Cuando Jorge Manrique escribió sus Coplas
más famosas, poco antes de morir, ya había compuesto una
cuarentena de poemas amorosos que representan magníficamente
la quintaesencia de la poesía cortés. Bastaría la lectura
de tres de los más logrados para advertir en ellos los temas,
tópicos, recursos métricos y galas retóricas del conceptismo
cuatrocentista: antítesis, figura etimológica, paronomasias,
encadenado, multiplicado, redoblado, retrocado, reiterado,
rimas derivativas, rimas de macho e femea... Basta
pensar en las paradojas de la glosa del mote Ni miento
ni me arrepiento, en las correlaciones de las coplas sobre
«las condiciones de ausencia» y, sobre todo, en las conocidas
y elaboradas Esparsas diciendo qué cosa es amor:
Es amor fuerça tan fuerte,
que fuerça toda razón,
una fuerça de tal suerte,
que todo el seso convierte
en su fuerça y afición;
una porfía forçosa
que no se puede vencer,
cuya fuerça porfiosa
hacemos más poderosa
queriéndonos defender (1).
Sería ingenuo decir, y aun pensar, que Manrique iba a hacer
dejación de sus habilidades retóricas precisamente cuando
más las necesitaba. La apariencia antirretórica de las Coplas
a la muerte de su padre ha sido considerada siempre, con
razón, mérito primordial de una obra para la que el autor
acertó a escoger un lenguaje y un estilo humildes, alejados
de toda ostentación erudita y con la única solemnidad de la
reivindicación familiar y de un dolor serenamente confesado
y asumido. También es importante destacar la elección de la
forma métrica, porque Jorge Manrique se decidió, lejos de
las coplas de arte mayor de muchos plantos precedentes, por
una estrofa poco usada hasta entonces para los temas graves,
la doble sextilla octosilábica con versos de pie quebrado,
después llamada generalmente «estrofa manriqueña», y cuyas
posibilidades rítmicas y métricas, como explicó muy bien Tomás
Navarro Tomás, fueron sabiamente aprovechadas por el poeta
castellano (2).
No es necesario hacer balance aquí de todas las implicaciones
biográficas de las Coplas (con novedades o precisiones
facilitadas por estudiosos como Antonio Serrano de Haro, Eloy
Benito Ruano o Santiago Francia) (3), pero sí es importante
tener en cuenta las circunstancias y la fecha de su composición,
asuntos sobre los que se no se han puesto de acuerdo los especialistas.
Don Rodrigo Manrique murió en noviembre de 1476; su hijo poeta,
en abril de 1479, y, a pesar de la relativa brevedad de ese
plazo de tiempo (menos de dos años y medio), las propuestas
han sido dispares y pueden resumirse en las siguientes: Francisco
Caravaca defiende la composición parcial de las Coplas
(de su primera mitad, dedicada a las generalidades sobre
la muerte y sin referencias concretas al Maestre de Santiago)
en fecha bastante anterior a la muerte de don Rodrigo, cuyo
epicedio sí se escribiría con posterioridad (4). En el otro
extremo, Richard P. Kinkade retrasó la elaboración de la elegía
manriqueña hasta los últimos meses de la vida del poeta (5).
Quizá la propuesta más racional sea la defendida, entre otros,
por casi todos los principales editores de Manrique: don Jorge
escribiría las Coplas poco después del óbito que lamentan,
y los meses centrales de 1477 son los mejor avenidos con las
circunstancias biográficas del poeta y con la intención reivindicativa
de las estrofas dedicadas a don Rodrigo (6).
El aspecto más discutido, y que afecta de raíz a toda explicación
de las Coplas, es el de su estructura, el del número
y condición de las partes en que pueden descomponerse. En
su estudio ya mencionado, Navarro Tomás vio una estructura
o disposición dual (meditación filosófica y elegía), en correspondencia
con otras dualidades de carácter métrico o léxico. Otros críticos,
partiendo de una tripartición frecuente en la Edad Media (las
tres dimensiones de la vida: mortal, de la fama y eterna)
han preferido ver tres partes, cada una de ellas dominada
por una de esas vidas: tal posibilidad de análisis fue propuesta
por Rosemarie Burkhart en 1931, compartida por Anne Krause
en 1937 y desarrollada brillantemente por Stephen Gilman en
1959 (7). De esa división parte en buena medida la propuesta
de Antonio Serrano de Haro, que separa en dos secciones distintas
(«epicedio» y «Auto de la Muerte») la parte final de las anteriores
clasificaciones (8). Por su parte, Germán Orduna vio cuatro
grandes partes en las Coplas, identificando en ellas
una típica disposición retórica: exordium, narratio,
argumentatio y peroratio (9).
Y no ha faltado quien ha visto cinco (Joaquín de Entrambasaguas
y, con otros argumentos, Nicholas G. Round) y hasta siete
posibles divisiones de la obra famosa (Jorge Martínez Villada,
J. M. Aguirre) (10).
A pesar del indudable interés de algunas propuestas novedosas
(en particular la de Nicholas G. Round), creo que la más pertinente
y útil sigue siendo la división tradicional que distingue
tres partes esenciales en el contenido de la elegía manriqueña,
con una clara progresión de lo general a lo particular, como
ya advirtió Pedro Salinas: la muerte, lo mortal, los muertos
y el muerto (11). Así, las trece coplas iniciales abordan
la dimensión universal de la muerte, recogiendo tópicos como
el memento mori o el contemptus mundi; por
las coplas XIV a XXIV desfilan, llamados a escena con un particular
ubi sunt, algunos detalles cotidianos magníficamente
evocados y algunos muertos ilustres de la reciente historia
de Castilla; las coplas XXV a XL, en fin, dan lugar al elogio
de don Rodrigo, a su breve y familiar diálogo con la muerte
y a su resignación ejemplar ante la hora final (12). Sin embargo,
en mi opinión no se trata de una tripartición de carácter
temático, ideológico o simbólico, sino de una disposición
muy ordenada con una clara y sólida base estilística y retórica,
pautada con un gran conocimiento y un sabio dominio de la
praeteritio. Propongo, pues, una lectura formal
de las Coplas de Jorge Manrique a la muerte de su padre
basada en la presencia de tres pretericiones estratégicas
(en las coplas IV, XV y XXV), con las que se crea una gradación
de gran efectividad que nos ayudará a calibrar los méritos
y las intenciones del poeta.
La primera parte (coplas I-XIII) es la que muestra mejor
esa tensión entre tradición y originalidad —por decirlo con
Pedro Salinas— que caracteriza a todas las obras maestras,
porque la famosísima estrofa inicial no puede estar más cargada
de tópicos, sagrados y profanos, con ecos de un himno atribuido
a San Ambrosio («Mens iam resurgat torpida») y de lugares
comunes que se remontan a Ovidio («iam venet tacito curva
senecta pede», en Amores, II, 670) o a un frecuentado
pasaje de Boecio difundido por Dante («nessun maggior dolore
/ che ricordarsi del tempo felice / nella miseria», Inferno,
V, 121-123), semejanzas que no pasaron desapercibidas a María
Rosa Lida y que han reunido y enriquecido todos los comentaristas
del poema (13). El acierto de Manrique está, ya se sabe, en
la elección de un tono familiar, de «un estilo común y moderado»
—por decirlo con palabras famosas de otro poeta— para expresar
y versificar con aparente sencillez un puñado de sentencias
de carácter universal. Lo expresó muy bien Francisco Rico:
«Las Coplas consiguen hacernos asentir a cuanto nos
proponen, porque lo dicen con el ritmo de una prodigiosa naturalidad,
tan gentilmente rotunda, que parece sin réplica posible, y
porque transportan cuanto tocan a un orden de perfección estética
absoluta y sin embargo cercana» (14).
En la tercera estrofa nos deslumbra la configuración pasmosamente
franca de la vieja imagen «nuestras vidas son los ríos / que
van a dar en el mar, / que es el morir» (15), perfeccionada
de inmediato con la certificación del poder igualador de la
muerte: «allí los ríos caudales, / allí los otros, medianos
/ y más chicos, / allegados, son iguales, / los que viven
por sus manos / y los ricos». Y a continuación, en la cuarta
estrofa, topamos con la primera praeteritio de
las Coplas:
Dexo las invocaciones
de los famosos poetas
y oradores;
no curo de sus ficiones,
que traen yerbas secretas
sus sabores.
A aquel solo me encomiendo,
a aquel solo invoco yo
de verdad,
que, en este mundo viviendo,
el mundo no conosció
su deidad.
Jorge Manrique no fue el primero en renunciar al recuerdo
de las autoridades paganas para hacer explícita la condición
cristiana y moralizante de la composición que tenía entre
manos (16). Su modelo más ilustre estaba en las dos primeras
Coplas contra los pecados mortales de Juan de Mena
(«Canta tú, cristiana musa...») (17), pero disponía de otros
ejemplos dentro de su propia familia, pues su tío Gómez Manrique,
además de continuar el inacabado debate de Mena, escribió
varias invocaciones como la siguiente:
Non invoco las planetas
que me fagan elocuente,
non las çirras muncho netas
ni las hermanas discretas
que moran cabe la fuente;
ni quiero ser socorrido
de la madre de Cupido,
nin de la Tesalïana,
mas del nieto de Sant’Ana
con su saber infinido (18).
No puede ser más revelador el hecho de que tío y sobrino
digan cosas tan parecidas de modo tan diferente. El mayor
de los Manrique no hace sino ensartar una serie de perífrasis
eruditas, de Apolo («las planetas / que me fagan elocuente»),
de las Musas (las «çirras», por el templo a ellas dedicado
en Cirra, «que moran cabe la fuente», y después «la Tesalïana»),
de Venus («la madre de Cupido»), y aun la devota apelación
a Cristo se viste de circunloquio: «el nieto de Santa’Ana».
La intención del sobrino, en cambio, es evitar una vez más
la ostentación onomástica, y su encomienda tiene el aire natural
y el efecto persuasivo de una alusión ya lexicalizada: «a
aquel solo me encomiendo... ».
En las estrofas que siguen a esta primera preterición se
da nueva vida al memento mori y a las antiguas razones
de contemptu mundi (la peregrinación de la existencia,
la servidumbre del cuerpo...) y se nos muestra cómo pasan
las «cosas» y los «casos» (VIII), la juventud (IX), los linajes
(X), los bienes de Fortuna (XI), los «deleites» (XII) y los
«placeres e dulçores» (XIII). La estrofa XIV, que pertenecería,
según las clasificaciones anteriormente mencionadas, a la
segunda sección, puede entenderse también como una estrofa
de enlace entre los aspectos generales de la vida mortal tratados
en la primera parte y la concreción de la muerte en casos
particulares con la que se encontrará de inmediato el lector.
De hecho, la transición hacia la segunda praeteritio
se produce, como en la primera, a través de un nuevo tópico
sobre el poder igualador de la muerte:
que a papas y emperadores
y perlados,
así los trata la muerte
como a los pobres pastores
de ganados.
Esta expeditiva jerarquía se inicia con aires de danza macabra
—no hay versión de la Danza general de la muerte que
no tenga por primeros comparecientes al «padre santo» y al
«emperador»—, pero evita toda truculencia y da paso a la segunda
preterición del poema (copla XV), que nos aleja de «troyanos»
y «romanos» para pedirnos atención sobre «lo de ayer»:
Dexemos a los troyanos,
que sus males no los vimos
ni sus glorias;
dexemos a los romanos,
aunque oímos y leímos
sus vitorias.
No curemos de saber
lo de aquel siglo pasado
qué fue dello;
vengamos a lo de ayer,
que tan bien es olvidado
como aquello.
A partir de aquí, y hasta la copla XXIV, el poeta desarrolla
el viejo motivo del ubi sunt, que imponía sus
propios tópicos y esquemas sintácticos (19). Cierta «Cuarteta»
de Jorge Luis Borges nos puede ayudar a comprender la originalidad
de Manrique:
Murieron otros, pero ello aconteció en el pasado,
que es la estación (nadie lo ignora) más propicia a la muerte.
¿Es posible que yo, súbdito de Yaqub Almansur,
muera como tuvieron que morir las rosas y Aristóteles?
La pregunta del personaje apócrifo de una de las piezas de
Museo, integradas en El hacedor (20), nos permite
advertir que, en la mayor parte de las elegías del siglo XV,
respetuosas con una tradición latina secular, la consolación
solía confiarse a una larga lista de muertos famosos (21),
como ocurre en la Defunsión de don Enrique de Villena
del Marqués de Santillana:
Perdimos a Livio e al Mantüano,
Macrobio, Valerio, Salustio e Magneo;
pues non olvidemos al moral Eneo,
de quien se laudava el pueblo romano.
Perdimos a Tulio e a Cassilano,
Alano, Boeçio, Petrarca e Fulgençio;
perdimos a Dante, Gaufredo, Terençio,
Juvenal, Estaçio e Quintilïano (22).
La jerarquía manriqueña de muertos ilustres prescinde por
completo de los antiguos y se inicia con el rey don Juan y
los infantes de Aragón. El gran valor literario de las coplas
XVI y XVII se asienta en recuerdos históricos («las justas
e los torneos» pueden ser los de las fiestas de Valladolid
de 1428, como propuso Francisco Rico) (23), en afinidades
ideológicas con el pensamiento de su tiempo (el nominalismo
de la época gótica, según estudió Enrique Moreno Báez) (24)
y en rasgos de estilo como el posesivo patético y el infinitivo
sustantivado, analizados por Leo Spitzer (25). Con todo ello
se procura concretar, dar inmediatez, actualizar y connotar
una serie de elementos que, expresados de otro modo, resultarían
vagos e impersonales, como ocurre —por poner un ejemplo más
temprano y muy logrado que nos ayuda a entender el acierto
superior de Manrique— en el Decir a la muerte de Ruy Díaz
de Mendoza de Ferrán Sánchez Talavera (26). Manrique va
más lejos, perfilando su particular ubi sunt con
evocaciones de «aquel trovar», «aquel dançar», «aquellas ropas
chapadas...», y no es extraño que estos versos le dictaran
a Juan de Mairena, «poeta del tiempo», unas interesantísimas
y muy citadas reflexiones (27).
En las coplas siguientes, Manrique va aproximándose y aproximándonos
a lo que más le interesaba, el elogio fúnebre de su padre,
explayándose sobre las muertes trágicas, prematuras o indignas
de Enrique IV, del infante don Alfonso, de Álvaro de Luna
(«aquel gran Condestable» ejecutado en 1453 y que se convirtió
muy pronto en óptimo ejemplo hispano para la tradición del
De casibus) y de los «hermanos» Juan Pacheco y Pedro
Girón, «maestres tan prosperados / como reyes» (coplas XVIII-XXII).
La proximidad cronológica de esas muertes, alguna de ellas
muy reciente, acerca el foco de atención del poeta hacia el
ámbito de los contemporáneos y rivales de don Rodrigo, para
terminar evocando de modo más impreciso a «tantos duques excelentes,
/ tantos marqueses y condes / y varones» caídos bajo el implacable
poder de la muerte, descrito con efectivas imágenes bélicas
(XXIII-XXIV). Una vez más, la expresión sentenciosa de su
imperio universal («cuando tú vienes airada, / todo lo pasas
de claro / con tu flecha») anuncia un nuevo quiebro retórico
en el poema, pues a partir de la copla XXV se va hablar únicamente
de don Rodrigo Manrique. El elogio del difunto ofrece una
visión idealizada de las virtudes, cuitas y avatares biográficos
del Maestre de Santiago, pero es importante advertir que la
etopeya se inicia con una tercera preterición, la última y
la más propiamente retórica de todas:
sus grandes hechos y claros
no cumple que los alabe,
pues los vieron,
ni los quiero hazer caros,
pues el mundo todo sabe
cuáles fueron.
Resulta digna de mención la sucesión de exclamaciones de
la copla XXVI («¡Qué enemigo de enemigos!...»), que llegaría
a servir de modelo de expresividad lírica en uno de los mejores
poemas funerales del siglo XX, el Llanto por Ignacio Sánchez
Mejías de Federico García Lorca («¡Qué gran torero en
la plaza! / ¡Qué buen serrano en la sierra! / ¡Qué blando
con las espigas! / ¡Qué duro con las espuelas!...»).
Volviendo a las Coplas, Jorge Manrique nos dice que
no es necesario alabar ni encarecer los grandes y claros hechos
de su padre don Rodrigo, pero enseguida empleará toda su pericia
retórica en alabarlos y encarecerlos, enristrando en las coplas
XXVII y XXVIII una quincena de hombres ilustres del pasado,
paradigmáticos de diferentes virtudes, con los que puede hombrearse
don Rodrigo en cada una de las suyas («En ventura, Otavïano,
/ Julio César en vencer / y batallar...»). Es el motivo conocido,
desde que E. R. Curtius se interesó por él, como Kaisergedanke
o canon imperial, y que evidentemente no aparece
sólo para llenar dos estrofas pegadizas, artificiales y destempladas
en un conjunto tan armónico, como a menudo se ha pensado («dos
estrofas pedantescas y llenas de nombres propios», dijo Menéndez
y Pelayo) (28), sino que, muy al contrario, nos dan una de
las claves del evidente retoricismo de las Coplas (29).
Después de haberse mostrado, al iniciar su obra mayor, tan
poco afecto a las «invocaciones / de los famosos poetas /
y oradores», después de haber preferido prescindir de «los
troyanos» y de «los romanos» al hablar de muertos ilustres,
ahora, cuando se trata de dejar bien sentadas las virtudes
de don Rodrigo Manrique, no duda en echar mano de un recurso
erudito para hacerle a su padre un hueco en el limbo de las
antonomasias. La razón de este fugaz pero contundente retoricismo,
que contrasta con las sentidas y conmovedoras pretericiones
de las dos primeras partes, hay que buscarla en el matiz reivindicativo
de las estrofas siguientes, que tratan de la honra del muerto,
de su estado, de algunos conflictos sutilmente aludidos, como
las confiscaciones de bienes, de su papel en las guerras de
sucesión o del maestrazgo de Santiago, gracias y desgracias
que avalan, en la línea de los estudios de J. B. Monleón,
David H. Darst y Julio Rodríguez Puértolas, una clara intención
política por parte del autor, circunstancia que, además, nos
ayuda a precisar la fecha de composición de las famosas Coplas
(30).
La muerte reclama a don Rodrigo y le explica con claridad,
en la copla XXXV, las tres dimensiones de la vida: la terrena,
la de la fama y la eterna. El breve y sereno diálogo de las
últimas estrofas tiene poco que ver con los bruscos desfiles
de la Danza de la muerte, de modo que el cristiano
fin del Maestre muestra cómo, una vez vencida la más baja
de las vidas, queda el consuelo de merecer las otras. Don
Rodrigo «dio el alma a quien se la dio», y es imposible hallar
dos sustantivos más acertados y reveladores para cerrar una
elegía que los usados por su Jorge Manrique: consuelo y
memoria. Es lógico que el retrato trazado por un hijo
se parezca poco al de las Coplas de la Panadera, en
las que «el comendador Manrique » aparecía «con lengua brava
y parlera / y el corazón de alfeñique» (31), pero la reivindicación
de don Rodrigo en las coplas más famosas del siglo XV no fue
solamente el resultado del amor filial de un gran poeta, sino
el fruto de una lograda argucia expresiva diseminada y graduada
en tres lugares estratégicos, y además presentada de manera
afín: al considerar las generalidades de la muerte (copla
IV), al afrontar el ubi sunt (copla XV) y al
iniciar el epicedio (XXV). Para comprender la originalidad
expresiva de las Coplas por la muerte de su padre y
su aparente antirretoricismo, que es fundamentalmente eso,
una apariencia, tan importantes como las «tres vidas» son
las tres pretericiones de Jorge Manrique.
J. M. M.—UNIVERSITAT POMPEU FABRA
NOTAS
(1) Sobre la gran variedad de recursos expresivos de la lírica
cancioneril véase el estudio de conjunto de Juan Casas Rigall,
Agudeza y retórica en la poesía amorosa de cancionero,
Santiago de Compostela, Universidad de Santiago de Compostela,
1995.
(2) Tomás Navarro Tomás, «Métrica de las Coplas de
Jorge Manrique» (1961), recogido en Los poetas en sus versos.
Desde Jorge Manrique a García Lorca, Barcelona, Ariel,
1973, pp. 67-86.
(3) Véase Antonio Serrano de Haro, Personalidad y destino
de Jorge Manrique, Madrid, Gredos, 1966, Eloy Benito Ruano,
«Autógrafos de Jorge Manrique», Archivum, 18 (1968),
pp. 107-116, «Los Maestres mueren en la cama», en Homenaje
a don Agustín Millares Carlo, Las Palmas, Caja de Ahorros
de Gran Canaria, 1975, pp. 91-97, y «Un episodio bélico (y
un autógrafo) de Jorge Manrique», en La España Medieval,
IV-V: Estudios dedicados al profesor D. Ángel Ferrari Núñez,
Madrid, Universidad Complutense, 1984, pp. 139-145; Santiago
Francia, «Jorge Manrique y el cabildo palentino», Castilla,
13 (1988), pp. 43-55.
(4) Francisco Caravaca, «Foulché- Delbosc y su edición crítica
de las Coplas de Jorge Manrique», Boletín de la
Biblioteca Menéndez Pelayo, 49 (1973), pp. 229-279, y
«Notas sobre las llamadas “coplas póstumas” de Jorge Manrique»,
Boletín de la Biblioteca Menéndez Pelayo, 50 (1974),
pp. 89-135.
(5) Richard P. Kinkade, «The Historical Date of the Coplas
and the Death of Jorge Manrique», Speculum, 45
(1970), pp. 216-224 (y cfr. también Derek W. Lomax, «¿Cuándo
murió Jorge Manrique?», Revista de Filología Española,
55, 1972, pp. 1-2).
(6) Véase, por ejemplo, Antonio Serrano de Haro, ed., Obras,
Madrid, Alhambra, 1986, pp. 73- 77; Miguel Ángel Pérez Priego,
ed., Poesías completas, Madrid, Espasa, 1990, pp. 19-20;
Vicente Beltrán, ed., Jorge Manrique, Poesía, Barcelona,
Crítica, 1993, pp. 18-19; Ángel Gómez Moreno, ed., Poesía
completa, Madrid, Alianza, 2000; María Morrás, ed., Jorge
Manrique, Poesía, Madrid, Castalia, 2003, pp. 44-46.
(7) Rosemarie Burkhart, «Leben, Tod und Jenseits bei Jorge
Manrique und François Villon», Kölner Romanistisches
Arbeiten, 1 (1931), citado por los eruditos siguientes;
Anne Krause, «Jorge Manrique and the Cult of the Death in
the Cuatrocientos», Publications of the University
of California at Los Angeles in Languages and Literatures,
1 (1937), pp. 79-136; Stephen Gilman, «Tres retratos de la
muerte en las Coplas de Jorge Manrique», Nueva Revista
de Filología Hispánica, 13 (1959), pp. 305-324.
(8) Antonio Serrano de Haro, ed. cit.
(9) Germán Orduna, «Las Coplas de Jorge Manrique y
el triunfo sobre la Muerte: estructura e intencionalidad»,
Romanische Forschungen, 79 (1967), pp. 139-151.
(10) Véase, respectivamente, Joaquín de Entrambasaguas, Antología
de los Manrique, Zaragoza, Ebro, 1966; Nicholas Round,
«Formal Integration in Jorge Manrique’s Coplas por la muerte
de su padre», en Readings in Spanish and Portuguese
Poetry for Geoffrey Connell, University of Glasgow, 1985,
pp. 205-211; Jorge Martínez Villada, Jorge Manrique,
Universidad de Córdoba, 1952, p. 17 (citado por A. Serrano
de Haro, ed. cit., p. 69); J. M. Aguirre, ed., Jorge Manrique,
Coplas de amor y de muerte, Zaragoza, Olifante, 1980.
(11) Pedro Salinas, Jorge Manrique, o tradición y originalidad,
Buenos Aires, Sudamericana, 1940, p. 217 (o Barcelona, Seix
Barral, 1974, p. 197).
(12) Para otros detalles sobre la estructura de las Coplas,
véase Frank Domínguez, Love and Remembrance. The
Poetry of Jorge Manrique, Lexington, University of Kentucky, 1988, pp. 72-74. Con algunas excepciones
y matices, como los introducidos por Vicente Beltrán en relación
con la estructura de los sermones (ed. cit., pp. 23-31, y
véase además María Dolores Royo Latorre, «Jorge Manrique y
el Ars praedicandi: una aproximación a la influencia
del arte sermonario en las Coplas a la muerte de su padre»,
Revista de Filología Española, 74, 1994, pp. 249- 260),
la división tripartita ha sido aceptada por los editores más
recientes y ha dado sus frutos en otro tipo de análisis, como
la búsqueda de claves estructurales e isotopías: véase Arcadio
López-Casanova, «Construcción imaginativa en las Coplas
de Jorge Manrique», en Historias y ficciones: Coloquio
sobre la literatura del siglo XV, ed. R. Beltrán, J. L.
Canet y J. L. Sirera, Valencia, Universidad de Valencia, 1992,
pp. 197-202.
(13) María Rosa Lida, «Para la primera de las Coplas de
don Jorge Manrique por la muerte de su padre» (1962-1963),
recogido en La tradición clásica en España, Barcelona,
Ariel, 1975, pp. 199-206.
(14) «La tradición y el poema», en Breve biblioteca de
autores españoles, Barcelona, Seix Barral, 1990, p. 288.
(15) De su conformación y de sus muchos ecos españoles da
cuenta el estudio de María Ángeles Álvarez Martínez, Formas
de contenido literarias de un tema manriqueño, La Laguna,
Universidad de La Laguna, 1984.
(16) Véanse la documentada nota de María Morrás, ed., Jorge
Manrique, Poesía, Madrid, Castalia, 2003, pp. 237-238,
y los inteligentes comentarios de Francisco Rico, Breve
biblioteca de autores españoles, pp. 303-304.
(17) Juan de Mena, Laberinto de Fortuna y otros poemas,
ed. Carla De Nigris, Barcelona, Crítica, 1994, pp. 185-186.
(18) Gómez Manrique, Cancionero, ed. Francisco Vidal
González, Madrid, Cátedra, 2003, pp. 367-368.
(19) Fue estudiado de modo exhaustivo por Margherita Morreale,
«Apuntes para el estudio de la trayectoria que desde el ¿Ubi
sunt? lleva hasta el “¿Qué le fueron sino...?” de Jorge
Manrique», Thesaurus, 30 (1975), pp. 471-519.
(20) Jorge Luis Borges, Obra poética, Buenos Aires,
Emecé, 1989, p. 165.
(21) Las define mejor Francisco Rico: «retahílas de onomástica
ilustre y extraña que solía endilgar la poesía del siglo XV»
(Breve biblioteca de autores españoles, p. 288).
(22) Marqués de Santillana, Comedieta de Ponza,
sonetos, serranillas y otras obras, ed. Regula Rohland
de Langbehn, Barcelona, Crítica, 1997, p. 131. Para otras
curiosas implicaciones de estos catálogos, que resuenan en
oscuros poetas medievales como Bernardo de Morlas, véase Francisco
Rico, «Nota sobre los textos», también en Breve biblioteca
de autores españoles, Barcelona, Seix Barral, 1990, pp.
303-304.
(23) Francisco Rico, «Unas coplas de Jorge Manrique y las
fiestas de Valladolid en 1428», Anuario de Estudios Medievales,
2 (1965), pp. 515-524.
(24) Enrique Moreno Báez, «El gótico nominalista y las Coplas
de Jorge Manrique», Revista de Filología Española,
53 (1970), pp 95-113.
(25) Leo Spitzer, «Dos observaciones sintáctico-estilísticas
a las Coplas de Manrique» (1950), Estilo y estructura
de la literatura española, Barcelona, Crítica, 1980, pp.
165-194.
(26) «¿Adó los combites, çenas e yantares, / adó las justas,
adó los torneos, / adó nuevos trajes, estraños meneos, / adó
las artes de los dançadores, / adó los comeres, adó los manjares,
/ adó la franqueza, adó el espender, / adó los risos, adó
el plazer, / adó menistriles, adó los juglares?» (en Cancionero
de Juan Alfonso de Baena, ed. Brian Dutton y Joaquín González
Cuenca, Madrid, Visor, 1993, p. 400).
(27) «El poeta no comienza por asentar nociones que traducir
en juicios analíticos, con los cuales construir razonamientos.
El poeta no pretende saber nada; pregunta por damas, tocados,
vestidos, olores, llamas, amantes... El ¿qué se hicieron?,
el devenir en interrogante individualiza ya estas nociones
genéricas, las coloca en el tiempo, en un pasado vivo, donde
el poeta pretende intuirlas, como objetos únicos, las rememora
o evoca. No pueden ser ya cualesquiera damas, tocados, fragancias
y vestidos, sino aquellos que, estampados en la placa del
tiempo, conmueven —¡todavía!— el corazón del poeta» (Antonio
Machado, De un cancionero apócrifo, en Obras completas,
I, Poesías completas, ed. Oreste Macrì con la colaboración
de Gaetano Chiappini, Madrid, Espasa- Calpe y Fundación Antonio
Machado, 1989, p. 697; véase Francisco López Estrada, «Jorge
Manrique, poeta del tiempo», Los «primitivos» de Antonio
y Manuel Machado, Madrid, Cupsa, 1977, pp. 179-206). No
estará de más remitir a la inmejorable glosa que las «verduras
de las eras» y otros detalles de las coplas merecieron de
Rafael Sánchez Ferlosio, «El caso Manrique», en Las semanas
del jardín. Semana segunda: “Splendet dum frangitur”,
Madrid, Nostromo, 1974, pp. 211-264.
(28) Marcelino Menéndez Pelayo, Antología de poetas líricos
castellanos, ed. E. Sánchez Reyes, Madrid, Aldus, 1944-1945,
II, p. 408.
(29) Véase E. R. Curtius, «Jorge Manrique un der Kaisergedanke»,
Zeitschrift für Romanische Philologie, 52 (1932),
pp. 129-151. El catálogo no procede, como propuso Curtius,
de la Primera crónica general de Alfonso X, o no solamente
de ella, sino de una fuente común, el Breviarum
ab urbe condita de Eutropio con las adiciones de Paulo
Diácono, que Manrique pudo leer en latín o en la traducción
aragonesa de Juan Fernández de Heredia: véase Tomás González
Rolán y Pilar Saquero, Las coplas de Jorge Manrique (entre
la Antigüedad y el Renacimiento). Madrid, Ediciones Clásicas,
1994, pp. 27-40.
(30) Sobre la intención política de las Coplas véase
J. B. Monleón, «Las Coplas de Manrique: un discurso
político», Ideologies & Literature,
17 (1983), pp. 116-132; David H. Darst, «Poetry and Politics
in Jorge Manrique’s Coplas por la muerte de su padre»,
Medievalia et Humanistica. Studies in Medieval and
Renaissance Culture, 13 (1985), pp. 197-203, y Julio Rodríguez
Puértolas, «Jorge Manrique y la manipulación de la historia»,
en Medieval and Renaissance Studies in Honour of Robert
Brian Tate, Oxford, Dolphin, 1986, pp. 122-133.
(31) Poesía crítica y satírica del siglo XV, ed. Julio
Rodríguez Puértolas, Madrid, Castalia, 1981, p. 134.
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