las eJemplares (1613-2013)

Luis Mateo Díez /
Ejemplaridades

Una novela ejemplar cervantina, cualquiera de las que conforman el ciclo narrativo que conmemoramos cuatrocientos años después, es un ejemplo de novela.

El autor confiesa no sin cierto pagamiento, en el prólogo de las Ejemplares, ser el primero en novelar en nuestra lengua y, al margen de las consideraciones eruditas con que pudiéramos ajustar tal aseveración, y conociendo el claro antecedente italiano y sus ramificaciones más o menos reveladas, lo cierto es que Cervantes establece el modelo, o lo inaugura y le da carta de naturaleza.

Novela corta y cuento largo se confunden y funden largo tiempo, ya que en nuestra lengua las denominaciones de estos géneros narrativos no tienen originariamente la estricta caracterización que en otras. Recordemos, por ejemplo, que todavía Emilia Pardo Bazán y Leopoldo Alas hablan de «cuentos largos», para lo que con mirada actual son auténticas «novelas cortas», la extraordinaria Doña Berta es un notorio ejemplo, y en más de una ocasión sus referencias son dubitativas. La nouvelle francesa o la novella italiana designan lo que bien puede considerarse desde hace mucho tiempo un género intermedio, nuestra «novela corta», que ellos contraponen con mayor claridad terminológica a la novela larga: roman, siendo los cuentos histoire o conte en Francia, y storia o racconto en Italia.

La ejemplaridad cervantina, ese sentido con que quiere adjetivar la condición de sus novelas cortas, se amolda muy bien a esa pretensión de ejemplos de vida, y del provecho moral que se obtenga de su lectura, ya que de todas puede obtenerse alguna enseñanza. El autor lo advierte así en el prólogo, pero no parece demasiado dispuesto a una demostración de esas ejemplaridades o moralidades. El lector puede sacar sus consecuencias, aunque la variedad y diversidad de las novelas las pueda hacer notablemente contradictorias.

El provecho a conseguir está muy unido a la degustación de unas historias que compaginan con frecuencia la ironía con la desgracia, el humor con la desolación. Los trabajos del amor derivan en desventuras que conviene recomponer con algún ardid, y las estratagemas para alcanzar la felicidad suelen encadenarse con la valentía y la inteligencia.

Los trabajos del amor, tantos denuedos y ardores, tantas ilusiones e ideales, se complementan muy bien con la lucha por la vida, la inteligencia, la valentía y también la osadía para hacer posible la subsistencia.

En las Novelas ejemplares conocemos muchos mundos y, sobre todo, muchos inolvidables personajes, algunos de ellos tan extremadamente cervantinos como el quimérico licenciado Vidriera, ejemplificadores no solo de unas vidas y unos comportamientos, también de la filosofía y el sentido de las mismas.

Pero es verdad que cualquiera de las Novelas ejemplares es un ejemplo de novela, y no me parece desacertada la indicación de algunos estudiosos respecto a la propia idea de Cervantes al buscar esa denominación al conjunto. Estaríamos refiriéndonos a la ejemplaridad formal, a la identidad de un modelo de novela que, como bien sabemos, se ajusta a la creación de un canon que supone la demostración originaria más poderosa de ese género de la novela corta en nuestra literatura.

Siempre me apasionó el género, su identidad narrativa equidistante entre el cuento y la novela larga, con esa cercanía de la intensidad y la medida, y esa posibilidad más novelesca de una trama más abierta, menos concentrada en sí misma, y un despliegue significativo de acciones y personajes.

La coincidencia de tantas obras maestras de novelistas de largo alcance, capaces del hallazgo extremo en novelas cortas, siempre me subyugó. Sus grandes mundos, sus complejas visiones de nuestra condición, en la contrapartida del género intermedio, en la expresividad y la belleza en el límite de la narración. Me gusta citar La muerte de Iván Illich de Tolstoi o Daisy Millar entre tantas otras de Henry James, de quien no sería aventurado decir que la parte sustancial de su obra está en la novela corta o, al menos, con la paralela ambición de sus grandes obras. La lista sería interminable, y no convendría soslayar esa dirección tan enriquecedora como significativa que pone al género intermedio en el patrimonio de tantas obras maestras, perfectamente ajustadas al canon y al modelo, desde la lejanía de Longo de Lesbos a la Ondina de la Motte Fouqué, nuestra María de Zayas, el Torquemada en la hoguera galdosiano, Dostoieski, Voltaire y su Ingenuo, Turguéniev, Conrad, un recorrido que improviso entre tantas huellas narrativas definitivas. Grandes mundos en limitadas extensiones, joyas auténticas entre la multitud de los tesoros, lo que hace pensar que son muchos los grandes escritores que tuvieron esa inclinación hacia la novela corta como un atisbo de sugestión y perfección. La medida de una historia de esas características, su ejemplaridad formal, la intensidad metafórica que supone un reto de pecualiares incitaciones y ambiciones.

Cada una de las Novelas ejemplares cervantinas es como un ejemplo distinto del arte de novelar, y en su variedad, más allá de consideraciones morales, se percibe todo un muestrario de asuntos, personajes, técnicas y estilos, que ahondan en las preocupaciones e intereses estéticos del escritor. La idea de la ejemplaridad se atiene al propio sentido de la vida que suman tantos comportamientos, con frecuencia contradictorios, pero siempre asentados en la identidad de los personajes. No se trata cabalmente de un ejemplo a seguir, pero sí de una muestra de vida y, con frecuencia, de una muestra suficientemente compleja para asimilar algún aprendizaje de la misma.

La estela cervantina no es ajena a un proyecto personal, en el que he trabajado en los últimos diez años, y cuyo resultado se publica ahora de forma revisada, reordenada y conjunta. Mis Fábulas del sentimiento son también doce novelas cortas, concebidas como un proyecto narrativo unitario, que conforman una peculiar comedia humana. Supongo que la peculiaridad que muchos críticos señalaron al tiempo de su publicación en cuatro volúmenes a lo largo del tiempo de su escritura, tiene que ver con mi mundo, con el rastro de la condición humana que en mis ficciones se llena de seres tan frágiles como extraviados. Una peculiaridad que matiza el espejo en que mis personajes se miran, que puede ser muy parecido a aquel en que muchos nos vemos cada día, tal vez con más zozobra que complacencia. El espejo que irradia en Cervantes la sencilla lucidez de una mirada tan llena de quimeras y fracasos. Mis doce novelas cortas persiguen el aliciente de la fábula que busca en la narración, en el cuento de la vida, sugerencias y significaciones que remuevan en el lector emociones y sentimientos contradictorios.

Nada me agrada más que esa estela de la ejemplaridad cervantina, saber que a esa estela se adscribe uno con la conciencia de una herencia y una tradición, y lo que pudiera ser, en este año de aniversario, un homenaje a ese canon fundacional de la novela corta en nuestra lengua.

La vida es la materia de estas fábulas, lo que se siente entre la pérdida y la plenitud, entre la felicidad y la desgracia, la precariedad del deseo, el incumplimiento de los sueños. Ese arsenal misterioso y secreto de nuestras existencias, que uno quiere contar emulando la vivacidad, la ironía y el don de las palabras de Cervantes.

Cualquiera de las Novelas ejemplares muestra, como vengo diciendo, un ejemplo de novela. ¿Qué conciencia tendría su autor de esa otra ejemplaridad, en la novedad de un género que en su invención marcaba la línea inaugural de la que tanto se preciaba…? Cervantes inventa con extrema naturalidad. La vida se cuenta con la medida precisa de lo necesario. La ejemplaridad del arte de escribir novelas se acomoda al provecho de leerlas, a la voluntad de la narración que busca la eficacia de una escritura provechosa, un pequeño espejo que refleja lo que se inauguraba hace cuatrocientos años.

L. M. D.—Real Academia Española

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