INSULA

La lengua española, una lengua americana
Número 762 . Junio 2010

 
 

FERNANDO R. LAFUENTE Y MANUEL LUCENA GIRALDO / La lengua española, una lengua americana


 

Dedicado a la memoria del profesor Juan Ramón Lodares.

El nombre de América nació con el carácter de una premonición, pues aquella cuarta parte del mundo no sabía que conformaba un continente, ni poseía un nombre propio. Según cuenta el «Diario» de Colón el 2 de noviembre de 1492, quince años antes de que Américo Vespucio confiriera su nombre a las Indias nuevas sin merecerlo en absoluto, el judío Luis de Torres, que sabía «hebraico y caldeo y aun algo arábigo», intentó comunicarse con los nativos de las tierras recién halladas. Sus muchas lenguas no sirvieron de nada. Pero aquel fallido intento de conversación tuvo consecuencias de enorme alcance.

Hubo farsantes avispados, como el propio Vespucio, que tornaron la incomunicación en un silencio más valioso que las palabras. En una de sus célebres cartas a Lorenzo de Médicis en la primavera de 1503, reafi rmó la novedad de las tierras halladas y su carácter maravilloso, inusitado, inimaginado, exorbitante, descomunal y prodigioso. El paroxismo de deseo y de terror que experimentaban todos aquellos europeos arrojados a la frontera del Extremo Occidente, como definió a América el Nobel Octavio Paz, mostró así el límite del lenguaje, incapaz de describir lo que veían: «No quisiera alargarme aquí, porque dudo que se me crea». Ese silencio creó la utopía, el sueño del Nuevo Mundo, arma de dos fi los que garantiza el mejor futuro a las generaciones de Macondo: mientras, aquí seguimos.

Lo predominante fue, sin embargo, la conversación, la red de relaciones que África, Europa y América establecieron entre sí mediante el intercambio de palabras, expresiones y cuerpos. Había nacido un mestizaje que tuvo en la ciudad su espacio fundamental, porque aquella Monarquía española compuesta de múltiples reinos se expresaba y gobernaba en ellas. Los debates seiscentistas sobre la pureza de la lengua que hablaban los criollos de Zacatecas o Lima como reflejo de la transparencia de su cielo, y para algunos incluso su superioridad sobre la de Valladolid o Sevilla, estaban cargados de futuro. Porque aquel diálogo transmutó los elementos del origen. Mauricio

Wiesenthal lo ha señalado de manera magistral: «El español es más moderno que el castellano».

Tan moderno que las independencias cuyo comienzo hace doscientos años recordamos en 2010 crearon proyectos políticos que hicieron de la lengua española herramienta de nación, implantándola en la educación pública, periódicos, cartillas y revistas. Es una historia apenas entrevista, pero esa opción modernizadora americana por la lengua española la devolvió a la antigua metrópoli como exigencia de proyectarse hacia fuera, dejarse de esencialismos catetos y negaciones del porvenir. Ni la cultura de la Edad de Plata, ni la modernización de la República de las letras desde los años sesenta del siglo XX, se explican sin Rubén Darío, el editor venezolano Rufino Blanco Fombona, Borges y Pablo Neruda, o sin los grandes del boom hispanoamericano, García Márquez, Vargas Llosa o Cortázar.

Más allá, podríamos decir, con la presencia latinoamericana renovada en España y las emigraciones recientes, la última edición de la lengua de andariegos que siempre ha sido el español, sólo nos cabe hacer de notarios del futuro. El español es la segunda lengua global y en América se encuentran las dos naciones, Estados Unidos y Brasil, en las que su expansión reciente muestra que no ha tocado techo y le queda mucho recorrido. El español de América es ya la lengua del siglo XXI.

Vista la importancia del objeto, nos enfrentamos con un ánimo entre evaluatorio y prospectivo al reto de preparar un número de esta revista sobre «La lengua española, una lengua americana». Hemos pedido a los colaboradores, procedentes de varios países e instituciones, que asumieran posiciones arriesgadas y estamos muy agradecidos por su receptividad a la propuesta. El primer artículo, a cargo de Fermín del Pino, «Las lenguas de los misioneros y la enseñanza del español en la América del siglo XVI», aborda la relación entre evangelización e idioma, mientras que en el segundo Tamar Herzog explora la tenue relación entre lengua e identidad en la Edad Moderna. Dos artículos dedicados al siglo XIX, el de Tomás Pérez Vejo «Debates sobre la lengua española en el siglo XIX mexicano» y el de Germán R. Mejía Pavony «El idioma de la nación. La experiencia decimonónica colombiana», abordan el fascinante proceso de construcción nacional con el español en lugar determinante. «El boom de la narrativa hispanoamericana y la actualización del español» a cargo de Arturo García Ramos y «Bibliotecas de ambas orillas» de Jesús Marchamalo exploran los lazos visibles e invisibles entre el español de América y el de Europa, mientras «Los dilemas de la lengua española en los Estados Unidos de América», de Francisco A. Marcos-Marín, plantea la situación del idioma en aquel contexto fundamental. Finalmente, Juan Luis Suárez propone en «¿Humanidades digitales en español?» el abordaje sin miramientos de la última frontera, el mundo de Internet. Un mosaico de perspectivas, un prólogo para lo que ya es irreversible. Nueve de cada diez hablantes del español están al otro lado del Atlántico, y de los cerca de 400 millones de hablantes apenas el 5% pronuncian la «c». Sí, el español ya es una lengua americana.

 

COORDINADORES FERNANDO R. LAFUENTE

Y MANUEL LUCENA GIRALDO

 

 
 
 
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