A Nigel Dennis
«No tienen nada que hacer en el periódico los
literatos al viejo modo, esos caballeros necios y magníficos
que se sacan artículos de la cabeza sobre todo lo
divino y lo humano (…) [que] todas las mañanas
meten por debajo de la puerta sus impertinentes prosas»
(1). Con estas palabras, el periodista andaluz (y autor de
una memorable narración biográfica de Juan Belmonte)
expresaba en 1928 su deseo de desterrar del periódico
al escritor y sus escritos. Baldío resultó
tal anhelo que, lejos de cumplirse, sólo llega a expresar
la frustración ante la presencia de los literatos en
la prensa, presencia que, desde la época democrática
reiniciada, es especialmente marcada en la modalidad del columnismo;
desde 1975 asistimos a un auge sin parangón de la columna,
especialmente la que es cultivada por escritores, que contribuye
a la configuración de un género en gran medida
nuevo en las letras españolas, un género heredero,
eso sí, de fuentes autóctonas y de una rica
tradición de simbiosis entre literatos y prensa y de
la prosa «impertinente» de aquellos que desde
hace por lo menos dos siglos se ha introducido en los periódicos.
Algunos antecedentes
La columna como género propiamente dicho y en el sentido
en que lo entendemos hoy no aparece en España hasta
el siglo XX, aunque tan poca relevancia tiene como género
bien delimitado en la prensa que sólo mediado el siglo
XX aparece una primera referencia a ella en la Enciclopedia
del periodismo publicada en 1953; se la nombra pero no
se la considera lo suficientemente importante como para dedicarle
un capítulo y sólo a partir de finales de los
años sesenta empieza a adquirir cierto relieve como
género. Por lo tanto, desde un punto de vista histórico
la columna nace en España en el siglo XX pero no prolifera
hasta la segunda parte de este siglo, experimentando su apogeo
en la época posterior a 1975. Sin embargo, la columna
no surge de la nada. Como bien demuestra la propia Seoane
en su trabajo en este número monográfico o como
afirma Morán Torres, «históricamente,
podemos considerar que la columna actual responde a lo que
en el viejo periodismo era el artículo de un colaborador
fijo, denominándose columnista al que antes se llamaba
articulista» (2). Ahí radica la dificultad de
precisar los orígenes del columnismo, porque del artículo
firmado de un colaborador regular de un periódico,
un fenómeno muy extendido en el siglo XIX y principios
del XX, a la columna media un paso casi imperceptible.
Como demuestra Seoane, los antepasados inmediatos del columnismo
del siglo XX se encuentran en el articulismo del siglo XIX,
un siglo a partir del cual «se agiganta el papel de
la prensa» (3). Es en este siglo cuando la prensa se
convierte en un medio de comunicación de masas, que
además goza de una exclusividad que perderá
en el siguiente. Paralelamente, la prensa da cabida en este
período a la literatura: géneros literarios
como el artículo de costumbres, la novela de folletín
y el relato breve hallan su vehículo específico
en las páginas de la prensa periódica. Como
es bien sabido, el género romántico del costumbrismo
nace en los periódicos que acogen los artículos
o «cuadros» de costumbres en su parte amena, la
parte inferior de la primera página separada por una
línea de la sección política. Esta sección,
«el inquilino del bajo» de los periódicos
hasta entrado el siglo XX, llamada primero «boletín»
y luego «folletín» (del feuilleton francés),
es dedicada a la literatura en la prensa diaria que admite
así la literatura en su seno mediante la publicación
de artículos de costumbres o de crítica y de
obras de creación (4). De hecho, la lista de escritores
del siglo XIX que colaboran en los periódicos, que
son periodistas en un sentido estricto o que incluso desempeñan
otras funciones dentro del periódico como la de redactores
o fundadores, es encabezada por Mariano José de Larra
y Ramón de Mesonero Romanos, los padres del artículo
literario (de costumbres) e incluye a prácticamente
todos los escritores importantes del siglo, como Serafín
Estébanez Calderón, Gustavo Adolfo Bécquer,
Ramón de Campoamor, Pedro Antonio de Alarcón,
Juan Valera, Benito Pérez Galdós y Leopoldo
Alas («Clarín»), entre muchos otros.
Larra, en concreto, se suele mencionar como el antecedente
más significativo del columnismo contemporáneo.
En efecto, con sus artículos de costumbres no sólo
se convierte en el creador del artículo literario en
España, sino que se perfila como un «protocolumnista»,
mediante su profunda preocupación por la utilización
de la lengua, su concepción del articulismo como un
género literario, la primacía concedida al estilo
y los recursos retóricos, la ficcionalización
de la realidad y del «yo», y su empleo de la parodia,
la sátira, el humor y el ridiculum en general
con fines críticos. Pero, como afirma Seoane, la «edad
dorada» de la literatura del periódico es la
época entre 1898 y 1936, cuando la prensa «está
a extraordinaria altura en el [aspecto] intelectual y literario,
porque se nutre en gran medida de las plumas de escritores
e intelectuales en una época excepcional de la cultura
española»; revistas y diarios publican en cada
uno de sus números varios artículos de escritores
que comentan la realidad española o escriben sobre
temas artísticos, literarios, científicos, filosóficos,
etc., hasta tal punto que «puede afirmarse sin exageración
que el ámbito natural del escritor es el periódico
más que el libro» (5). A modo de ejemplo, una
de las tempranas «columnas» importantes del siglo
XX sería, por ejemplo, la serie que escribe Corpus
Barga desde París en calidad de corresponsal para El
Sol en los años diez y veinte; «cada día
mandaba sus ideas sobre algo vivo que acontecía. Su
columna era esperada y leída por miles de madrileños»
(6). Aunque tampoco se debe olvidar la importancia que sigue
teniendo el artículo (y, en menor medida, la columna)
en la posguerra, con cultivadores como Josep Pla, Víctor
de la Serna y otros como Rafael Sánchez Mazas, José
María Pemán o César González Ruano,
los cuales son a menudo citados por columnistas contemporáneos
como precursores importantes.
Durante la mayor parte del siglo XIX la prensa, más
que portavoz o formadora de opinión, es un arma de
combate político en una época combativa. Sólo
cuando el periódico se transforma en un efectivo medio
de información de masas profesionalizado en el último
tercio del siglo, la prensa se convierte en un verdadero «cuarto
poder» que ya no estará a la merced de distintos
grupos de poder político que buscan imponerse. Este
desarrollo es crucial para entender la evolución de
la prensa y el periódico que eventualmente dará
acogida al columnismo. Hacia la mitad del siglo XIX empiezan
a surgir periódicos que se pretenden neutrales, políticamente
independientes y objetivos proveedores de información,
como la Correspondencia de España (1858) o
El Imparcial (1867), que «están más
atentos a servir los intereses de la empresa que los de un
partido, para lo cual han de conseguir muchos anunciantes
y muchos lectores, siempre en estrechísima conexión»
(7). Es la entrada en la era capitalista del periódico
que se transforma, además, con la llegada del telégrafo,
del correo, del ferrocarril, los avances en el arte de la
imprenta y las artes gráficas y la creación
de agencias de noticias. La opinión cede paso a la
información en el transcurso del siglo XIX y las noticias
firmadas a las noticias anónimas de agencia, y en el
periódico empieza a primar lo impersonal. Paulatinamente
va desapareciendo el editorial y la noticia firmados y los
periódicos se van convirtiendo en grandes empresas
donde cobran importancia la despersonalización y el
editorial anónimo que ya no representa el punto de
vista de su redactor o director sino el de la empresa.
Es decir, si antes los periódicos se identificaban
con la voz de su director o redactor que firmaba sus contribuciones
(la misma persona, en la mayoría de los casos), si
eran su órgano personal de expresión, en el
transcurso del siglo XIX se despersonalizan y se crea el
mito de la objetividad, en gran medida porque, convertidos
en empresas capitalistas, los periódicos quieren apelar
a un amplio sector de la población. Esta aspiración
a la objetividad, que hoy reconocemos como imposible e ilusoria,
es fomentada primero por las agencias de noticias y, a principios
del siglo XX, por la incorporación de la fotografía.
Y la redacción de manera impersonal de la noticia,
por lo menos en el periodismo informativo, es todavía
la receta vigente de los libros de estilo de los más
grandes periódicos españoles.
La división del trabajo, la profesionalización
del periódico y la especialización de la empresa
capitalista conducen a la necesidad de diferenciar las distintas
voces que componen el periódico. De ahí que,
si antes «el artículo firmado hacía también
las funciones del editorial [que eran] editoriales personales
que coincidían con la voz de la empresa, pues ambas
opiniones coincidían a su vez en la misma persona»,
ahora surge la necesidad de diferenciar las voces y opiniones
del periódico, «la de la propia empresa, a través
del editorial, y la de los periodistas o colaboradores, a
través de otros géneros de opinión, como
la columna» (8). La entrada de los periódicos,
a partir del siglo XIX, en la edad capitalista y la de la
información, su profesionalización y su transformación
en medios de comunicación de masas hacen imprescindible
la rápida, veraz y exacta difusión de noticias
y la búsqueda de objetividad en su relato, todo lo
cual lleva a su despersonalización y a la clara delimitación
de las maneras de tratar la noticia, o sea, la creación
de géneros periodísticos, de géneros
de información y de «opinión». A
medida que se lleva a cabo esta despersonalización
y especialización del producto periodístico
surge también la necesidad de voces personales, porque
a menudo el lector prefiere la personalidad al anonimato.
Concreta y paradójicamente, por lo tanto, el nacimiento
de la columna está relacionado con la progresiva despersonalización
del periódico y el editorial, con su paso del punto
de vista de la primera persona singular a la primera persona
del plural, del «yo» del director y redactor al
«nosotros» del colectivo de la redacción
o la empresa entera y con la diferenciación de los
distintos textos que componen el periódico. La columna,
un género en un principio análogo al editorial,
surge cuando éste pierde su carácter personal,
y se define precisamente por ser un texto firmado por una
persona, como antes el editorial, una expresión de
una visión del mundo muy personal, una voz individual
(9). La larga tradición española proclive al
articulismo es significativa no sólo porque de ésta
beberá un nuevo periodismo cuya evolución coincide
con la Transición de la dictadura a la democracia en
los años setenta del siglo XX, sino también
porque potencia el cultivo de un género como la columna.
La columna y el reinicio de la democracia a partir
de 1975
A partir de 1975, la mera cantidad de columnas que nacen
y el creciente número de columnistas atestiguan una
floración que empieza con la Transición y desemboca
en el auge verdaderamente extraordinario de la columna en
los noventa (10). Toda una serie de libros sobre este género
y otros afines se hacen eco de esa expansión. Así,
en 1990, Luisa Santamaría habla del gran prestigio
de que goza en la prensa la columna firmada; Fernando López
Pan observa que, «aunque la columna ha sido un género
periodístico abundantemente cultivado en España,
en los últimos años asistimos a un auge sin
parangón del género»; Antonio López
Hidalgo afirma que los columnistas y el género del
columnismo están de moda, como también confirma
Pedro de Miguel; Irene AndresSuárez distingue el nacimiento
de una «modalidad nueva», el artículo literario,
del cual la columna es probablemente la vertiente más
importante, conclusión que comparte también
De Miguel; en su análisis de los artículos literarios
de Antonio Muñoz Molina, Fernando Valls hace hincapié
en «el momento de esplendor» de este género;
según Bernardo Gómez Calderón, «con
toda probabilidad, ningún género periodístico
atraviesa hoy en día un momento más feliz desde
el punto de vista cuantitativo que la columna de opinión»
(11). Y esto se debe en gran medida a la proliferación
de escritores como columnistas, a la calidad de la prosa de
sus textos y a la variedad de las columnas. De hecho, si a
finales de los años setenta la columna se consideraba
todavía como un género escrito por periodistas,
un cuarto de siglo después la situación ha cambiado
tanto, que esto no es cierto, o no del todo (12).
Es, por lo tanto, con el reinicio de la democracia, y en
los años noventa en especial, cuando la columna de
escritores empieza a perfilarse y distinguirse como género
autóctono e importante en la prensa española
y cuando empieza a componerse como modalidad nueva en su estrecha
afinidad con la literatura. Los factores relacionados con
lo que se podría llamar, como veremos, el nacimiento
de la modalidad de la columna de escritores en España
y su muy considerable envergadura son múltiples. El
primero de ellos es, obviamente, la libertad de expresión,
uno de los pilares del género del columnismo, que es
consagrada por el Artículo 20 de la Constitución
Española de 1978. Poder expresar libremente los pensamientos,
ideas y opiniones mediante un medio escrito es, precisamente,
una condición sin la cual la columna mal o sólo
medianamente se puede desarrollar (13). Otros dos factores
generales y relacionados que componen un marco que sin duda
repercute en el auge del columnismo son el muy sustancial
papel de la prensa en la época posfranquista, especialmente
crucial en los años de la Transición, y un nuevo
periodismo español que empieza a gestarse en los años
sesenta. El papel e importancia adquiridos por la prensa a
partir de 1975, en conjunción con otros factores —el
surgimiento de nuevas cabeceras, las transformaciones tecnológicas,
la crisis económica o el traslado de periodistas (entre
ellos, algunos columnistas), de las «viejas» redacciones,
como Triunfo o Informaciones, a la joven
prensa de la democracia, como El País, El
Periódico o Diario 16—, conforman
el marco dentro del cual se desarrollará el columnismo
de estos y posteriores años.
El nuevo periodismo que se desarrolla en España desde
finales de los años sesenta hasta los primeros ochenta
es «una corriente periodísticoliteraria marcada,
entre otras cosas, por una actitud de acento crítico
e intelectual, heredada de la mejor tradición periodística
española» (14). Periodistas como Manuel Vázquez
Montalbán, Manuel Vicent, Francisco Umbral, Maruja
Torres o Rosa Montero forman parte de un generación
nacida en su mayoría después de la guerra civil
que llega al periodismo durante un período que coincide
con cierto relajamiento de la censura y la aparición
de nuevas cabeceras no controladas por la prensa del Movimiento,
además de un aumento generalizado de la calidad de
la prensa; empiezan a buscar nuevas formas de escritura y
a cultivar un periodismo innovador y diferente basado, en
palabras de Rosa Montero, en «la subjetividad, la búsqueda
lingüística y literaria de lo que estás
escribiendo, no solamente del lenguaje sino también
de una estructura literaria. Plantearte que cada cosa que
haces puede tener su propia estructura como la tiene un cuento,
mientras que un periodista tradicional (…) siempre hará
los reportajes de una determinada manera» (15).
Este nuevo periodismo, también llamado «periodismo
informativo de creación», se inspira en una larga
tradición de escritura periodística española
y busca más «cultivar géneros más
próximos a la divagación personal y a la opinión
—columna, retrato, cuadro de costumbre, artículo—
que la búsqueda contrastada de información»,
y su sello distintivo es la voluntad de estilo y la búsqueda
de la excelencia expresiva, «la consideración
del quehacer periodístico como escritura, y no como
mera redacción» (16). De ahí que se pueda
afirmar que se trata también «de una invasión
de los procedimientos literarios en la escritura periodística»
(17). Y una consecuencia de esta invasión es que se
va complicando la diferencia entre lo que tradicionalmente
suele llamarse periodismo de información (por ejemplo,
noticia o reportaje) y periodismo de opinión (editorial,
artículo de opinión, columna o crítica);
«lo nuevo está en el hecho de que el periodismo
informativo se ha hecho creativo, invadiendo el terreno en
el que antes se movía en exclusiva el periodismo de
opinión» (18). No me parece nada casual, sino
más bien consecuente con esta evolución del
periodismo, ver esta tendencia del periodista considerado
como escritor y la concomitante importancia del estilo estrechamente
relacionadas al hecho de que, por ejemplo, todos los citados
—Montero, Torres, Umbral, Vicent y Vázquez Montalbán—,
que en un principio son periodistas, pasen a practicar también
otros géneros de escritura como la columna, la novela
o la poesía.
El valor de la columna
Aparte de estos elementos, hay toda una serie de factores
más concretos que inciden en el auge del columnismo.
Así, desde el punto de vista del periódico,
la columna alcanza una importancia vertebradora, tanto en
el sentido figurado de esta palabra como en el literal: juega
un papel central en la organización de la estructura
interna del periódico y en su articulación y
proyección. Como explica Brendan Hennessy, a los redactores
de periódicos les encantan las columnas: «Editors
like columns. They provide the security of all features:
at least those spaces will be filled» (19). La cantidad
y el lugar fijos de las columnas, o sea, de un número
de espacios predeterminados —de hecho, como veremos
más adelante, extensión y lugar fijos son dos
de las características del género del columnismo—,
ayudan de manera muy considerable a elaborar un periódico
que cada día de la semana, ocurra lo que ocurra, publica
un mismo número de páginas; los columnistas
garantizan la ocupación de cierto porcentaje de espacio
independientemente del resto del contenido, y proveen de antemano
al periódico espacios determinados que conformarán,
junto con otros, el esqueleto en torno al que se organizará
el diario.
Otras de las razones por las que les encantan las columnas
a los redactores de periódicos —aparte de que
la colaboración de los columnistas les sigue resultando
relativamente barata en comparación con los costes
de llenar el resto del periódico— son el hecho
de que las columnas pueden proporcionar un tono distinto al
tenor dominante de las malas noticias; pueden entretener o
dar un toque ligero a la seriedad prevaleciente; pueden crear
controversias, y son producto de una voz individual. Todos
son factores que a su vez pueden incitar discusión
pública y reacciones de los lectores directamente reflejadas
en la sección «Cartas al director» y pueden
incluso estimular las ventas del periódico, especialmente
a través de la asidua colaboración de «firmas»
en su publicación. Además, la pluralidad de
voces y de distintos puntos de vista dentro de un periódico
mediante columnistas con una variedad de perspectivas es una
«perversidad calculada» por parte de los redactores
y directores que les permite apelar —o crear la impresión
de apelar, que desde el punto de vista de la proyección
de una imagen puede resultar lo mismo— a un amplio sector
de lectores.
Para el lector, el o la columnista puede informar entreteniendo
o entretener informando, proveer una mirada, un punto de vista
y estilo distintos que el lector aprecia y a través
del cual aprende o con el cual se identifica. En palabras
de Juan Gutiérrez Palacio,
«cualquiera que sea su forma o estilo, las columnas
ayudan a introducir para los lectores un cambio con respecto
al estilo más restringido de redacción periodística.
Las columnas dan colorido, diversidad y opinión. Y
ayudan al periódico en la doble obligación que
tiene con los lectores: informar y entretener» (20).
El columnista es, además, una especie de mediador
entre el lector del periódico y la realidad, filtrando
e interpretándola (21). Fomenta cierta independencia
mental en el lector (aunque a veces también cierta
dependencia de la cosmovisión del columnista por parte
del lector), forma a las personas, las ayuda a que adopten
«puntos de vista sobre su época que no son, sin
más, lo que la propia época piensa por sí
sola» (22). Como el dietario, género con el cual
la columna de escritor tiene mucho en común en cuanto
escritura autobiográfica, proporciona una forma de
conocimiento y pensamiento reveladora y por eso adictiva (23).
Y yo creo que se tiene que hacer especial hincapié
en esa forma que toman el pensamiento y conocimiento
adictivos en el caso de la columna, el tratamiento a que se
somete el material proveniente en un principio de la realidad,
por las razones que esgrimiré más adelante.
La importancia que tiene el columnismo para el escritor
hoy en día radica, esencialmente, en la atracción
que el periódico ha ejercido siempre sobre él:
«Las dos razones fundamentales que llevan a los escritores
al periódico [son] la económica y el deseo
de tener éxito, de darse a conocer» —para
la inmensa mayoría de los escritores la colaboración
periodística ha constituido desde hace bastante más
de cien años «una fuente de ingresos complementaria
e imprescindible» (24)—. El escritor llega a través
del periódico a un público más amplio
y su éxito comercial está estrechamente ligado
a su presencia en la prensa, además de favorecer la
comercialización del producto (cultural). El autor
y su firma pueden llegar a convertirse en «firmas»,
una especie de marca comercial cultivada y promocionada por
un grupo a través de su periódico, editoriales
(de libros) o cadenas radiofónicas, un fenómeno
que obviamente está relacionado con la fuerte comercialización
del mercado editorial. Ingreso regular, popularidad y prestigio
son los beneficios de sus colaboraciones periodísticas,
según las declaraciones de muchos narradorescolumnistas
en 1999 (25). Es probable que también les tiente a
muchos «la posibilidad de influir en lo cotidiano»
(26).
Estas razones hacen que las colaboraciones periodísticas
de escritores se recojan también a menudo en forma
de libro, además de constituir un rendimiento económico
suplementario, un desafío al olvido o un reflejo de
la vanidad del escritor o de la presión por parte de
editoriales para que el autor mantenga cierta presencia en
el mercado del libro. Este es un fenómeno particularmente
significativo a partir de los años noventa del siglo
recién concluido, cuando surgen en España colecciones
específicas, tales como la serie «El viaje interior»
de El País/Aguilar o la de «Textos de escritor»
de Alfaguara, consagradas a recopilar en forma de libro las
columnas, los artículos, los ensayos u otras colaboraciones
periódicas de escritores en la prensa o en revistas
(novelistas). De hecho, puede que la existencia de tales
series se deba no sólo a razones comerciales sino también
a «la superstición de las páginas encuadernadas,
el considerar al libro como único soporte literario»,
lo que según Seoane ha hecho que «hasta época
relativamente reciente, las historias de la literatura no
se ocuparan de la prensa, pese a que en periódicos
y revistas se han gestado todos los movimientos literarios
contemporáneos, y han visto por primera vez la luz
muchas obras antes de convertirse en libro. En el contexto
del periódico cobran su pleno sentido» (27).
Gutiérrez Carbajo confirma que la tendencia a considerar
el libro «como único testimonio de una época
o de un acontecimiento nos ha privado generalmente de muy
sabrosos complementos en las historias literarias»
(28). Las recopilaciones de columnas en forma de libro obedecen
también a este deseo de hacer ver que el columnismo
forma parte integrante de la obra literaria del autor. Amando
de Miguel arguye que una historia de la literatura del último
siglo no se puede recomponer sin tener en cuenta las colaboraciones
periodísticas y, de hecho, según Vázquez
Montalbán, en sus últimos años, José
María Valverde, que falleció en 1996, había
llegado a sostener que «la literatura española
contemporánea había que buscarla entre los
columnistas de los diarios más solventes», un
tópico bastante extendido hoy día y una notable
exageración, aunque sí resalta la importancia
del columnismo en el presente panorama literario (29).
Sea como fuere, la colaboración periodística
de muchos escritores constituye —desde por lo menos
el siglo XIX— una faceta de su producción que
puede ayudar a entender el conjunto o aspectos de su trayectoria
literaria (además de la personal), su pensamiento
literario e incluso puede constituir una veta principal de
su creación. Es posible que la generalizada colaboración
del escritor en la prensa sea un indicio de la creciente profesionalización
de los escritores y de la madurez de la sociedad literaria
o de la comercialización del mercado de las letras,
pero de lo que espero que no quepa duda, si se tiene en cuenta
el marco que he intentado esbozar, es la importancia que la
columna ha alcanzado, especialmente desde finales del siglo
XX, y que, por todo lo expuesto, es un género digno
de más atención de la que ha granjeado hasta
ahora.
Naturaleza y exergo de la columna de escritores
Desde un punto de vista de su formato, en todo lo que atañe
a aspectos formales de su presentación, apariencia
y diseño, es decir, todo menos su contenido, es relativamente
sencillo definir la columna de escritores: es un texto que
se publica con una periodicidad fija (diaria o semanal, en
la mayoría de los casos); tiene siempre la misma extensión
(es un apartado que puede consistir en una o más columnas
tipográficas —el término genérico
«columna» tiene por lo tanto un sentido metonímico—,
pero cualquiera que sea su extensión concreta, ésta
puede variar sólo muy poco o prácticamente nada
en el número de palabras); ocupa un lugar y espacio
determinados y normalmente invariables dentro del periódico
(o suplemento de periódico) en que se publica; tiene
una presentación tipográfica destacada (se la
suele aislar con recuadros, filetes, corondeles u otros procedimientos
del resto del contenido de la página o del periódico
si ocupa una página entera); muy a menudo va encabezada
también por un título general (además
del concreto que suelen tener las columnas más largas,
como las de los suplementos), y no sólo viene siempre
acompañada por la firma del autor que la redacta sino,
en muchos casos, también por su foto (elementos que
no distan mucho de representar algo así como la marca
comercial a que me referí arriba). Como mantiene Hennessy,
este formato especial de la columna en el periódico
«triggers off the right mood of expectancy in the readers»
y, aparte de crear ese aire de expectación, sirve para
llamar la atención del lector (30).
Este modo de delimitar la modalidad de la columna de escritores
es por tanto mediante su paratexto o exergo: los únicos
elementos que yo he aducido hasta ahora para definir la columna,
es decir, periodicidad y extensión fijas, lugar determinado,
presentación tipográfica destacada, título
general y firma, son todos atributos que se sitúan
en el exergo y no forman parte del texto de la columna misma.
A modo de ilustración podemos recurrir a la metáfora
de la caja vacía empleada por Rafael Sánchez
Ferlosio en su discusión de recipientes que requieren
la producción de algo que les llene ya que «vivimos
en un mundo en que no son las cosas las que necesitan cajas,
sino las cajas las que se anticipan a urgir la producción
de cosas que las llenen», lo que explica el imperativo
del periódico de llenar cada día de la semana
un espacio predeterminado, dado que no es la cantidad de noticias
lo que determina su extensión (31). El periódico
es por lo tanto una caja vacía que hay que llenar
a diario y yo añadiría que la columna es una
minicaja (también vacía en un principio, pero
de cuyo llenado son responsables otros) dentro de ésta.
Esta lógica de las cajas (o de la intransitividad)
rige tanto la producción del periódico como
la de la columna —de qué, si no, es prueba la
manera de proceder de los columnistas, que están en
permanente búsqueda de temas para sus columnas y no
saben a veces sobre qué escribir o temen la página
en blanco—. La columna precisa de mucha disciplina e
inventiva precisamente porque se tiene que llenar un espacio
concreto con regularidad; «it requires much discipline
and often much ingenuity: finding something new to write about
regularly because you have a space to fill can become
burdensome. You can run out of steam» (32).
La importancia capital del paratexto no me parece tan sorprendente
si se tiene en cuenta que todos los textos dependen en gran
o exclusiva medida del exergo para indicar cómo deben
ser leídos y a qué género pertenecen;
todos los textos, especialmente los literarios, precisan del
exergo, no se pueden definir en su esencia porque no la tienen
o no tienen una esencia que baste por sí misma para
definir su género, o no de manera inequívoca.
Eso explicaría también por qué muchas
columnas se leen de manera distinta si son sacadas de su contexto
inicial del periódico, despojadas así de gran
parte de su exergo original e incluidas dentro de otro marco;
la columna se puede convertir (se convierte en muchos casos)
en un texto con otro género, en cuento, artículo
de opinión, ensayo, crónica, fragmento de novela,
por ejemplo, precisamente porque su parafernalia paratextual
de columna se cambia por un exergo distinto. Esto ocurre,
por ejemplo, en el caso de Gabriel García Márquez,
como demuestra Maarten Steenmeijer en su trabajo de este número
monográfico, y este es el caso también, por
traer a colación otro ejemplo interesante que menciona
Valls en su discusión de un caso afín, de un
cuento de Javier Marías titulado «El viaje de
Isaac» que relata la historia de una maldición
familiar que en la colección de cuentos en que se recoge
se lee como ficción, mientras que cuando se publica
en versión de columna más tarde, «Una
maldición», se toma como verdad y cuando se incluye
en Negra espalda del tiempo, también, aunque
sea rodeada por más indeterminación en esta
«falsa novela» que en el caso de la columna (33).
«Es una muestra de cómo las mismas páginas
pueden no ser las mismas», por decirlo en palabras del
propio Marías al referirse a otro ejemplo del mismo
proceso, de cómo incide de manera determinante el exergo
en la recepción de un texto (un ejemplo destacado de
la importancia del exergo es su novela Todas las almas
y su paratexto, algo que he analizado en otro lugar);
este fenómeno no es nada nuevo y es una de las maneras
en que el periodismo se convierte automáticamente en
literatura como por arte de magia, sin que se produzca ningún
cambio en su contenido (34).
De ahí que no sea sorprendente que sea bastante extendida
la noción que una característica incontrovertible
del texto en sí de la columna de escritores es que
carece de características unificadoras. Desde el punto
de vista del Periodismo y las Ciencias de la Información
la columna se suele agrupar con los géneros de «opinión»,
junto con el editorial o el artículo (los otros dos
grupos son los de información e interpretación)
(35). Pero todos están de acuerdo en que la columna,
especialmente la que es cultivada por escritores, goza de
una absoluta libertad temática y formal y que la caracteriza
la diversidad de contenidos (36). La libertad temática
está levemente condicionada por el hecho de que las
columnas de escritores suelen establecer cierta conexión
con la actualidad (en muchos casos muy tenue, si no inexistente,
y con la función de servir como pretexto y punto de
arranque del texto), porque forman parte de la prensa, actualidad
que, eso sí, es entendida en sentido amplio. Y esa
libertad u holgura es en parte resultado del hecho de que
al escritorcolumnista no se le suele conferir encargo concreto
ninguno (y esa es la diferencia principal entre el columnistaescritor
y el columnista especializado en un campo, como deportes,
política, economía, cine, etc., que obviamente
se tiene que ocupar de algo relevante al área en cuestión).
El escritor en cuanto columnista es un «francotirador
por su exclusiva cuenta y riesgo» que dispone de «un
cheque en blanco» y «de un espacio para escribir
como le dé la gana» y de lo que le dé
la gana (37). Juan Gutiérrez Palacio matiza esta libertad
del columnista: «Hoy se reconoce la libertad del columnista
para escribir lo que quiera, bajo su nombre, pero también
la del director para suprimir, censurar o quitar, cuando estima
que es el caso de hacerlo» (38). Esta puntualización
es importante, porque no se debe olvidar que sigue habiendo
casos de censura, a pesar de la libertad de que gozan en
un principio los columnistas. El caso más reciente
y flagrante es de una columna censurada de Javier Marías
que nunca llegó a publicarse donde estaba destinada
(39). Asimismo, aparte de ese inquietante caso de censura
por parte de la dirección de un periódico, los
escritores columnistas se ven a menudo sometidos a demandas
judiciales, como les ha ocurrido a Juan José Millás
y Vicente Molina Foix, por ejemplo. Desafortunadamente, este
parece ser el riesgo del francotirador y de la libertad que
puede ejercer.
Esta libertad —temática, formal, estructural,
estilística— que caracteriza la columna de escritores
hace de ella un verdadero cajón de sastre. Y en eso
tiene algo en común con el género de la novela:
tanto la columna como la novela se caracterizan por el hecho
de haber usurpado o de valerse de muchos otros géneros
en un principio próximos o no tanto. Como ha afirmado
López Pan, la historia de la columna ha sido una «de
crecimiento continuo y absorción de otros géneros
concomitantes» y «algunos tipos de textos periodísticos
que durante años se escribían y leían
como distintos de la columna (…) acabaron desembocando
en la columna» (40). Yo añadiría que la
columna de escritores se apropia o se sirve además
de géneros literarios y no sólo periodísticos.
Y esto es así en gran medida porque los escritores
le infunden a su columnismo procedimientos propios de otros
géneros. Este hecho no me parece casual sino más
bien un indicio de que se trata de un género que,
como la novela, tiene bastante vigencia. De ahí que
la columna de escritor se considere a menudo como crónica,
diario (dietario), ensayo, folletín, cuento o relato
(o «relato real»), aparte de artículo o
artículo literario, bajo cuyo abrigo se encuentra
siempre. Esta hibridez de la columna de escritores y su relativa
indefinición, no sólo forma parte del fenómeno
contemporáneo de la disolución de los límites
entre diferentes géneros literarios, sino que contribuye
a configurar un género nuevo. Yo creo que lo que en
este trabajo he denominado la «columna de escritores»
es precisamente esto: un género esencialmente nuevo
que se cristaliza en los años noventa.
Ahora bien, la columna de escritores me parece que sí
tiene una característica esencial que queda patente
en prácticamente todos los trabajos de este número
monográfico. Lo que la suele caracterizar es la primacía
del estilo y la forma, lo que se ha llamado «la voluntad
de estilo», su confección literaria, esa infusión
de procedimientos literarios de que hablé arriba, el
cuidado de la forma, algo que a veces obedece al propósito
de reintroducir la literatura en la prensa diaria (un propósito
sólo alcanzable siempre que no se haga alarde o gala
de ese estilo). Y esta primacía que se concede al estilo
condiciona una serie de elementos clave. Así, las columnas
de escritores configuran un «yo» autorial ficcionalizado,
un columnista que es narrador y se convierte también
en personaje (un sujeto que es también objeto). Este
«yo» que se configura en las columnas es una máscara.
Dicho de modo sencillo: el «yo» de la columna
es su narrador y por lo tanto no debe confundirse con su autor,
una de las reglas principales cuando se lee una novela o un
cuento e igualmente importante en el caso de la columna dada
la primacía del estilo y la de su forma y retórica:
el narrador de la columna, como el de una novela, es una invención.
En palabras de Javier Cercas, que podría suscribir
cualquier columnistaescritor, es un «yo que soy yo
y no soy yo al mismo tiempo» (41). Esta máscara
es pareja a lo que López Pan considera el ethos del
columnismo: la presencia de una imagen, un talante, una impronta
del autor en su texto, resultante de su manera de ser, de
su carácter moral, sus valores e intenciones que se
perfilan con forma y estilo propios. De hecho, para López
Pan el ethos es no sólo el principal recurso retórico
de la columna y un elemento configurador y característico
sino la clave misma para entenderla, ya que es en el ethos
donde están anclados estilo, temas, ideas.
Esta máscara o ethos llegan a convertir a
menudo en caricatura al propio autor, como resultado directo
de la voluntad de estilo y los recursos retóricos,
a veces de forma indeliberada y otras intencionadamente (como
es el caso de los Relatos reales del propio Cercas),
y lo mismo ocurre con otros personajes pasados por el filtro
del estilo, al aprovecharse del recurso retórico del
ridiculum, la parodia, la sátira o el humor,
tan predominantes en el columnismo de escritores. El caso
reciente más destacado del empleo del ridiculum
y de la columna paródica y «bufosatírica»
es sin duda el columnismo de Elvira Lindo en su serie titulada
«Tinto de verano» y las que escribe de momento
desde Nueva York para la sección «Domingo»
de El País, en las que no hay personaje que se escape
de la caricaturización. De hecho, esta ficcionalización
del «yo», la máscara y caricatura concomitantes,
pueden llegar a encorsetar al columnista tanto que ya no dispone
de la libertad para escribir su columna. A esto alude Antonio
Muñoz Molina para explicar el hecho de que ha dejado
de escribir columnas cuando dice que le gusta parar porque
llega un momento en que se siente «preso de una maquinaria
estéril que te lleva a hacer (…) parodia de ti
mismo (…) que no seas tú el que escribe el artículo,
sino el artículo que te escribe a ti» (42).
Los seudónimos de Larra, el desdoblamiento del autor
en narrador y personajes extranjeros, el Curioso parlante
de Mesonero Romanos, como los de los otros costumbristas,
sus «tipos» más o menos inventados pero
con bases reales o las fórmulas de máscaras,
seudónimos y personajes ficticios de que se valen en
Inglaterra un siglo antes Sir Richard Steele y Joseph Addison
en sus artículos y ensayos para The Tatler y The
Spectator y el relacionado recurso de la caricatura muy
extendido en ambos siglos, no son sólo un temprano
reconocimiento de la ficcionalización a que se somete
el «yo» autorial y la realidad en general en los
artículos sino antecedentes directos de lo que ocurre
en el columnismo de escritores contemporáneos mediante
la primacía otorgada al cómo sobre
el qué se comunica. «The exaggeration
is not to be taken at face value, and there is not a deliberate
attempt to betray the facts or mislead the reader» (43).
El sometimiento de elementos provenientes de la realidad a
un considerable tratamiento estilístico en el columnismo
de escritores subraya la importancia del estilo (44).
La columna de escritores es por lo tanto más que
un mero «género de opinión» o de
«periodismo de opinión» (que es la forma
en que se encara y se clasifica tradicionalmente desde el
punto de vista del Periodismo y las Ciencias de la Información),
por más que tenga la apariencia de serlo o por mucho
que aparezca a veces entre las páginas de opinión
de los periódicos. Es un artificio mucho más
sutil, complejo e incierto que la simple expresión
de opiniones, por muchas que contenga a veces. Trasciende
lo meramente opinativo. No suele tener una finalidad pragmáticoretórica
o persuasiva, y muy a menudo solamente la aparenta. Como
los otros géneros literarios que cultiva el escritor,
sus novelas o cuentos, una lograda columna es un producto
de la creatividad estética, mediante la cual la imaginación
creativa presenta ideas que no son meras tesis o mensajes
sino ideas estéticas, ideas que pertenecen al ámbito
de una obra que tiene su propia ontología.
El caso del columnismo de escritores y la importancia del
estilo en concreto demuestran que no hay que cometer «la
simpleza de creer que todo lo que aparece en el periódico
es periodismo», como apunta Octavio Aguilera (45). El
columnismo de escritores es una escritura impertinente, en
el sentido de que en un principio contrasta con el discurso
periodístico, no parece venir al caso en un diario
y que por tanto puede ser molesto (por su disconformidad genérica,
además de la frecuente incomodidad que tono y comentarios
críticos pueden provocar). Una lograda columna de escritor
o escritora es prueba de su esfuerzo, generalizado a todos
los géneros literarios que cultiva, por dar a lo que
se comunica un valor permanente que mantenga el interés
del lector una vez que lo que se comunica haya perdido actualidad.
La destreza del escritor puede dotar de interés a cualquier
asunto. El (buen) escritor, por su mera formación,
sabe que el interés de lo que escribe no radica en
la información que comunica sino más bien «en
aquel estilo que haga permanentemente interesante un conocimiento
que ha dejado de tener actualidad», por valerme de
la explicación de Juan Benet de la importancia del
estilo (46). La actualidad del comentario del columnista es
lo que menos interesa, si no es completamente irrelevante;
lo que de verdad importa en última instancia es el
tratamiento a que se somete cualquier material; esto es lo
que conseguirá seducir al lector a largo plazo y en
este aspecto estriba su esencia, como ilustra lúcidamente
Benet:
«Un día el público, acostumbrado a distraerse
con las páginas periódicas de su articulista
favorito, descubre que lo último que le importa es
la actualidad del comentario y lo único que exige,
seducido por las gracias y donaire de un estilo que sabe
paladear, es la continuidad del alimento» (47).
A. G.—UNIVERSIDAD DE EDIMBURGO
NOTAS
(1) Manuel Chaves Nogales, cit. por María Cruz Seoane y María
Dolores Sáiz, Historia del periodismo en España. 3.
El siglo XX: 1898-1936, Madrid, Alianza, 1998, p.
64.
(2) Esteban
Morán Torres, Géneros del periodismo de opinión: Crítica, comentario,
columna, editorial, Pamplona, Eunsa, 1988, p. 165.
(3) Según María Dolores Sáiz, Historia del periodismo en España. 1.
Los orígenes. El siglo XVIII, Madrid, Alianza, 1996,
p. 14.
(4) María Cruz Seoane, «La literatura en el periódico y el periódico en la
literatura», en Periodismo y literatura, ed.
de Amelies van Noortwijk y Anke van Haastrecht, Ámsterdam,
Rodopi, 1997, pp. 17-25; esp. p. 18.
(5) María Cruz Seoane, «La literatura en el periódico…», loc. cit.,
p. 20. «El auge del ensayo —es decir, del artículo— sobre
otros géneros en las generaciones del 98 y del 14 se debe
a que prácticamente todos sus escritores fueron periodistas
o escribieron asiduamente en los periódicos. En cuanto a la
del 27, además de poetas, dio, sobre todo, articulistas» (María
Cruz Seoane, «El periodismo como género literario y como tema
novelesco», en Literatura y periodismo. La prensa como
espacio creativo, ed. de Salvador Montesa, Málaga,
Congreso de Literatura Española Contemporánea, 2003, pp. 9-32;
esp. pp. 25-26). La presencia de los escritores en los periódicos
es tal que un editorial de El Sol de 1930,
titulado «El poder de la prensa», llega a afirmar que los
escritores son más responsables de hacer los periódicos que
los propios periodistas (citado por María Cruz Seoane, «La
literatura en el periódico…», loc. cit., pp.
20-21).
(6) Félix Rebollo Sánchez, «La labor periodística de Corpus Barga», en Moviemientos
literarios y periodismo en España, ed. de María
del Pilar Palomo, Madrid, Síntesis, 1997,
pp. 393-395; esp. p. 394.
(7) María Cruz Seoane, Historia del periodismo en España. 2. El siglo
XIX, Madrid, Alianza, 1996, p. 16.
(8) Antonio López Hidalgo, Las columnas del periódico, Madrid,
Ediciones Libertarias, 1996, pp. 46 y 33, respectivamente.
(9) La afinidad de la columna con el editorial es algo que se subraya en muchas
definiciones de la columna. Uno de los rasgos que distingue
editorial y columna hoy día es precisamente el que ésta lleve
firma. También es reveladora la declaración de García Márquez
al respecto, que durante algunos años escribía editoriales,
que siempre consideraba el texto del editorial «más como una
forma de literatura que de periodismo» (Gabriel García Márquez,
Vivir para contarla, Barcelona, Mondadori,
2002, p. 393); vid., también, el trabajo de
Maarten Steenmeijer sobre el columnismo de García Márquez
en este número.
(10) En palabras de Miguel Ángel Garrido Gallardo, «Las columnas del periodismo
español», en Actas del Seminario de Filología Hispánica
1993, ed. de Miguel Ángel Muro, Logroño,
Gobierno de Rioja, 1994, pp. 9-32; esp. p. 9, y Teodoro León
Gross, El artículo de opinión, Barcelona,
Ariel, 1996, p. 135.
(11) Luisa Santamaría, El comentario periodístico.
Los géneros persuasivos, Madrid, Paraninfo, 1990,
p. 119; Fernando López Pan, «La columna como género periodístico»,
en 70 columnistas de la prensa española, ed.
de Pedro de Miguel, Pamplona, Eunsa, 1995, pp. 11-32; esp.
p. 11; Antonio López Hidalgo, Las columnas del periódico,
op. cit., pp. 21 y 23; Pedro de Miguel, «Introducción», en
Articulismo español contemporáneo. Una antología,
ed. de Pedro de Miguel, Madrid, Mare Nostrum, 2004, pp. 9-28;
esp. p. 11; Irene Andres-Suárez, «Introducción. Más allá de
los géneros», en VV. AA.., Mestizaje y disolución de
géneros en la literatura hispánica contemporánea,
coord. de Irene Andres-Suárez, Madrid, Verbum, 1999, pp. 9-12
(p.11); Fernando Valls, «Ver de cerca. Los artículos literarios
de Antonio Muñoz Molina», en Ética y estética de Antonio
Muñoz Molina. Cuadernos de narrativa,
vol. 2, ed. de Irene Andres-Suárez e Inés d’Ors, Neuchâtel,
Universidad de Neuchâtel, 1997, pp. 69-92; esp. p. 69; Bernardo
Gómez Calderón, «De la intellectio a la elocutio: un modelo
de análisis retórico para la columna personal», Revista
Latina de Comunicación Social, núm. 57 (enero-junio
2004), http://www.ull.es/publicaciones/latina/20040257gomez.htm.
Otra señal de la popularidad de la columna es el hecho de
que en septiembre de 2003 se creó el primer sitio en internet
sobre el columnismo en España, www.sincolumna.com.
(12) Como ya ha apuntado López Pan, «La columna como género periodístico»,
en op. cit., pp. 16-17.
(13) Se objetará quizá que, a pesar de la censura, durante el franquismo se
cultivaba ya cierto columnismo (o articulismo) bastante logrado,
como el de González Ruano; sin embargo, el columnismo de éste
y otros es bastante restringido o limitado; forman parte de
una generación de columnistas que, como ha apuntado Teodoro
León Gross, son «estilistas con pecado de omisión», al escribir
durante este período de excepcional escasez de pluralidad
opinativa por causa del férreo control estatal, un panorama
que basta para atenazar la escritura de cualquier colaborador
en prensa y que sólo cambiará algo a partir de 1966 (León
Gross, El artículo de opinión, op. cit., pp.
102-137).
(14) Albert Chillón, Literatura y periodismo. Una tradición de relaciones
promiscuas, Barcelona, Aldea Global, 1999, p. 353.
(15) Ibíd., pp. 353-3544.
(16) Ibíd., pp. 356 y 358-360.
(17) María del Pilar Palomo, Movimientos literarios y periodismo en
España, op. cit., p. 450.
(18) Ibíd., p. 451. La influencia del New Journalism
norteamericano sobre este nuevo periodismo
español, la adopción de estilos y técnicas del campo de la
escritura de la ficción a la redacción de crónicas y reportajes
periodísticos, algo que muchos han dado por sentado y es opinión
prevaleciente en varios manuales de periodismo, parece que
fue en realidad más bien mínima, entre otras razones porque
éste bebe principalmente en la rica tradición de periodismo
española y se desarrolla coetáneamente (vid.
el cap. 13 de Albert Chillón, Literatura y periodismo,
op. cit.).
(19) Brendan Hennessy, Writing Feature Articles. A Practical Guide to
Methods and Markets, Oxford, Focal Press, 1997, p.
228.
(20) Juan Gutiérrez Palacio, Periodismo de opinión, Madrid,
Paraninfo, 1984, p. 173.
(21) Vid., también, Eduardo Alonso, «Un “icp” imposible», en
Páginas de viva voz. Leer y escribir hoy,
ed. de Álvaro Ruiz de la Peña, Oviedo, Universidad de Oviedo,
1995, pp. 193-200; esp. pp. 195 y 198-199.
(22) Javier Marías, «Tengo a veces la sensación de no estar ya vivo», Lateral,
núm. 82 (octubre 2001), pp. 13-15; esp. p. 14.
(23) Esto es lo que dice Jordi Gracia sobre el retrato íntimo del autor a través
del dietario, un género muy afín al columnismo, a mi modo
de ver, precisamente de resultas de este autorretrato (producido
más o menos voluntariamente) que se lleva a cabo (Jordi Gracia,
«El paisaje interior. Ensayo sobre el dietarismo español contemporáneo»,
Boletín de la Unidad de Estudios Biográficos,
núm. 2 (enero 1997), pp. 39-50; esp. p. 49). No me parece
casual, por tanto, que Javier Marías se haya referido a sus
columnas como un «diario involuntario» (El País,
13 de mayo de 1997, p. 13).
(24) María Cruz Seoane, «La literatura en el periódico…», loc. cit.,
p. 19, y «El periodismo como género literario…», loc.
cit., p. 24.
(25) Recogidas por Suso Morelo y Daniel Lozano, «Literatura de diario», Leer
núm. 100 (marzo 1999), pp. 74-80.
(26) José Acosta
Montoro, Periodismo y literatura, 2
vols., Madrid, Guadarrama, 1973, p. 51.
(27) María Cruz Seoane, «El periodismo como género literario…», loc.
cit., p. 23. De todos modos, este fenómeno de recopilaciones
en forma de libro de las colaboraciones periodísticas de escritores
no es nuevo puesto que se da ya en el siglo xix.
(28) Juan Gutiérrez Carbajo (ed.), Artículos periodísticos (1900-1998),
Madrid, Castalia, 1999, pp. 25-26.
(29) Amando de Miguel, Sociología de las páginas de
opinión, Barcelona, A. T. E., 1982, p. 15, y Manuel
Vázquez Montalbán, «Prólogo», en Albert Chillón, Literatura
y periodismo, op. cit., pp. 11-13; esp. p. 11.
(30) Brendan Hennessy, Writing Feature Articles,
op. cit., p. 231.
(31) Rafael Sánchez Ferlosio, «Las cajas vacías», en El
alma y la vergüenza, Barcelona, Destino, 2000, pp.
61-73.
(32) Brendan Hennessy, Writing Feature Articles,
op. cit., p. 228. Asimismo, yo creo que, hasta cierto punto,
para muchos escritores, la escritura de novelas es determinada
o dictada por tamañas ataduras, está sujeta a la misma lógica,
o sea, la novela misma existe en un inicio como caja vacía
que necesita ser llenada.
(33) Fernando Valls, «“Lo que dijo el mayordomo”, de Javier
Marías, o la disolución de los géneros literarios narrativos»,
en Mestizaje y disolución de géneros…, ed.
cit., pp. 168-173; Javier Marías, «El viaje de Isaac», en
Mientras ellas duermen, Barcelona, Anagrama,
1990, pp. 107-113, «Una maldición», en Mano de sombra,
Madrid, Alfaguara, 1997, y Negra espalda del tiempo,
Madrid, Alfaguara, 1998.
(34) Javier Marías, «Nota previa», en Cuando fui mortal,
Madrid, Alfaguara, 1996, pp. 9-13; esp. p. 11. Hablando por
ejemplo del articulismo del escritor inglés Walter Pater en
la segunda mitad del siglo xix, la mayoría de cuyos libros
«literarios» consisten en artículos periodísticos, Laurel
Brake afirma que el cambio de formato (o sea, de exergo o
«caja») es lo que ocasiona el cambio genérico: «The transfer
of format from periodical to book —a difference of cultural
“manufacture”— was the means by which Pater’s journalism became
literature, and ephemera permanent» («“The Profession of Letters”:
Walter Pater and Greek Studies», en Journalism, Literature
and Modernity: From Hazlitt to Modernism, ed. de
Kate Campbell, Edimburgo, Edinburgh University Press, 2000,
pp. 121-140; esp. p. 121). Sobre la importancia del exergo
en el caso de la novela de Marías, vid. Alexis
Grohmann, Coming into one’s Own: The Novelistic Development
of Javier Marías, Ámsterdam, Rodopi, 2002, y «Reading
the Exergue: Todas las almas by Javier Marías
— Autobiographical Writing or Fiction?», Bulletin of
Spanish Studies, vol. LXXX, núm. 1 (2003), pp. 55-79.
(35) Luisa Santamaría, siguiendo las pautas de Martínez Albertos,
distingue entre tres actitudes ante la noticia: la informativa
(cuyos géneros serían la noticia y el reportaje objetivo),
la interpretativa (crónica y reportaje en profundidad) y la
opinativa (artículo editorial, suelto, columna o crítica;
El comentario periodístico, op. cit., p. 21).
(36) Consúltese, a modo de ejemplo (hay muchos más), lo que
afirma Gutiérrez Palacio al respecto: «Las colaboraciones
de los columnistas pueden ser de tono serio o ligero, formal
o informal, objetivo o subjetivo, basados en los hechos o
en la fantasía. El columnista puede romper lanzas con enemigos
reales o imaginarios. O puede escribir para diversión propia
y de sus lectores (…). El estilo de los columnistas puede
ser narrativo, descriptivo, explicativo, interpretativo, argumentativo,
o una combinación de dos o más de ellos. Las columnas pueden
escribirse como cuentos cortos, informaciones de suplemento,
editoriales o ensayos» (Periodismo de opinión,
op. cit., pp. 172-173).
(37) Bartolomé Mostaza (citado por López Pan, «La columna
como género periodístico», loc. cit., p. 13),
Santamaría (El comentario periodístico, op.
cit., pp. 122-123) y López Pan (ibíd., p.
21), respectivamente. La expresión «cheque en blanco» es de
Martínez Albertos.
(38) Periodismo de opinión, op. cit., p.
181.
(39) Vid. Javier Marías, Harán de
mí un criminal, Madrid, Alfaguara, 2003.
(40) «La columna como género periodístico», loc. cit.,
p. 12.
(41) «Prólogo», en Relatos reales, Barcelona,
El Acantilado, 2000, pp. 7-18; esp. p. 8.
(42) «Muñoz Molina considera que sus artículos son una “invención curiosa de
la realidad”», El País, 20 de diciembre de
2002.
(43) Brendan Hennessy, Writing Feature Articles, op. cit.,
p. 242.
(44) Las parodias de distintos columnistas que lleva a cabo Sergi Pàmies en
agosto de 2001 para El País ilustran bien
esta primacía del estilo en el columnismo de escritores: lo
que le permite a Pàmies escribir imitativa y paródicamente
«a la manera de» es principal y precisamente el estilo de
cada uno de los escritores columnistas caricaturizados.
(45) La literatura en el periodismo y otros estudios en torno a la libertad
y el mensaje informativo, Madrid, Paraninfo, 1992,
p. 30.
(46) La inspiración y el estilo, Barcelona, Seix Barral, pp.
135 y 137-138.
(47) Ibíd., pp. 139-140.
|