustraciones
de la época, que se organizan en varias categorías comentadas
en otras aportaciones de este número de Ínsula.
(4) Creemos que resulta una herramienta de gran utilidad
para manejar un repertorio en donde a menudo resulta difícil
localizar un motivo glosado en cualquier entrada, a la cual
ha sido atraído por un mecanismo de asociación de ideas o
de sonidos de imposible previsión.
(5) En nuestra ed. los relegamos a un apéndice.
(6) Repárese bien en esto: las ediciones que han usado la
de Riquer la han reproducido facsimilarmente, pero la de Riquer
no es facsímil de la de 1611.
(7) Nosotros, evidentemente, no lo consideramos en absoluto
imprescindible, y por eso lo modernizamos.
(8) En realidad no hay tal entrada AUGUSTA, sino que es parte
de una cita de Ortelio, confusamente impresa en la ed. de
1611.
(9) A menudo, ni por la tipografía ni por otros criterios:
la delimitación de las entradas del Tesoro no es cosa
definitiva ni unívoca. Cada ed. del Covarrubias puede legítimamente
tener distinto número de entradas principales, según los criterios
de agrupación seguidos por los editores. La nuestra es sólo
una de las propuestas posibles.
(10) Dos ediciones del Suplemento permanecen inéditas.
Son las de B. Bayliss (A critical edition of selections
from the original manuscrit, tesis de la University of
Illinois, 1959) y la de Crespo Hidalgo, tesis dirigida por
M. Alvar Ezquerra, Universidad de Málaga, 1991. La primera
es parcial; la segunda es una ed. paleográfica, e incluye
listas de autoridades citadas, y otros materiales.
(11) Ed. cit., p. ccxli. Protestamos, por si acaso, de que
en nuestra ed. no hemos pensado para nada en la Falange, ni
tenemos conciencia alguna de triunfalismo filológico, ni somos
materialistas no deterministas ni tampoco aleatorios. Etc.
(12) La situación inversa, es decir, las entradas que aparentemente
están separadas y que deben integrarse, no es un error equivalente
a este. La mayúscula en el Tesoro no es exactamente
marca de entrada autónoma, como piensa Riquer, y por tanto
no está claro el límite de las integraciones de voces secundarias
ni está claro lo que es error o simplemente un rasgo tipográfico.
(13) Precisamente, al glosar «Despavesar» Covarrubias remite
a «Despabilar», lo que demuestra que lo concibe como entrada
diferente, que va acto seguido de la anterior, pero que debe
separarse. En cambio, «Despaviladeras», que tiene tratamiento
autónomo en Riquer, debe integrarse en su principal, que es
«Despabilar».
(14) Nuestra ordenación es, por tanto, muy distinta a la
de la ed. príncipe (y a la de la ed. de Riquer).
(15) Y puesto que el Suplemento manuscrito va asociado
a la ed. de 1611, muchas las características de ésta afectan
a aquél.
(16) El interesado podrá consultarlos en la web del GRISO.
(17) Lo que no hace siempre Maldonado.
(18) Que evidentemente no es cabeza de los siguientes, que
dependen, claro está, de «Escribir».
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