INSULA Para leer (y releer) Cantos de vida y esperanza. Número 699. Marzo 05
 
 

José María MARTÍNEZ / Para leer (y releer) Cantos de vida y esperanza



Si las musas existen, seguramente se debe a sus designios la coincidencia del primer centenario de Cantos de vida y esperanza con el cuarto del Quijote, y el hecho de que el poemario de Darío sea también y en parte un homenaje a la novela de Cervantes. Puestos a buscar coincidencias, es indudable que ambos son goznes claves sobre los que pivotan los once siglos de la literatura escrita en castellano. El Quijote es a la vez síntesis y comienzo de la novela moderna, y Darío es también la mejor síntesis y comienzo de la poesía moderna, y aquí el término moderno es curiosamente equivalente y unívoco. No en vano lectores, críticos y creadores no conseguimos despegarnos de ellos y volvemos a sus textos una y otra vez, y quizá por ello ambos son seguramente quienes más bibliografía han generado o siguen generando a los dos lados del Atlántico. Plagiando en parte a Borges, habría que decir que todos venimos de ellos y que su lectura sigue siendo una búsqueda y, sobre todo, un encuentro con nuestra identidad lingüística y literaria. En concreto, Darío materializó, como ningún otro poeta hispánico de su época, el espíritu del fin de siècle y el comienzo de los nuevos tiempos literarios, de un modo a la vez personal y colectivo, individual y epocal, y por eso leerlo completo sigue siendo sobre todo una experiencia vasta y abarcante, inasequible a los reduccionismos y esquiva a las desmitificaciones. Lo sintetizaba a su manera Andrés González Blanco, en una fervorosa pero no menos acertada defensa del nicaragüense: «Rubén Darío es toda nuestra época; toda la lira de nuestra época. Ha cantado nuestras inquietudes, nuestros desasosiegos nuestras turbaciones, nuestros dolores, nuestros males. Ha cantado nuestro "mal de siglo" (...). Ha estudiado todos nuestros dolores, y ha puesto también de relieve todos nuestros encantos. Le debemos admiración; es un espejo; como todo espejo, es un misterio; como todo misterio, es una trasfiguración; es una gloria» (1). Por esto, ahora que andamos en medio de tantas lecturas deconstructoras y suspicaces, quizá convenga reivindicar también unas recepciones más asombradas e ingenuas, porque si es fácil desmitificar al hombre-Darío, es imposible no rendirse ante el poeta, ante el técnico, ante el versificador, ante el original creador de tantos ritmos y mundos simbólicos. Abismo y cima, como bien sintetizó Torres Bodet en su biografía.

Así como el Darío de Azul... había demostrado sobradamente que el castellano era una lengua modernizable y el de Prosas profanas que ese nuevo lenguaje podía conseguir maravillas y portentos, el Darío de Cantos daba una vuelta de tuerca más al mostrar que esa modernidad literaria, lingüística y emocional era todo menos monolítica y uniforme, era esencialmente individual y proteica. De esta forma, el poeta artífice, parnasiano y simbolista de Azul... y Prosas, el poeta dolido, transparente y personal de Cantos y el rico y prodigioso versificador de los tres libros, se acabaría convirtiendo, junto a las aportaciones iconoclastas e imaginísticas de las vanguardias, en el mejor anticipo y resumen de lo que sería y sigue siendo la poesía contemporánea. El artificio y el preciosismo que hicieron falta para rescatar a la poesía del desaliño romántico y del prosaísmo realista acabaron sedimentándose con el paso del tiempo, para transfigurarse en la conciencia de una vocación artística y literaria de carácter gremial, donde la justa obsesión por la perfección formal, con la fugaz y parcial excepción de la escritura automática de algunas vanguardias, sigue siendo la principal marca de unidad del gremio, tan atomizado en el resto de sus manifestaciones.

En su momento, quizá la mayor contribución de Cantos fue la disolución de la maniquea polémica entre modernistas y antimodernistas, que descansaba sobre todo en la reductora identificación entre modernismo y esteticismo, y que obviamente se quedó sin argumentos ante poemas como los dos «Nocturno(s)» o «Lo fatal». Con poemas así, tan diferentes también de los que añadió a la segunda edición de Prosas, Darío sorprendió a propios y extraños y volvió a obligar a todos a afilar sus plumas y a reajustar sus lecturas. De nuevo, Darío preparó el camino para aquellos poetas más avisados que, como Jiménez, los Machado, Lugones o Nervo, vieron pronto que las innovaciones más ruidosas de Azul... y Prosas eran tan necesarias como pasajeras, y que el lenguaje poético, ya definitivamente distinto al del siglo xix y completamente permeado por la sensibilidad nueva, se había convertido con Cantos en un instrumento individualizable y personal, perfectamente apto para cantar lo épico y lo lírico, lo solemne y lo cotidiano, lo serio y lo lúdico. En este sentido, Cantos fue una nueva clarinada de Darío, como lo habían sido Azul... y Prosas profanas, sólo que ahora ese giro iba a salvarle de quedar momificado en su primera revolución e iba a generar los cauces para el arribo de la nueva poesía del xx, también de las vanguardias.


Cantos y Juan Ramón Jiménez

En un trabajo previo creo haber probado que la apariencia caótica y desorganizada de Cantos, uno de los tópicos más repetidos acerca del libro, es sólo eso, aparente, y que para entender no sólo su unidad y organización sino también su contenido, habría que echar mano necesariamente de la participación de Juan Ramón Jiménez en el proceso de edición del poemario (2). En el mismo artículo se llamaba la atención sobre algunos errores y malentendidos repetidos frecuentemente por los comentaristas de Darío. Lo que sigue a continuación es en parte una breve recapitulación de las conclusiones de aquel trabajo y en parte una nueva serie de sugerencias que pueden ayudar a leer Cantos de manera diferente, principalmente de forma unificada y contextualizada en su mundo personal y político-social más inmediato, para compensar así los comentarios impresionistas y atomizados que dominan en su bibliografía.

1) Como es sabido, el título completo e inicial del libro fue Cantos de vida y esperanza. Los Cisnes y Otros poemas, que se correspondía con las tres secciones que lo formaban: «Cantos de vida y esperanza», «Los Cisnes» y «Otros poemas» (3). Que tal era la intención de los editores queda reforzado también por el hecho de que ese título no aparezca como tal hasta el momento mismo de la edición, frente a otras variantes que sí lo hicieron en la correspondencia previa entre Darío y Jiménez y que nunca fueron tripartitas. Es decir, aunque al reeditar o nombrar el libro se tienda a eliminar los dos sintagmas finales por razones de brevedad, esto conlleva el arriesgado trasvase de los semas de ese título ('cantos', 'vida', 'esperanza') al resto de los poemas del libro, lo cual resulta especialmente desacertado en el caso de la tercera sección, cuyos poemas pocas veces pueden definirse como «cantos a la vida y a la esperanza». El mismo Darío llamó la atención sobre este contraste, al comentar el poemario en su Historia de mis libros (1913), cuando ya el paso del tiempo había hecho universal la versión simplificada del título y en una afirmación en la que parece rebajar intencionalmente la proporción numérica de los poemas pesimistas: «El título -Cantos de vida y esperanza [sic]- si corresponde en gran parte a lo contenido en el volumen, no se compadece con algunas notas de desaliento, de duda, o de temor a lo desconocido, al más allá» (4). En puridad, pues, la versión simplificada del título debería reservarse para las primeras catorce composiciones, vertebradas en torno a ese optimismo esperanzador que realmente domina de la primera sección, parcialmente en la segunda y sólo ocasionalmente en la tercera. No deja de ser paradójico que sigamos adscribiendo a ese epígrafe poemas como «A Phocás», «Melancolía», «Augurios», «De otoño» o «Thánatos», que son los que Darío debía tener en mente cuando, un poco más adelante, también en Historia de mis libros afirmaba que «quizá [había] demasiada desesperanza en algunas partes» (Darío, 1950, p. 219).

2) Esta distribución tripartita del título y del libro es singular por ser nueva y única en el conjunto de los poemarios darianos, pero, sobre todo, por ser la habitual en el Jiménez de esos años, que la emplea en Arias tristes (1903), Jardines lejanos (1904), Pastorales (1905-1911), Elegías (1908) y La soledad sonora (1908). Así, Jardines lejanos se reparte en las secciones «Jardines galantes», «Jardines místicos» y «Jardines dolientes» y, por su lado, Elegías lo hace en «Elegías puras», «Elegías intermedias» y «Elegías lamentables». Aunque los otros dos poemarios de Jiménez presentan ese mismo esquema, menciono Jardines y Elegías porque los títulos de sus secciones evidencian la analogía que puede notarse con Cantos, por su variación de tonos y presencia de momentos de transición entre los extremos, pues, como luego se verá, «Los Cisnes» funciona como un momento de mediación entre «Cantos de vida y esperanza» y «Otros poemas». En otras palabras y como en el caso de esos poemarios de Jiménez, Cantos tendría en esa intención de abarcar y ordenar la gama emocional que va de lo esperanzando a lo angustioso uno de sus elementos estructuradores y unificadores (5).

3) Es casi seguro que la inclusión de poemas hispánicos que tanto se han utilizado para reivindicar a un Darío social y político, distinto del esteta de Azul... y Prosas, se deba precisamente a la iniciativa de Juan Ramón, y sea también una decisión de última hora. Primero porque en la correspondencia previa a la edición del libro, Darío nunca muestra la intención de hacer de Cantos un poemario hispánico, y sí, sin embargo, la de aprovecharlo para mostrar su mundo interior, despojado de parnasianismos, para mostrar aquel mundo que, según Darío, Rodó no había logrado ver en Prosas profanas. Por otro lado, porque el poema introductorio («Yo soy aquel...», publicado originalmente en Alma española en 1904 bajo el título de «Cantos de vida y esperanza», no contiene ninguna mención al tema hispánico, y es sobre todo un retrato interior, un poema personal, entre biográfico y metapoético, sin alusiones políticas o sociales directas. Pedro Salinas dijo que este poema «prólogo» [sic] contenía «de todo: confesiones sobre la vida, explicaciones de la obra, doctrina de estética y moral, recuerdo y programa, soluciones y enigma» (6). Habría que añadir que de todo menos, precisamente, la carga cívica e hispánica que acaba siendo una de las notas principales del libro. Resulta entonces un poco extraño que «Yo soy aquel...», que en el supuesto contrario habría sido concebido como poema de presentación general y que en esa primera sección acabó apareciendo rodeado de poemas hispanistas publicados antes, después y simultáneamente a él, no hiciera mención alguna a esos intereses cívicos del poeta (7). Es lógico, pues, suponer que este poema y las composiciones hispánicas pertenezcan a motivaciones editoriales distintas en su origen. Todo esto se complementaría con el deseo de «españolizar» a Darío que se aprecia en los combativos escritos de Jiménez de esas fechas -y de otros como Unamuno o González Blanco-, seguramente para fortalecer sus posiciones en la «lucha modernista», y con la nada casual existencia de un proyecto juanramoniano titulado «Rubén Darío español», que incluiría principalmente todos los poemas hispánicos de Cantos, además de algunos de Prosas y de otros poemarios, todos ellos anteriores o muy cercanos a la fecha de 1905 (8). Quizá así se pueda entender por qué en el prefacio de Cantos el tema político aparece sólo mencionado al final, ocupando un espacio desproporcionadamente pequeño si lo comparamos con el número de poemas hispánicos del libro, y que, por el contrario, Darío dedique mucho más lugar a las reivindicaciones propiamente literarias. Quizá así se explique también el tono cercano a la disculpa que parece envolver esa afirmación del «Prefacio» y también el tono de sorpresa que parece existir en su recuerdo en Historia de mis libros. En el prefacio escribía: «Si en estos cantos hay política, es porque aparece universal. Y si encontráis versos a un presidente, es porque son un clamor continental (...). De todas maneras mi protesta queda escrita sobre las alas de los inmaculados cisnes, tan ilustres como Júpiter.» En Historia de mis libros: «Hay, como he dicho, mucho hispanismo en este libro mío» (subrayado mío). Podemos preguntarnos entonces qué es lo que exactamente quiere decir Darío con ese mucho, cuando ni en su correspondencia con Juan Ramón, ni en el prefacio al libro, había prestado tanta atención a ese motivo. ¿Mera profusión? ¿Lo adecuado al momento histórico? ¿Demasiado? ¿Una cantidad «inesperada» para el mismo autor?

4) La acumulación en la primera sección de poemas metaliterarios o de motivo de reflexión artística, como «Torres de Dios», «Salutación a Leonardo», «Pegaso» o «Helios», y por el contrario, su casi ausencia en las otras dos, hacen pensar que su agrupación no es casual y que los editores le dieron prioridad también a esta línea temática, queriendo convertir parcialmente esa sección en una especie de manifiesto literario. En este sentido, «Cantos de vida y esperanza» sería una sección un poco menos acorde a los deseos de interiorismo que Darío pretendía en su correspondencia, y más propia del tono belicoso y militante de la «lucha modernista», y en concreto de los escritos del Juan Ramón de esos años, especialmente el Juan Ramón de Helios (1903-1904).

5) La sección «Los Cisnes», dedicada a Jiménez, sería una especie de síntesis de todo el libro y, también, una muestra de las prioridades temáticas que parecen guiar a los editores, con el hispanismo esperanzado del primer poema, el enigma de la muerte del segundo -son esas fechas en que tanto Jiménez como Darío se apesadumbran y obsesionan con la muerte- y el erotismo en las dos composiciones finales. Así, «Los Cisnes» puede entenderse como una mediación entre las otras dos secciones, pues si la primera de ellas es la que contiene los poemas esperanzados, la tercera es la que acumula los fatalistas y, sobre todo, los eróticos, que están completamente ausentes en la primera.

(6) Pasando a algunos poemas concretos:

-«Yo soy aquel...»: Por la cantidad de veces que se ha repetido esta afirmación, también en ediciones recientes y hasta el punto de dar lugar a artículos apoyados enteramente en esta asunción, hay que recordar de nuevo que este primer poema -sin título en el libro- no está dedicado a José Enrique Rodó, ni en su aparición original en la revista Alma española (enero de1904) , ni en las tres primeras ediciones del poemario, todas ellas en vida del poeta (1905, 1907 y 1911). Lo que sí está dedicado al uruguayo es el conjunto de la primera sección, de la misma forma que la segunda sección está dedicada en su conjunto a Juan Ramón y la tercera al nicaragüense Adolfo Altamirano (9). Hemos de pensar que si la dedicatoria a Rodó se ha impreso a menudo a la cabeza del poema ha sido sobre todo por razones de economía editorial. Es más, si nos atenemos a los documentos, la correspondencia de Darío no vincularía a Rodó y Cantos hasta diciembre de 1904, casi un año después de la primera aparición del poema y en un contexto que parece referirse más bien a composiciones como «Lo fatal» u «Oh miseria» (Jiménez, p. 115). Obviamente, esto no elimina la latente presencia del uruguayo de Cantos, a quien Darío dedicó seguramente esa sección con verdadero agradecimiento y quizá para compensar la omisión de su nombre al pie de su famoso estudio sobre Prosas profanas, que había sido elegido por Darío para presentar la segunda edición del libro. Afirmado esto, cabe admitir al mismo tiempo que los juicios de Rodó enfatizando el parnasianismo interior de Prosas se encuentren en efecto detrás de algunos de los versos más famosos de «Yo soy aquel» («En mi jardín se vio una estatua bella; / Se juzgó mármol y era carne viva; / Un alma joven habitaba en ella, / Sentimental, sensible, sensitiva») y posiblemente detrás también de la dedicatoria general del libro («A Nicaragua / A la República Argentina»), pues también Rodó había sentenciado aquello de que Darío no era el poeta de América.

-«Helios»: su caso es un poco diferente, pues los normal es que los comentaristas le hayan buscado un simbolismo solar o una relación con Apolo, y sin que esto deje de ser posible y hasta probable («"Helios" proclama el idealismo y siempre la omnipotencia infinita», diría Darío en Historia de mis libros), me temo que su título y su origen también tienen que ver más con el de la revista Helios, que Jiménez publicó junto con Gregorio Martínez Sierra y otros desde abril de 1903 a mayo de 1904. En ella habían aparecido un par de poemas de Cantos («A Roosevelt» y «Un soneto a Cervantes») y ella había sido sobre todo objeto más de un caluroso elogio de parte de Darío, en un tono tan exultante como el del poema (Jiménez, pp. 96-98).

-«Marcha triunfal»: este poema, que tantas veces se ha interpretado como una simple fanfarria o como una afortunada muestra de las innovaciones métricas de Darío, y que por ello aparecería como desubicado o fuera de lugar en este poemario interior y cívico, sería, por el contrario, en su espíritu triunfante, la lógica culminación del tono esperanzado y a menudo eufórico de los poemas de la primera sección. Representa la confianza en la victoria de las luchas literarias, existenciales y étnicas que se han ido proponiendo a lo largo de la sección y se convierte, por tanto, en un poema clave para entender las intenciones de esa parte del libro. Y, si se quiere forzar un poco más esta interpretación y en el contexto de las polémicas literarias de entonces, sería un lógico poema de desafío en la «lucha modernista» en que se hallaban inmersos tanto Darío como Jiménez.

-«El verso sutil»: el manuscrito del poema consiste en una hoja doblada en dos partes, con cuatro estrofas en una y dos en la otra. Lo más llamativo es que de acuerdo a la posición del guarismo 'X', que como en otros manuscritos de Cantos estaría a la cabeza del poema, el primer verso del mismo sería el que comienza «Rosa de dolor, gracia femenina» y no el que le da título. En la misma dirección apunta la ubicación de la cuarta estrofa del poema («Oh, saber amar...»), que en el manuscrito aparece redactada en uno de los márgenes, como si fuera la última estrofa.

7) Entre algunos poemas o versos de Cantos y entre algunos poemas y versos de Juan Ramón existen semejanzas intertextuales que pueden llegar a producir cierto desasosiego a algunos devotos de Darío, pues muchos de los textos de Jiménez están datados como anteriores a los del nicaragüense y en este sentido podrían leerse como un reflejo de las hondas lecturas que Darío hizo del moguereño, como una especie de invertida «anxiety of influence» del «maestro» por el «discípulo» (cfr. Jiménez, pp. 97 y ss.). En el trabajo citado expuse ya las semejanzas entre algunos versos de «Yo soy aquel» -precisamente los referidos a la famosa «sagrada selva»- y uno de los poemas de Arias tristes, el libro de Jiménez de 1903 y que sabemos recibido y leído efectivamente por Darío casi de manera simultánea a la aparición de «Yo soy aquel» (Jiménez, p. 103). En el mismo lugar se comparaban también los versos del segundo «Nocturno» de Darío con la «Introducción» a los «Nocturnos» de Arias tristes, y los de «Carne, celeste carne» con algunos de Ninfeas (1900) y Jardines lejanos (1904). A todos ellos y al resto de los recordados entonces, puede añadirse ahora el «Glosario» del primer número de Helios (1903), seguramente redactado por Juan Ramón, que inevitablemente nos trae a la memoria algunos versos finales de la «Letanía de Nuestro Señor don Quijote» (1905). Compárese: «De la aptitud multiforme, líbranos, ¡Oh Belleza! / De las ideas fáciles, líbranos» («Glosario»). Y: «De las epidemias de horribles blasfemias / De las Academias, / Líbranos, señor /... / Del puñal con gracia, / ¡Líbranos, señor!» («Letanía») ¿Como entender estas proximidades? ¿Como simple Zeitgeist o, más bien, como un resultado de las entusiastas lecturas que Darío hizo de Helios donde, por maligna coincidencia, apareció el otro poema cervantino que publicó en Cantos?

8) Y, finalmente, otra maligna y curiosa coincidencia: la palabra final del segundo verso de la «Salutación a Leonardo» es «extirpe» en su primera aparición (Almanaque Peuser, 1900), «estirpe» en la edición de 1905, «extirpe» de nuevo en las ediciones de 1907 y 1911. ¿Cómo entender esta variante?, ya que sólo la versión al cuidado de Jiménez lleva la grafía inapropiada ¿Como un simple descuido ortográfico? ¿Como una travesura más de los duendes de la imprenta? ¿Como un lapsus calami de Juan Ramón, aunque entonces no empleara todavía su peculiar ortografía? ¿Fue esa rectificación llevada a cabo por la misma mano que cambió la palabra 'agotan' que aparecía en la primera edición, en «Los Cisnes» (I), siguiendo al manuscrito, por la palabra 'agostan' de la segunda y la tercera ediciones? ¿Fue también la misma que cambio el 'a dónde' de «Lo fatal» de 1905 por el 'adónde' de 1907 y 1911? ¿Son estas rectificaciones posteriores de Darío en las ediciones de Cantos que ya preparó sin la cooperación de Juan Ramón o, simplemente, «iniciativas» de los impresores de cada una de las ediciones?

La unidad de Cantos

Obviamente, mis observaciones no persiguen lo que sería absurdo (eliminar a Darío del proceso de la edición de Cantos) pero sí reivindicar la trascendencia de la intervención de Juan Ramón en la organización del libro, intervención que vuelve a sacar a la palestra las polémicas fronteras entre el autor y el editor de un texto. En cualquier caso, sigo creyendo que Juan Ramón es la principal causa y explicación de que a Cantos se le pueda leer efectivamente como un todo orgánico y cuidadosamente organizado, al estilo de sus propios libros y dentro también de las posibilidades que le ofrecía un conjunto de originales tan heterogéneo como este. Esa unidad estructural se habría conseguido mediante la concurrencia de recursos organizativos de diversa índole, tanto temáticos como formales, según era el gusto de Jiménez (10). En primer lugar, mediante la ubicación al inicio del libro de un poema esencialmente liminar -la presentación de la voz poética del libro («Yo soy aquel»)- y, al final, de un poema que condensa y sintetiza de forma definitiva la filosofía más fatalista del autor, poema después del cual sólo cabe el silencio. Fuera Darío, Jiménez o los dos los responsables últimos de esa ubicación, lo cierto es que Darío la consideró definitiva y al mismo tiempo unificadora, como lo muestra la ausencia de adiciones a las ediciones subsiguientes de Cantos -al contrario de lo ocurrido con Azul... y Prosas profanas- y la ubicación de ambos poemas también al comienzo y al final de la antología en tres volúmenes que el nicaragüense preparó para la editorial Corona en 1914, donde «Yo soy aquel» llevaba también el título liminar de «Preludio» (11). En segundo lugar hay que notar la unidad interna de cada sección, que obviamente ha de entenderse en el contexto total del libro. La primera, como ya se ha dicho, por empezar con un poema liminar, ir manteniendo el tono exultante y esperanzado en una alternancia de poemas metapoéticos, existenciales y cívicos para al final culminar en el éxtasis absoluto de la «Marcha triunfal». El segundo, por comenzar con el cisne esperanzado e hispánico, conectando así con la primera sección, continuar con un cisne existencial que mira a la muerte con una esperanza no exenta de incertidumbre, y concluir con los cisnes eróticos que enlazarían así con el erotismo exclusivo de la tercera sección. En la tercera la heterogeneidad es un poco mayor, pero, como la primera, comienza también con un poema-retrato, en este caso de asunto hispánico, y concluye con «Lo fatal», dibujando así, si se quiere, una trayectoria descendente o inversa a la de la primera sección, produciendo en este sentido la unidad en la variedad tonal que Jiménez buscaba en sus libros. Ese comienzo de la tercera sección con un poema hispánico no parece casual, si se tiene en cuenta lo que ya dije acerca de ellos y que el resto de poemas con asuntos semejantes se distribuyen de modo más o menos regular a lo largo de la sección. Se nota también una alternancia, que tampoco parece casual, de poemas de versos largos y poemas de versos cortos (tomo como frontera el decasílabo) y que parece haber llegado hasta donde permitieron los materiales disponibles (12). Creo que ha quedado clara también la existencia de una jerarquización temática, pues aparte de lo obvio que fue alojar los poemas optimistas en la primera sección y los trágicos y desesperanzados en la tercera, está claro también que los metapoéticos sólo se dan en la primera y los eróticos en la tercera y en los momentos de transición de la segunda, produciendo así un orden en parte inverso a Prosas profanas, con composiciones como «Era un aire suave» o «Divagación» al inicio del poemario. Esta orientación temática es prioritaria sobre la cronológica, que nunca parece desempeñar una función relevante y que por ello anularía las diferencias diacrónicas de los poemas, en favor por tanto de la unidad sincrónica del libro, cerrado así sobre él mismo. Por su lado, en su origen, los poemas hispánicos son en general poemas de circunstancias, es decir, escritos por motivos políticos o cívicos puntuales o de ocasión, siendo esta una de sus principales diferencias con los poemas interiorizantes del libro, que en su mayoría no vieron la luz hasta su publicación en el volumen. Así ocurre con la «Salutación al optimista», que fue redactada para un sesión de la Liga Hispanoamericana de Madrid, con la oda «A Roosevelt», al poco de la intervención estadounidense en Panamá, o con la «Letanía de Nuestro Señor Don Quijote», escrita para una celebración organizada por el Ateneo de Madrid. Quiere decir esto -de nuevo- que en su origen no dan la impresión de estar pensados para formar parte de un libro, y que por tanto hemos de contextualizarlos primero en el pensamiento panlatinista en que se movían Darío y tantos otros intelectuales latinoamericanos y europeos, sobre todo después de la derrota de 1898. Por ello se entiende que muchos de esos poemas aparecieran publicados antes de 1905 y en revistas que se movían precisamente en esas coordenadas (13). Por eso mismo llama más la atención su abundancia dentro de Cantos y por eso hemos de pensar que su distribución más o menos regular a lo largo del poemario corresponda al deseo de los editores de hacer de ellos otro elemento unificador, no sólo en el nivel temático sino también organizativo (14). Y, finalmente, tendríamos la presencia del devenir temporal como elemento configurador del mundo anímico de Cantos, un momento algo más profundo y personal y donde, por lo tanto, no hace falta tener presente a Jiménez. Con la excepción de los poemas más antiguos del libro -que numéricamente son una minoría y sirven bien para resaltar la intensa temporalidad del los otros- el resto de Cantos se halla declarado por una voz poética que se concibe principalmente en su radical y fundante temporalidad, al modo casi del homo viator medieval o el ser en el tiempo de Heidegger («Yo soy aquel que ayer...»; cursivas mías). Y esta conciencia del devenir temporal, que al comentar Cantos se ha aplicado preferentemente a los poemas autobiográficos o fatalistas (el paso del tiempo que acerca angustiosamente a la muerte y amarga el amor carnal), sirve también y de modo especial para los poemas esperanzados, pues como ya vio Pieper, esperanza y desesperanza son las dos actitudes recíprocas y esenciales con las que cada persona define su conciencia de sujeto histórico y su inserción en el tiempo (15). Quiere decir esto que el optimismo de la primera sección de Cantos y el fatalismo de la tercera son caras de una misma moneda, de un mismo y único Darío, de un mismo y único libro. En él conviven así armonizados el las esperanzas religiosas y étnicas y las agonías existenciales o eróticas, la «gran alba futura» de la raza latina en la «Salutación del optimista» y el «horror de sentirse pasajero» del primer «Nocturno». Ambos son otra cima y otro abismo de Darío, y otra manifestación del complejo de Jano que le tocó vivir al Modernismo, ubicado en un momento de crisis que le hacía mirar hacia varios lados al mismo tiempo sin conseguir casi nunca conciliar las contradictorias percepciones que recibía. Darío fue, de nuevo, una de las síntesis más trágicas y ejemplares.

J. M. M.-THE UNIVERSITY OF TEXAS-PAN AMERICAN        


NOTAS

(1)        Andrés González Blanco, «Estudio preliminar», en Rubén Darío, Obras escogidas, Madrid, Hernando, 1910, vol. I, p. xcii.

(2)        Me refiero a «Para leer Cantos de vida y esperanza», recogido en José M. Martínez, Rubén Darío. Addenda, Palencia, Cálamo, 2000, pp. 29-55, y que debe verse como una lectura complementaria de lo que aquí voy a comentar.

(3)        Tanto en la primera edición de 1905 como la segunda de 1907, el título completo aparece escrito en mayúsculas, aunque de cuatro tamaños diferentes, y con una disposición tipográfica que no hace sino resaltar ese carácter autónomo de cada sección: CANTOS / DE VIDA Y ESPERANZA / LOS CISNES Y OTROS POEMAS. Como tal, el título abarcador de Cantos de vida y esperanza para el total del libro no se da hasta la tercera edición, la de 1911.

(4)        Rubén Darío, Obras Completas, Madrid, Afrodisio Aguado, 1950, vol. I, p. 217.

(5)        Paralelamente, cabe recordar que la ordenación de todo un poemario mediante la numeración corrida y en guarismos romanos es excepcional en Darío, que sólo lo usa en Rimas, Abrojos, ambos de 1887, y, por el contrario, lo normal y acostumbrado por el Jiménez de esas fechas.

(6)        Pedro Salinas, La poesía de Rubén Darío, Buenos Aires, Losada, 1968, p. 257.

(7)        Para la datación de los poemas, cfr. Rubén Darío, Poesías Completas, ed. de Alfonso Méndez Plancarte, Madrid, Aguilar, 1967; Poesía, ed. de Ernesto Mejía Sánchez, Caracas, Ayacucho, 1970, y Azul... Cantos de vida y esperanza, ed. de José M. Martínez, Madrid, Cátedra, 2000.

(8)        Cfr. Juan Ramón Jiménez, Mi Rubén Darío, ed. de Antonio Sánchez Romeralo, Moguer, Fundación Juan Ramón Jiménez, 1990, pp. 47- 83.

(9)        Y aquí hay que recordar de nuevo los paralelismos con los libros de Jiménez de los años 1903 a 1905 (Arias tristes, Jardines lejanos, Pastorales), que siguen el mismo esquema en sus dedicatorias, es decir, una dedicatoria general de todo el libro y luego una distinta para cada una de las tres secciones (cfr. Martínez, pp. 40-41).

(10)      Dejo ahora aparte los componentes unificantes propiamente paratextuales, tanto el título como la dedicatoria general y el prefacio. Acerca de esa diversidad de recursos en la labor editorial de Jiménez, cfr. Martínez, «Para leer..., loc. cit., pp. 37-38.

(11)      Cfr. Rubén Darío, Y una sed de ilusiones infinita, ed. de Alberto Acereda, Barcelona, Lumen, 2000. En favor de la intervención de Jiménez en esa ubicación hay que decir que el manuscrito de «Lo fatal» lleva una anotación a su cabeza donde se lee «otros p. -final-» [sic] y cuya caligrafía se parece mucho más a la del moguereño que a la de Darío. El manuscrito del poema es uno de los que Jiménez entregó a la Biblioteca del Congreso, en Washington.

12)      Cfr. Martínez, «Para leer...», loc. cit., p. 37.

(13)      Por ejemplo la «Salutación del optimista» apareció primero en la Revista Hispano Americana, «Al rey Oscar» y «Trébol» lo hicieron en La Ilustración Española y Americana y «A Roosevelt» o «Un soneto a Cervantes» en Helios, revista que también participaba de esas intenciones políticas y culturales Acerca del panlatinismo, cfr. Lily Litvak, España 1900, Barcelona, Anthropos, pp. 155-200. Para el caso de Helios, cfr. María Pilar Celma, Literatura y periodismo en las revista del Fin de Siglo. Estudio e índices (1888-1907), Madrid, Júcar, 1991, pp. 88.

(14)      Puede, si no, considerarse la distribución de los poemas que Darío califica de hispanistas en Historia de mis libros y notar que no tienden a concentrarse en una sección concreta del poemario sino a lo largo de todo él: «Hay, como he dicho, mucho hispanismo en este libro mío. Ya haga su salutación el optimista, ya me dirija al rey Oscar de Suecia, o celebre la aparición de Cyrano en España, o me dirija al presidente Roosevelt, o celebre el Cisne, o evoque anónimas figuras de pasadas centurias, o haga hablar a D. Diego de Silva Velázquez [sic] y a D. Luis de Argote y Góngora, o a Cervantes, o a Goya, o escriba la «Letanía de Nuestro Señor Don Quijote» (p. 217).

(15)      Josef Pieper, Hope and History, San Francisco, Ignatius Press, 1994.

 
 
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