INSULA La escritura impertinente. .Número 703704. JulioAgosto 05
 
 

Alexis GROHMANN /
La escritura impertinente



A Nigel Dennis

«No tienen nada que hacer en el periódico los literatos al viejo modo, esos caballeros necios y magníficos que se sacan artículos de la cabeza sobre todo lo divino y lo humano (…) [que] todas las mañanas meten por debajo de la puerta sus impertinentes prosas» (1). Con estas palabras, el periodista andaluz (y autor de una memorable narración biográfica de Juan Belmonte) expresaba en 1928 su deseo de desterrar del periódico al escritor y sus escritos. Baldío resultó tal anhelo que, lejos de cumplirse, sólo llega a expresar la frustración ante la presencia de los literatos en la prensa, presencia que, desde la época democrática reiniciada, es especialmente marcada en la modalidad del columnismo; desde 1975 asistimos a un auge sin parangón de la columna, especialmente la que es cultivada por escritores, que contribuye a la configuración de un género en gran medida nuevo en las letras españolas, un género heredero, eso sí, de fuentes autóctonas y de una rica tradición de simbiosis entre literatos y prensa y de la prosa «impertinente» de aquellos que desde hace por lo menos dos siglos se ha introducido en los periódicos.


Algunos antecedentes

La columna como género propiamente dicho y en el sentido en que lo entendemos hoy no aparece en España hasta el siglo XX, aunque tan poca relevancia tiene como género bien delimitado en la prensa que sólo mediado el siglo XX aparece una primera referencia a ella en la Enciclopedia del periodismo publicada en 1953; se la nombra pero no se la considera lo suficientemente importante como para dedicarle un capítulo y sólo a partir de finales de los años sesenta empieza a adquirir cierto relieve como género. Por lo tanto, desde un punto de vista histórico la columna nace en España en el siglo XX pero no prolifera hasta la segunda parte de este siglo, experimentando su apogeo en la época posterior a 1975. Sin embargo, la columna no surge de la nada. Como bien demuestra la propia Seoane en su trabajo en este número monográfico o como afirma Morán Torres, «históricamente, podemos considerar que la columna actual responde a lo que en el viejo periodismo era el artículo de un colaborador fijo, denominándose columnista al que antes se llamaba articulista» (2). Ahí radica la dificultad de precisar los orígenes del columnismo, porque del artículo firmado de un colaborador regular de un periódico, un fenómeno muy extendido en el siglo XIX y principios del XX, a la columna media un paso casi imperceptible.

Como demuestra Seoane, los antepasados inmediatos del columnismo del siglo XX se encuentran en el articulismo del siglo XIX, un siglo a partir del cual «se agiganta el papel de la prensa» (3). Es en este siglo cuando la prensa se convierte en un medio de comunicación de masas, que además goza de una exclusividad que perderá en el siguiente. Paralelamente, la prensa da cabida en este período a la literatura: géneros literarios como el artículo de costumbres, la novela de folletín y el relato breve hallan su vehículo específico en las páginas de la prensa periódica. Como es bien sabido, el género romántico del costumbrismo nace en los periódicos que acogen los artículos o «cuadros» de costumbres en su parte amena, la parte inferior de la primera página separada por una línea de la sección política. Esta sección, «el inquilino del bajo» de los periódicos hasta entrado el siglo XX, llamada primero «boletín» y luego «folletín» (del feuilleton francés), es dedicada a la literatura en la prensa diaria que admite así la literatura en su seno mediante la publicación de artículos de costumbres o de crítica y de obras de creación (4). De hecho, la lista de escritores del siglo XIX que colaboran en los periódicos, que son periodistas en un sentido estricto o que incluso desempeñan otras funciones dentro del periódico como la de redactores o fundadores, es encabezada por Mariano José de Larra y Ramón de Mesonero Romanos, los padres del artículo literario (de costumbres) e incluye a prácticamente todos los escritores importantes del siglo, como Serafín Estébanez Calderón, Gustavo Adolfo Bécquer, Ramón de Campoamor, Pedro Antonio de Alarcón, Juan Valera, Benito Pérez Galdós y Leopoldo Alas («Clarín»), entre muchos otros.

Larra, en concreto, se suele mencionar como el antecedente más significativo del columnismo contemporáneo. En efecto, con sus artículos de costumbres no sólo se convierte en el creador del artículo literario en España, sino que se perfila como un «protocolumnista», mediante su profunda preocupación por la utilización de la lengua, su concepción del articulismo como un género literario, la primacía concedida al estilo y los recursos retóricos, la ficcionalización de la realidad y del «yo», y su empleo de la parodia, la sátira, el humor y el ridiculum en general con fines críticos. Pero, como afirma Seoane, la «edad dorada» de la literatura del periódico es la época entre 1898 y 1936, cuando la prensa «está a extraordinaria altura en el [aspecto] intelectual y literario, porque se nutre en gran medida de las plumas de escritores e intelectuales en una época excepcional de la cultura española»; revistas y diarios publican en cada uno de sus números varios artículos de escritores que comentan la realidad española o escriben sobre temas artísticos, literarios, científicos, filosóficos, etc., hasta tal punto que «puede afirmarse sin exageración que el ámbito natural del escritor es el periódico más que el libro» (5). A modo de ejemplo, una de las tempranas «columnas» importantes del siglo XX sería, por ejemplo, la serie que escribe Corpus Barga desde París en calidad de corresponsal para El Sol en los años diez y veinte; «cada día mandaba sus ideas sobre algo vivo que acontecía. Su columna era esperada y leída por miles de madrileños» (6). Aunque tampoco se debe olvidar la importancia que sigue teniendo el artículo (y, en menor medida, la columna) en la posguerra, con cultivadores como Josep Pla, Víctor de la Serna y otros como Rafael Sánchez Mazas, José María Pemán o César González Ruano, los cuales son a menudo citados por columnistas contemporáneos como precursores importantes.

Durante la mayor parte del siglo XIX la prensa, más que portavoz o formadora de opinión, es un arma de combate político en una época combativa. Sólo cuando el periódico se transforma en un efectivo medio de información de masas profesionalizado en el último tercio del siglo, la prensa se convierte en un verdadero «cuarto poder» que ya no estará a la merced de distintos grupos de poder político que buscan imponerse. Este desarrollo es crucial para entender la evolución de la prensa y el periódico que eventualmente dará acogida al columnismo. Hacia la mitad del siglo XIX empiezan a surgir periódicos que se pretenden neutrales, políticamente independientes y objetivos proveedores de información, como la Correspondencia de España (1858) o El Imparcial (1867), que «están más atentos a servir los intereses de la empresa que los de un partido, para lo cual han de conseguir muchos anunciantes y muchos lectores, siempre en estrechísima conexión» (7). Es la entrada en la era capitalista del periódico que se transforma, además, con la llegada del telégrafo, del correo, del ferrocarril, los avances en el arte de la imprenta y las artes gráficas y la creación de agencias de noticias. La opinión cede paso a la información en el transcurso del siglo XIX y las noticias firmadas a las noticias anónimas de agencia, y en el periódico empieza a primar lo impersonal. Paulatinamente va desapareciendo el editorial y la noticia firmados y los periódicos se van convirtiendo en grandes empresas donde cobran importancia la despersonalización y el editorial anónimo que ya no representa el punto de vista de su redactor o director sino el de la empresa.

Es decir, si antes los periódicos se identificaban con la voz de su director o redactor que firmaba sus contribuciones (la misma persona, en la mayoría de los casos), si eran su órgano personal de expresión, en el transcurso del siglo XIX se despersonalizan y se crea el mito de la objetividad, en gran medida porque, convertidos en empresas capitalistas, los periódicos quieren apelar a un amplio sector de la población. Esta aspiración a la objetividad, que hoy reconocemos como imposible e ilusoria, es fomentada primero por las agencias de noticias y, a principios del siglo XX, por la incorporación de la fotografía. Y la redacción de manera impersonal de la noticia, por lo menos en el periodismo informativo, es todavía la receta vigente de los libros de estilo de los más grandes periódicos españoles.

La división del trabajo, la profesionalización del periódico y la especialización de la empresa capitalista conducen a la necesidad de diferenciar las distintas voces que componen el periódico. De ahí que, si antes «el artículo firmado hacía también las funciones del editorial [que eran] editoriales personales que coincidían con la voz de la empresa, pues ambas opiniones coincidían a su vez en la misma persona», ahora surge la necesidad de diferenciar las voces y opiniones del periódico, «la de la propia empresa, a través del editorial, y la de los periodistas o colaboradores, a través de otros géneros de opinión, como la columna» (8). La entrada de los periódicos, a partir del siglo XIX, en la edad capitalista y la de la información, su profesionalización y su transformación en medios de comunicación de masas hacen imprescindible la rápida, veraz y exacta difusión de noticias y la búsqueda de objetividad en su relato, todo lo cual lleva a su despersonalización y a la clara delimitación de las maneras de tratar la noticia, o sea, la creación de géneros periodísticos, de géneros de información y de «opinión». A medida que se lleva a cabo esta despersonalización y especialización del producto periodístico surge también la necesidad de voces personales, porque a menudo el lector prefiere la personalidad al anonimato.

Concreta y paradójicamente, por lo tanto, el nacimiento de la columna está relacionado con la progresiva despersonalización del periódico y el editorial, con su paso del punto de vista de la primera persona singular a la primera persona del plural, del «yo» del director y redactor al «nosotros» del colectivo de la redacción o la empresa entera y con la diferenciación de los distintos textos que componen el periódico. La columna, un género en un principio análogo al editorial, surge cuando éste pierde su carácter personal, y se define precisamente por ser un texto firmado por una persona, como antes el editorial, una expresión de una visión del mundo muy personal, una voz individual (9). La larga tradición española proclive al articulismo es significativa no sólo porque de ésta beberá un nuevo periodismo cuya evolución coincide con la Transición de la dictadura a la democracia en los años setenta del siglo XX, sino también porque potencia el cultivo de un género como la columna.


La columna y el reinicio de la democracia a partir de 1975

A partir de 1975, la mera cantidad de columnas que nacen y el creciente número de columnistas atestiguan una floración que empieza con la Transición y desemboca en el auge verdaderamente extraordinario de la columna en los noventa (10). Toda una serie de libros sobre este género y otros afines se hacen eco de esa expansión. Así, en 1990, Luisa Santamaría habla del gran prestigio de que goza en la prensa la columna firmada; Fernando López Pan observa que, «aunque la columna ha sido un género periodístico abundantemente cultivado en España, en los últimos años asistimos a un auge sin parangón del género»; Antonio López Hidalgo afirma que los columnistas y el género del columnismo están de moda, como también confirma Pedro de Miguel; Irene AndresSuárez distingue el nacimiento de una «modalidad nueva», el artículo literario, del cual la columna es probablemente la vertiente más importante, conclusión que comparte también De Miguel; en su análisis de los artículos literarios de Antonio Muñoz Molina, Fernando Valls hace hincapié en «el momento de esplendor» de este género; según Bernardo Gómez Calderón, «con toda probabilidad, ningún género periodístico atraviesa hoy en día un momento más feliz desde el punto de vista cuantitativo que la columna de opinión» (11). Y esto se debe en gran medida a la proliferación de escritores como columnistas, a la calidad de la prosa de sus textos y a la variedad de las columnas. De hecho, si a finales de los años setenta la columna se consideraba todavía como un género escrito por periodistas, un cuarto de siglo después la situación ha cambiado tanto, que esto no es cierto, o no del todo (12).

Es, por lo tanto, con el reinicio de la democracia, y en los años noventa en especial, cuando la columna de escritores empieza a perfilarse y distinguirse como género autóctono e importante en la prensa española y cuando empieza a componerse como modalidad nueva en su estrecha afinidad con la literatura. Los factores relacionados con lo que se podría llamar, como veremos, el nacimiento de la modalidad de la columna de escritores en España y su muy considerable envergadura son múltiples. El primero de ellos es, obviamente, la libertad de expresión, uno de los pilares del género del columnismo, que es consagrada por el Artículo 20 de la Constitución Española de 1978. Poder expresar libremente los pensamientos, ideas y opiniones mediante un medio escrito es, precisamente, una condición sin la cual la columna mal o sólo medianamente se puede desarrollar (13). Otros dos factores generales y relacionados que componen un marco que sin duda repercute en el auge del columnismo son el muy sustancial papel de la prensa en la época posfranquista, especialmente crucial en los años de la Transición, y un nuevo periodismo español que empieza a gestarse en los años sesenta. El papel e importancia adquiridos por la prensa a partir de 1975, en conjunción con otros factores —el surgimiento de nuevas cabeceras, las transformaciones tecnológicas, la crisis económica o el traslado de periodistas (entre ellos, algunos columnistas), de las «viejas» redacciones, como Triunfo o Informaciones, a la joven prensa de la democracia, como El País, El Periódico o Diario 16—, conforman el marco dentro del cual se desarrollará el columnismo de estos y posteriores años.

El nuevo periodismo que se desarrolla en España desde finales de los años sesenta hasta los primeros ochenta es «una corriente periodísticoliteraria marcada, entre otras cosas, por una actitud de acento crítico e intelectual, heredada de la mejor tradición periodística española» (14). Periodistas como Manuel Vázquez Montalbán, Manuel Vicent, Francisco Umbral, Maruja Torres o Rosa Montero forman parte de un generación nacida en su mayoría después de la guerra civil que llega al periodismo durante un período que coincide con cierto relajamiento de la censura y la aparición de nuevas cabeceras no controladas por la prensa del Movimiento, además de un aumento generalizado de la calidad de la prensa; empiezan a buscar nuevas formas de escritura y a cultivar un periodismo innovador y diferente basado, en palabras de Rosa Montero, en «la subjetividad, la búsqueda lingüística y literaria de lo que estás escribiendo, no solamente del lenguaje sino también de una estructura literaria. Plantearte que cada cosa que haces puede tener su propia estructura como la tiene un cuento, mientras que un periodista tradicional (…) siempre hará los reportajes de una determinada manera» (15).

Este nuevo periodismo, también llamado «periodismo informativo de creación», se inspira en una larga tradición de escritura periodística española y busca más «cultivar géneros más próximos a la divagación personal y a la opinión —columna, retrato, cuadro de costumbre, artículo— que la búsqueda contrastada de información», y su sello distintivo es la voluntad de estilo y la búsqueda de la excelencia expresiva, «la consideración del quehacer periodístico como escritura, y no como mera redacción» (16). De ahí que se pueda afirmar que se trata también «de una invasión de los procedimientos literarios en la escritura periodística» (17). Y una consecuencia de esta invasión es que se va complicando la diferencia entre lo que tradicionalmente suele llamarse periodismo de información (por ejemplo, noticia o reportaje) y periodismo de opinión (editorial, artículo de opinión, columna o crítica); «lo nuevo está en el hecho de que el periodismo informativo se ha hecho creativo, invadiendo el terreno en el que antes se movía en exclusiva el periodismo de opinión» (18). No me parece nada casual, sino más bien consecuente con esta evolución del periodismo, ver esta tendencia del periodista considerado como escritor y la concomitante importancia del estilo estrechamente relacionadas al hecho de que, por ejemplo, todos los citados —Montero, Torres, Umbral, Vicent y Vázquez Montalbán—, que en un principio son periodistas, pasen a practicar también otros géneros de escritura como la columna, la novela o la poesía.


El valor de la columna

Aparte de estos elementos, hay toda una serie de factores más concretos que inciden en el auge del columnismo. Así, desde el punto de vista del periódico, la columna alcanza una importancia vertebradora, tanto en el sentido figurado de esta palabra como en el literal: juega un papel central en la organización de la estructura interna del periódico y en su articulación y proyección. Como explica Brendan Hennessy, a los redactores de periódicos les encantan las columnas: «Editors like columns. They provide the security of all features: at least those spaces will be filled» (19). La cantidad y el lugar fijos de las columnas, o sea, de un número de espacios predeterminados —de hecho, como veremos más adelante, extensión y lugar fijos son dos de las características del género del columnismo—, ayudan de manera muy considerable a elaborar un periódico que cada día de la semana, ocurra lo que ocurra, publica un mismo número de páginas; los columnistas garantizan la ocupación de cierto porcentaje de espacio independientemente del resto del contenido, y proveen de antemano al periódico espacios determinados que conformarán, junto con otros, el esqueleto en torno al que se organizará el diario.

Otras de las razones por las que les encantan las columnas a los redactores de periódicos —aparte de que la colaboración de los columnistas les sigue resultando relativamente barata en comparación con los costes de llenar el resto del periódico— son el hecho de que las columnas pueden proporcionar un tono distinto al tenor dominante de las malas noticias; pueden entretener o dar un toque ligero a la seriedad prevaleciente; pueden crear controversias, y son producto de una voz individual. Todos son factores que a su vez pueden incitar discusión pública y reacciones de los lectores directamente reflejadas en la sección «Cartas al director» y pueden incluso estimular las ventas del periódico, especialmente a través de la asidua colaboración de «firmas» en su publicación. Además, la pluralidad de voces y de distintos puntos de vista dentro de un periódico mediante columnistas con una variedad de perspectivas es una «perversidad calculada» por parte de los redactores y directores que les permite apelar —o crear la impresión de apelar, que desde el punto de vista de la proyección de una imagen puede resultar lo mismo— a un amplio sector de lectores.

Para el lector, el o la columnista puede informar entreteniendo o entretener informando, proveer una mirada, un punto de vista y estilo distintos que el lector aprecia y a través del cual aprende o con el cual se identifica. En palabras de Juan Gutiérrez Palacio,

«cualquiera que sea su forma o estilo, las columnas ayudan a introducir para los lectores un cambio con respecto al estilo más restringido de redacción periodística. Las columnas dan colorido, diversidad y opinión. Y ayudan al periódico en la doble obligación que tiene con los lectores: informar y entretener» (20).

El columnista es, además, una especie de mediador entre el lector del periódico y la realidad, filtrando e interpretándola (21). Fomenta cierta independencia mental en el lector (aunque a veces también cierta dependencia de la cosmovisión del columnista por parte del lector), forma a las personas, las ayuda a que adopten «puntos de vista sobre su época que no son, sin más, lo que la propia época piensa por sí sola» (22). Como el dietario, género con el cual la columna de escritor tiene mucho en común en cuanto escritura autobiográfica, proporciona una forma de conocimiento y pensamiento reveladora y por eso adictiva (23). Y yo creo que se tiene que hacer especial hincapié en esa forma que toman el pensamiento y conocimiento adictivos en el caso de la columna, el tratamiento a que se somete el material proveniente en un principio de la realidad, por las razones que esgrimiré más adelante.

La importancia que tiene el columnismo para el escritor hoy en día radica, esencialmente, en la atracción que el periódico ha ejercido siempre sobre él: «Las dos razones fundamentales que llevan a los escritores al periódico [son] la económica y el deseo de tener éxito, de darse a conocer» —para la inmensa mayoría de los escritores la colaboración periodística ha constituido desde hace bastante más de cien años «una fuente de ingresos complementaria e imprescindible» (24)—. El escritor llega a través del periódico a un público más amplio y su éxito comercial está estrechamente ligado a su presencia en la prensa, además de favorecer la comercialización del producto (cultural). El autor y su firma pueden llegar a convertirse en «firmas», una especie de marca comercial cultivada y promocionada por un grupo a través de su periódico, editoriales (de libros) o cadenas radiofónicas, un fenómeno que obviamente está relacionado con la fuerte comercialización del mercado editorial. Ingreso regular, popularidad y prestigio son los beneficios de sus colaboraciones periodísticas, según las declaraciones de muchos narradorescolumnistas en 1999 (25). Es probable que también les tiente a muchos «la posibilidad de influir en lo cotidiano» (26).

Estas razones hacen que las colaboraciones periodísticas de escritores se recojan también a menudo en forma de libro, además de constituir un rendimiento económico suplementario, un desafío al olvido o un reflejo de la vanidad del escritor o de la presión por parte de editoriales para que el autor mantenga cierta presencia en el mercado del libro. Este es un fenómeno particularmente significativo a partir de los años noventa del siglo recién concluido, cuando surgen en España colecciones específicas, tales como la serie «El viaje interior» de El País/Aguilar o la de «Textos de escritor» de Alfaguara, consagradas a recopilar en forma de libro las columnas, los artículos, los ensayos u otras colaboraciones periódicas de escritores en la prensa o en revistas (novelistas). De hecho, puede que la existencia de tales series se deba no sólo a razones comerciales sino también a «la superstición de las páginas encuadernadas, el considerar al libro como único soporte literario», lo que según Seoane ha hecho que «hasta época relativamente reciente, las historias de la literatura no se ocuparan de la prensa, pese a que en periódicos y revistas se han gestado todos los movimientos literarios contemporáneos, y han visto por primera vez la luz muchas obras antes de convertirse en libro. En el contexto del periódico cobran su pleno sentido» (27). Gutiérrez Carbajo confirma que la tendencia a considerar el libro «como único testimonio de una época o de un acontecimiento nos ha privado generalmente de muy sabrosos complementos en las historias literarias» (28). Las recopilaciones de columnas en forma de libro obedecen también a este deseo de hacer ver que el columnismo forma parte integrante de la obra literaria del autor. Amando de Miguel arguye que una historia de la literatura del último siglo no se puede recomponer sin tener en cuenta las colaboraciones periodísticas y, de hecho, según Vázquez Montalbán, en sus últimos años, José María Valverde, que falleció en 1996, había llegado a sostener que «la literatura española contemporánea había que buscarla entre los columnistas de los diarios más solventes», un tópico bastante extendido hoy día y una notable exageración, aunque sí resalta la importancia del columnismo en el presente panorama literario (29).

Sea como fuere, la colaboración periodística de muchos escritores constituye —desde por lo menos el siglo XIX— una faceta de su producción que puede ayudar a entender el conjunto o aspectos de su trayectoria literaria (además de la personal), su pensamiento literario e incluso puede constituir una veta principal de su creación. Es posible que la generalizada colaboración del escritor en la prensa sea un indicio de la creciente profesionalización de los escritores y de la madurez de la sociedad literaria o de la comercialización del mercado de las letras, pero de lo que espero que no quepa duda, si se tiene en cuenta el marco que he intentado esbozar, es la importancia que la columna ha alcanzado, especialmente desde finales del siglo XX, y que, por todo lo expuesto, es un género digno de más atención de la que ha granjeado hasta ahora.


Naturaleza y exergo de la columna de escritores

Desde un punto de vista de su formato, en todo lo que atañe a aspectos formales de su presentación, apariencia y diseño, es decir, todo menos su contenido, es relativamente sencillo definir la columna de escritores: es un texto que se publica con una periodicidad fija (diaria o semanal, en la mayoría de los casos); tiene siempre la misma extensión (es un apartado que puede consistir en una o más columnas tipográficas —el término genérico «columna» tiene por lo tanto un sentido metonímico—, pero cualquiera que sea su extensión concreta, ésta puede variar sólo muy poco o prácticamente nada en el número de palabras); ocupa un lugar y espacio determinados y normalmente invariables dentro del periódico (o suplemento de periódico) en que se publica; tiene una presentación tipográfica destacada (se la suele aislar con recuadros, filetes, corondeles u otros procedimientos del resto del contenido de la página o del periódico si ocupa una página entera); muy a menudo va encabezada también por un título general (además del concreto que suelen tener las columnas más largas, como las de los suplementos), y no sólo viene siempre acompañada por la firma del autor que la redacta sino, en muchos casos, también por su foto (elementos que no distan mucho de representar algo así como la marca comercial a que me referí arriba). Como mantiene Hennessy, este formato especial de la columna en el periódico «triggers off the right mood of expectancy in the readers» y, aparte de crear ese aire de expectación, sirve para llamar la atención del lector (30).

Este modo de delimitar la modalidad de la columna de escritores es por tanto mediante su paratexto o exergo: los únicos elementos que yo he aducido hasta ahora para definir la columna, es decir, periodicidad y extensión fijas, lugar determinado, presentación tipográfica destacada, título general y firma, son todos atributos que se sitúan en el exergo y no forman parte del texto de la columna misma. A modo de ilustración podemos recurrir a la metáfora de la caja vacía empleada por Rafael Sánchez Ferlosio en su discusión de recipientes que requieren la producción de algo que les llene ya que «vivimos en un mundo en que no son las cosas las que necesitan cajas, sino las cajas las que se anticipan a urgir la producción de cosas que las llenen», lo que explica el imperativo del periódico de llenar cada día de la semana un espacio predeterminado, dado que no es la cantidad de noticias lo que determina su extensión (31). El periódico es por lo tanto una caja vacía que hay que llenar a diario y yo añadiría que la columna es una minicaja (también vacía en un principio, pero de cuyo llenado son responsables otros) dentro de ésta.

Esta lógica de las cajas (o de la intransitividad) rige tanto la producción del periódico como la de la columna —de qué, si no, es prueba la manera de proceder de los columnistas, que están en permanente búsqueda de temas para sus columnas y no saben a veces sobre qué escribir o temen la página en blanco—. La columna precisa de mucha disciplina e inventiva precisamente porque se tiene que llenar un espacio concreto con regularidad; «it requires much discipline and often much ingenuity: finding something new to write about regularly because you have a space to fill can become burdensome. You can run out of steam» (32).

La importancia capital del paratexto no me parece tan sorprendente si se tiene en cuenta que todos los textos dependen en gran o exclusiva medida del exergo para indicar cómo deben ser leídos y a qué género pertenecen; todos los textos, especialmente los literarios, precisan del exergo, no se pueden definir en su esencia porque no la tienen o no tienen una esencia que baste por sí misma para definir su género, o no de manera inequívoca. Eso explicaría también por qué muchas columnas se leen de manera distinta si son sacadas de su contexto inicial del periódico, despojadas así de gran parte de su exergo original e incluidas dentro de otro marco; la columna se puede convertir (se convierte en muchos casos) en un texto con otro género, en cuento, artículo de opinión, ensayo, crónica, fragmento de novela, por ejemplo, precisamente porque su parafernalia paratextual de columna se cambia por un exergo distinto. Esto ocurre, por ejemplo, en el caso de Gabriel García Márquez, como demuestra Maarten Steenmeijer en su trabajo de este número monográfico, y este es el caso también, por traer a colación otro ejemplo interesante que menciona Valls en su discusión de un caso afín, de un cuento de Javier Marías titulado «El viaje de Isaac» que relata la historia de una maldición familiar que en la colección de cuentos en que se recoge se lee como ficción, mientras que cuando se publica en versión de columna más tarde, «Una maldición», se toma como verdad y cuando se incluye en Negra espalda del tiempo, también, aunque sea rodeada por más indeterminación en esta «falsa novela» que en el caso de la columna (33). «Es una muestra de cómo las mismas páginas pueden no ser las mismas», por decirlo en palabras del propio Marías al referirse a otro ejemplo del mismo proceso, de cómo incide de manera determinante el exergo en la recepción de un texto (un ejemplo destacado de la importancia del exergo es su novela Todas las almas y su paratexto, algo que he analizado en otro lugar); este fenómeno no es nada nuevo y es una de las maneras en que el periodismo se convierte automáticamente en literatura como por arte de magia, sin que se produzca ningún cambio en su contenido (34).

De ahí que no sea sorprendente que sea bastante extendida la noción que una característica incontrovertible del texto en sí de la columna de escritores es que carece de características unificadoras. Desde el punto de vista del Periodismo y las Ciencias de la Información la columna se suele agrupar con los géneros de «opinión», junto con el editorial o el artículo (los otros dos grupos son los de información e interpretación) (35). Pero todos están de acuerdo en que la columna, especialmente la que es cultivada por escritores, goza de una absoluta libertad temática y formal y que la caracteriza la diversidad de contenidos (36). La libertad temática está levemente condicionada por el hecho de que las columnas de escritores suelen establecer cierta conexión con la actualidad (en muchos casos muy tenue, si no inexistente, y con la función de servir como pretexto y punto de arranque del texto), porque forman parte de la prensa, actualidad que, eso sí, es entendida en sentido amplio. Y esa libertad u holgura es en parte resultado del hecho de que al escritorcolumnista no se le suele conferir encargo concreto ninguno (y esa es la diferencia principal entre el columnistaescritor y el columnista especializado en un campo, como deportes, política, economía, cine, etc., que obviamente se tiene que ocupar de algo relevante al área en cuestión). El escritor en cuanto columnista es un «francotirador por su exclusiva cuenta y riesgo» que dispone de «un cheque en blanco» y «de un espacio para escribir como le dé la gana» y de lo que le dé la gana (37). Juan Gutiérrez Palacio matiza esta libertad del columnista: «Hoy se reconoce la libertad del columnista para escribir lo que quiera, bajo su nombre, pero también la del director para suprimir, censurar o quitar, cuando estima que es el caso de hacerlo» (38). Esta puntualización es importante, porque no se debe olvidar que sigue habiendo casos de censura, a pesar de la libertad de que gozan en un principio los columnistas. El caso más reciente y flagrante es de una columna censurada de Javier Marías que nunca llegó a publicarse donde estaba destinada (39). Asimismo, aparte de ese inquietante caso de censura por parte de la dirección de un periódico, los escritores columnistas se ven a menudo sometidos a demandas judiciales, como les ha ocurrido a Juan José Millás y Vicente Molina Foix, por ejemplo. Desafortunadamente, este parece ser el riesgo del francotirador y de la libertad que puede ejercer.
Esta libertad —temática, formal, estructural, estilística— que caracteriza la columna de escritores hace de ella un verdadero cajón de sastre. Y en eso tiene algo en común con el género de la novela: tanto la columna como la novela se caracterizan por el hecho de haber usurpado o de valerse de muchos otros géneros en un principio próximos o no tanto. Como ha afirmado López Pan, la historia de la columna ha sido una «de crecimiento continuo y absorción de otros géneros concomitantes» y «algunos tipos de textos periodísticos que durante años se escribían y leían como distintos de la columna (…) acabaron desembocando en la columna» (40). Yo añadiría que la columna de escritores se apropia o se sirve además de géneros literarios y no sólo periodísticos. Y esto es así en gran medida porque los escritores le infunden a su columnismo procedimientos propios de otros géneros. Este hecho no me parece casual sino más bien un indicio de que se trata de un género que, como la novela, tiene bastante vigencia. De ahí que la columna de escritor se considere a menudo como crónica, diario (dietario), ensayo, folletín, cuento o relato (o «relato real»), aparte de artículo o artículo literario, bajo cuyo abrigo se encuentra siempre. Esta hibridez de la columna de escritores y su relativa indefinición, no sólo forma parte del fenómeno contemporáneo de la disolución de los límites entre diferentes géneros literarios, sino que contribuye a configurar un género nuevo. Yo creo que lo que en este trabajo he denominado la «columna de escritores» es precisamente esto: un género esencialmente nuevo que se cristaliza en los años noventa.

Ahora bien, la columna de escritores me parece que sí tiene una característica esencial que queda patente en prácticamente todos los trabajos de este número monográfico. Lo que la suele caracterizar es la primacía del estilo y la forma, lo que se ha llamado «la voluntad de estilo», su confección literaria, esa infusión de procedimientos literarios de que hablé arriba, el cuidado de la forma, algo que a veces obedece al propósito de reintroducir la literatura en la prensa diaria (un propósito sólo alcanzable siempre que no se haga alarde o gala de ese estilo). Y esta primacía que se concede al estilo condiciona una serie de elementos clave. Así, las columnas de escritores configuran un «yo» autorial ficcionalizado, un columnista que es narrador y se convierte también en personaje (un sujeto que es también objeto). Este «yo» que se configura en las columnas es una máscara. Dicho de modo sencillo: el «yo» de la columna es su narrador y por lo tanto no debe confundirse con su autor, una de las reglas principales cuando se lee una novela o un cuento e igualmente importante en el caso de la columna dada la primacía del estilo y la de su forma y retórica: el narrador de la columna, como el de una novela, es una invención. En palabras de Javier Cercas, que podría suscribir cualquier columnistaescritor, es un «yo que soy yo y no soy yo al mismo tiempo» (41). Esta máscara es pareja a lo que López Pan considera el ethos del columnismo: la presencia de una imagen, un talante, una impronta del autor en su texto, resultante de su manera de ser, de su carácter moral, sus valores e intenciones que se perfilan con forma y estilo propios. De hecho, para López Pan el ethos es no sólo el principal recurso retórico de la columna y un elemento configurador y característico sino la clave misma para entenderla, ya que es en el ethos donde están anclados estilo, temas, ideas.
Esta máscara o ethos llegan a convertir a menudo en caricatura al propio autor, como resultado directo de la voluntad de estilo y los recursos retóricos, a veces de forma indeliberada y otras intencionadamente (como es el caso de los Relatos reales del propio Cercas), y lo mismo ocurre con otros personajes pasados por el filtro del estilo, al aprovecharse del recurso retórico del ridiculum, la parodia, la sátira o el humor, tan predominantes en el columnismo de escritores. El caso reciente más destacado del empleo del ridiculum y de la columna paródica y «bufosatírica» es sin duda el columnismo de Elvira Lindo en su serie titulada «Tinto de verano» y las que escribe de momento desde Nueva York para la sección «Domingo» de El País, en las que no hay personaje que se escape de la caricaturización. De hecho, esta ficcionalización del «yo», la máscara y caricatura concomitantes, pueden llegar a encorsetar al columnista tanto que ya no dispone de la libertad para escribir su columna. A esto alude Antonio Muñoz Molina para explicar el hecho de que ha dejado de escribir columnas cuando dice que le gusta parar porque llega un momento en que se siente «preso de una maquinaria estéril que te lleva a hacer (…) parodia de ti mismo (…) que no seas tú el que escribe el artículo, sino el artículo que te escribe a ti» (42).

Los seudónimos de Larra, el desdoblamiento del autor en narrador y personajes extranjeros, el Curioso parlante de Mesonero Romanos, como los de los otros costumbristas, sus «tipos» más o menos inventados pero con bases reales o las fórmulas de máscaras, seudónimos y personajes ficticios de que se valen en Inglaterra un siglo antes Sir Richard Steele y Joseph Addison en sus artículos y ensayos para The Tatler y The Spectator y el relacionado recurso de la caricatura muy extendido en ambos siglos, no son sólo un temprano reconocimiento de la ficcionalización a que se somete el «yo» autorial y la realidad en general en los artículos sino antecedentes directos de lo que ocurre en el columnismo de escritores contemporáneos mediante la primacía otorgada al cómo sobre el qué se comunica. «The exaggeration is not to be taken at face value, and there is not a deliberate attempt to betray the facts or mislead the reader» (43). El sometimiento de elementos provenientes de la realidad a un considerable tratamiento estilístico en el columnismo de escritores subraya la importancia del estilo (44).

La columna de escritores es por lo tanto más que un mero «género de opinión» o de «periodismo de opinión» (que es la forma en que se encara y se clasifica tradicionalmente desde el punto de vista del Periodismo y las Ciencias de la Información), por más que tenga la apariencia de serlo o por mucho que aparezca a veces entre las páginas de opinión de los periódicos. Es un artificio mucho más sutil, complejo e incierto que la simple expresión de opiniones, por muchas que contenga a veces. Trasciende lo meramente opinativo. No suele tener una finalidad pragmáticoretórica o persuasiva, y muy a menudo solamente la aparenta. Como los otros géneros literarios que cultiva el escritor, sus novelas o cuentos, una lograda columna es un producto de la creatividad estética, mediante la cual la imaginación creativa presenta ideas que no son meras tesis o mensajes sino ideas estéticas, ideas que pertenecen al ámbito de una obra que tiene su propia ontología.

El caso del columnismo de escritores y la importancia del estilo en concreto demuestran que no hay que cometer «la simpleza de creer que todo lo que aparece en el periódico es periodismo», como apunta Octavio Aguilera (45). El columnismo de escritores es una escritura impertinente, en el sentido de que en un principio contrasta con el discurso periodístico, no parece venir al caso en un diario y que por tanto puede ser molesto (por su disconformidad genérica, además de la frecuente incomodidad que tono y comentarios críticos pueden provocar). Una lograda columna de escritor o escritora es prueba de su esfuerzo, generalizado a todos los géneros literarios que cultiva, por dar a lo que se comunica un valor permanente que mantenga el interés del lector una vez que lo que se comunica haya perdido actualidad. La destreza del escritor puede dotar de interés a cualquier asunto. El (buen) escritor, por su mera formación, sabe que el interés de lo que escribe no radica en la información que comunica sino más bien «en aquel estilo que haga permanentemente interesante un conocimiento que ha dejado de tener actualidad», por valerme de la explicación de Juan Benet de la importancia del estilo (46). La actualidad del comentario del columnista es lo que menos interesa, si no es completamente irrelevante; lo que de verdad importa en última instancia es el tratamiento a que se somete cualquier material; esto es lo que conseguirá seducir al lector a largo plazo y en este aspecto estriba su esencia, como ilustra lúcidamente Benet:

«Un día el público, acostumbrado a distraerse con las páginas periódicas de su articulista favorito, descubre que lo último que le importa es la actualidad del comentario y lo único que exige, seducido por las gracias y donaire de un estilo que sabe paladear, es la continuidad del alimento» (47).

A. G.—UNIVERSIDAD DE EDIMBURGO



NOTAS

(1) Manuel Chaves Nogales, cit. por María Cruz Seoane y María Dolores Sáiz, Historia del periodismo en España. 3. El siglo XX: 1898-1936, Madrid, Alianza, 1998, p. 64.

(2) Esteban Morán Torres, Géneros del periodismo de opinión: Crítica, comentario, columna, editorial, Pamplona, Eunsa, 1988, p. 165.

(3) Según María Dolores Sáiz, Historia del periodismo en España. 1. Los orígenes. El siglo XVIII, Madrid, Alianza, 1996, p. 14.

(4) María Cruz Seoane, «La literatura en el periódico y el periódico en la literatura», en Periodismo y literatura, ed. de Amelies van Noortwijk y Anke van Haastrecht, Ámsterdam, Rodopi, 1997, pp. 17-25; esp. p. 18.

(5) María Cruz Seoane, «La literatura en el periódico…», loc. cit., p. 20. «El auge del ensayo —es decir, del artículo— sobre otros géneros en las generaciones del 98 y del 14 se debe a que prácticamente todos sus escritores fueron periodistas o escribieron asiduamente en los periódicos. En cuanto a la del 27, además de poetas, dio, sobre todo, articulistas» (María Cruz Seoane, «El periodismo como género literario y como tema novelesco», en Literatura y periodismo. La prensa como espacio creativo, ed. de Salvador Montesa, Málaga, Congreso de Literatura Española Contemporánea, 2003, pp. 9-32; esp. pp. 25-26). La presencia de los escritores en los periódicos es tal que un editorial de El Sol de 1930, titulado «El poder de la prensa», llega a afirmar que los escritores son más responsables de hacer los periódicos que los propios periodistas (citado por María Cruz Seoane, «La literatura en el periódico…», loc. cit., pp. 20-21).

(6) Félix Rebollo Sánchez, «La labor periodística de Corpus Barga», en Moviemientos literarios y periodismo en España, ed. de ­M­aría del Pilar Palomo, Madrid, Síntesis, 1997, pp. 393-395; esp. p. 394.

(7) María Cruz Seoane, Historia del periodismo en España. 2. El siglo XIX, Madrid, Alianza, 1996, p. 16.

(8) Antonio López Hidalgo, Las columnas del periódico, Madrid, Ediciones Libertarias, 1996, pp. 46 y 33, respectivamente.

(9) La afinidad de la columna con el editorial es algo que se subraya en muchas definiciones de la columna. Uno de los rasgos que distingue editorial y columna hoy día es precisamente el que ésta lleve firma. También es reveladora la declaración de García Márquez al respecto, que durante algunos años escribía editoriales, que siempre consideraba el texto del editorial «más como una forma de literatura que de periodismo» (Gabriel García Márquez, Vivir para contarla, Barcelona, Mondadori, 2002, p. 393); vid., también, el trabajo de Maarten Steenmeijer sobre el columnismo de García Márquez en este número.

(10) En palabras de Miguel Ángel Garrido Gallardo, «Las columnas del periodismo español», en Actas del Seminario de Filología Hispánica 1993, ed. de Miguel Ángel Muro, Logroño, Gobierno de Rioja, 1994, pp. 9-32; esp. p. 9, y Teodoro León Gross, El artículo de opinión, Barcelona, Ariel, 1996, p. 135.

(11) Luisa Santamaría, El comentario periodístico. Los géneros persuasivos, Madrid, Paraninfo, 1990, p. 119; Fernando López Pan, «La columna como género periodístico», en 70 columnistas de la prensa española, ed. de Pedro de Miguel, Pamplona, Eunsa, 1995, pp. 11-32; esp. p. 11; Antonio López Hidalgo, Las columnas del periódico, op. cit., pp. 21 y 23; Pedro de Miguel, «Introducción», en Articulismo español contemporáneo. Una antología, ed. de Pedro de Miguel, Madrid, Mare Nostrum, 2004, pp. 9-28; esp. p. 11; Irene Andres-Suárez, «Introducción. Más allá de los géneros», en VV. AA.., Mestizaje y disolución de géneros en la literatura hispánica contemporánea, coord. de Irene Andres-Suárez, Madrid, Verbum, 1999, pp. 9-12 (p.11); Fernando Valls, «Ver de cerca. Los artículos literarios de Antonio Muñoz Molina», en Ética y estética de Antonio Muñoz Molina. Cuadernos de narrativa, vol. 2, ed. de Irene Andres-Suárez e Inés d’Ors, Neuchâtel, Universidad de Neuchâtel, 1997, pp. 69-92; esp. p. 69; Bernardo Gómez Calderón, «De la intellectio a la elocutio: un modelo de análisis retórico para la columna personal», Revista Latina de Comunicación Social, núm. 57 (enero-junio 2004), http://www.ull.es/publicaciones/latina/20040257gomez.htm. Otra señal de la popularidad de la columna es el hecho de que en septiembre de 2003 se creó el primer sitio en internet sobre el columnismo en España, www.sincolumna.com.

(12) Como ya ha apuntado López Pan, «La columna como género periodístico», en op. cit., pp. 16-17.

(13) Se objetará quizá que, a pesar de la censura, durante el franquismo se cultivaba ya cierto columnismo (o articulismo) bastante logrado, como el de González Ruano; sin embargo, el columnismo de éste y otros es bastante restringido o limitado; forman parte de una generación de columnistas que, como ha apuntado Teodoro León Gross, son «estilistas con pecado de omisión», al escribir durante este período de excepcional escasez de pluralidad opinativa por causa del férreo control estatal, un panorama que basta para atenazar la escritura de cualquier colaborador en prensa y que sólo cambiará algo a partir de 1966 (León Gross, El artículo de opinión, op. cit., pp. 102-137).

(14) Albert Chillón, Literatura y periodismo. Una tradición de relaciones promiscuas, Barcelona, Aldea Global, 1999, p. 353.

(15) Ibíd., pp. 353-3544.

(16) Ibíd., pp. 356 y 358-360.

(17) María del Pilar Palomo, Movimientos literarios y periodismo en España, op. cit., p. 450.

(18) Ibíd., p. 451. La influencia del New Journalism norteamericano sobre este nuevo periodismo español, la adopción de estilos y técnicas del campo de la escritura de la ficción a la redacción de crónicas y reportajes periodísticos, algo que muchos han dado por sentado y es opinión prevaleciente en varios manuales de periodismo, parece que fue en realidad más bien mínima, entre otras razones porque éste bebe principalmente en la rica tradición de periodismo española y se desarrolla coetáneamente (vid. el cap. 13 de Albert Chillón, Literatura y periodismo, op. cit.).

(19) Brendan Hennessy, Writing Feature Articles. A Practical Guide to Methods and Markets, Oxford, Focal Press, 1997, p. 228.

(20) Juan Gutiérrez Palacio, Periodismo de opinión, Madrid, Paraninfo, 1984, p. 173.

(21) Vid., también, Eduardo Alonso, «Un “icp” imposible», en Páginas de viva voz. Leer y escribir hoy, ed. de Álvaro Ruiz de la Peña, Oviedo, Universidad de Oviedo, 1995, pp. 193-200; esp. pp. 195 y 198-199.

(22) Javier Marías, «Tengo a veces la sensación de no estar ya vivo», Lateral, núm. 82 (octubre 2001), pp. 13-15; esp. p. 14.

(23) Esto es lo que dice Jordi Gracia sobre el retrato íntimo del autor a través del dietario, un género muy afín al columnismo, a mi modo de ver, precisamente de resultas de este autorretrato (producido más o menos voluntariamente) que se lleva a cabo (Jordi Gracia, «El paisaje interior. Ensayo sobre el dietarismo español contemporáneo», Boletín de la Unidad de Estudios Biográficos, núm. 2 (enero 1997), pp. 39-50; esp. p. 49). No me parece casual, por tanto, que Javier Marías se haya referido a sus columnas como un «diario involuntario» (El País, 13 de mayo de 1997, p. 13).

(24) María Cruz Seoane, «La literatura en el periódico…», loc. cit., p. 19, y «El periodismo como género literario…», loc. cit., p. 24.

(25) Recogidas por Suso Morelo y Daniel Lozano, «Literatura de diario», Leer núm. 100 (marzo 1999), pp. 74-80.

(26)   José Acosta Montoro, Periodismo y literatura, 2 vols., Madrid, Guadarrama, 1973, p. 51.

(27) María Cruz Seoane, «El periodismo como género literario…», loc. cit., p. 23. De todos modos, este fenómeno de recopilaciones en forma de libro de las colaboraciones periodísticas de escritores no es nuevo puesto que se da ya en el siglo xix.

(28) Juan Gutiérrez Carbajo (ed.), Artículos periodísticos (1900-1998), Madrid, Castalia, 1999, pp. 25-26.

(29) Amando de Miguel, Sociología de las páginas de opinión, Barcelona, A. T. E., 1982, p. 15, y Manuel Vázquez Montalbán, «Prólogo», en Albert Chillón, Literatura y periodismo, op. cit., pp. 11-13; esp. p. 11.

(30) Brendan Hennessy, Writing Feature Articles, op. cit., p. 231.

(31) Rafael Sánchez Ferlosio, «Las cajas vacías», en El alma y la vergüenza, Barcelona, Destino, 2000, pp. 61-73.

(32) Brendan Hennessy, Writing Feature Articles, op. cit., p. 228. Asimismo, yo creo que, hasta cierto punto, para muchos escritores, la escritura de novelas es determinada o dictada por tamañas ataduras, está sujeta a la misma lógica, o sea, la novela misma existe en un inicio como caja vacía que necesita ser llenada.

(33) Fernando Valls, «“Lo que dijo el mayordomo”, de Javier Marías, o la disolución de los géneros literarios narrativos», en Mestizaje y disolución de géneros…, ed. cit., pp. 168-173; Javier Marías, «El viaje de Isaac», en Mientras ellas duermen, Barcelona, Anagrama, 1990, pp. 107-113, «Una maldición», en Mano de sombra, Madrid, Alfaguara, 1997, y Negra espalda del tiempo, Madrid, Alfaguara, 1998.

(34) Javier Marías, «Nota previa», en Cuando fui mortal, Madrid, Alfaguara, 1996, pp. 9-13; esp. p. 11. Hablando por ejemplo del articulismo del escritor inglés Walter Pater en la segunda mitad del siglo xix, la mayoría de cuyos libros «literarios» consisten en artículos periodísticos, Laurel Brake afirma que el cambio de formato (o sea, de exergo o «caja») es lo que ocasiona el cambio genérico: «The transfer of format from periodical to book —a difference of cultural “manufacture”— was the means by which Pater’s journalism became literature, and ephemera permanent» («“The Profession of Letters”: Walter Pater and Greek Studies», en Journalism, Literature and Modernity: From Hazlitt to Modernism, ed. de Kate Campbell, Edimburgo, Edinburgh University Press, 2000, pp. 121-140; esp. p. 121). Sobre la importancia del exergo en el caso de la novela de Marías, vid. Alexis Grohmann, Coming into one’s Own: The Novelistic Development of Javier Marías, Ámsterdam, Rodopi, 2002, y «Reading the Exergue: Todas las almas by Javier Marías — Autobiographical Writing or Fiction?», Bulletin of Spanish Studies, vol. LXXX, núm. 1 (2003), pp. 55-79.

(35) Luisa Santamaría, siguiendo las pautas de Martínez Albertos, distingue entre tres actitudes ante la noticia: la informativa (cuyos géneros serían la noticia y el reportaje objetivo), la interpretativa (crónica y reportaje en profundidad) y la opinativa (artículo editorial, suelto, columna o crítica; El comentario periodístico, op. cit., p. 21).

(36) Consúltese, a modo de ejemplo (hay muchos más), lo que afirma Gutiérrez Palacio al respecto: «Las colaboraciones de los columnistas pueden ser de tono serio o ligero, formal o informal, objetivo o subjetivo, basados en los hechos o en la fantasía. El columnista puede romper lanzas con enemigos reales o imaginarios. O puede escribir para diversión propia y de sus lectores (…). El estilo de los columnistas puede ser narrativo, descriptivo, explicativo, interpretativo, argumentativo, o una combinación de dos o más de ellos. Las columnas pueden escribirse como cuentos cortos, informaciones de suplemento, editoriales o ensayos» (Periodismo de opinión, op. cit., pp. 172-173).

(37) Bartolomé Mostaza (citado por López Pan, «La columna como género periodístico», loc. cit., p. 13), Santamaría (El comentario periodístico, op. cit., pp. 122-123) y López Pan (ibíd., p. 21), respectivamente. La expresión «cheque en blanco» es de Martínez Albertos.

(38) Periodismo de opinión, op. cit., p. 181.

(39) Vid. Javier Marías, Harán de mí un criminal, Madrid, Alfaguara, 2003.

(40) «La columna como género periodístico», loc. cit., p. 12.

(41) «Prólogo», en Relatos reales, Barcelona, El Acantilado, 2000, pp. 7-18; esp. p. 8.

(42) «Muñoz Molina considera que sus artículos son una “invención curiosa de la realidad”», El País, 20 de diciembre de 2002.

(43) Brendan Hennessy, Writing Feature Articles, op. cit., p. 242.

(44) Las parodias de distintos columnistas que lleva a cabo Sergi Pàmies en agosto de 2001 para El País ilustran bien esta primacía del estilo en el columnismo de escritores: lo que le permite a Pàmies escribir imitativa y paródicamente «a la manera de» es principal y precisamente el estilo de cada uno de los escritores columnistas caricaturizados.

(45) La literatura en el periodismo y otros estudios en torno a la libertad y el mensaje informativo, Madrid, Paraninfo, 1992, p. 30.

(46) La inspiración y el estilo, Barcelona, Seix Barral, pp. 135 y 137-138.

(47) Ibíd., pp. 139-140.


 
 
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