INSULA La conducta de escribir (Una lectura de Chantal Maillard).Número 695. Noviembre 04
 
 


MIGUEL CASADO / LA CONDUCTA DE ESCRIBIR
( UNA LECTURA DE CHANTAL MAILLARD )



El nuevo libro de Chantal Maillard reúne dos poemas distintos: más extenso y complejo el primero, Matar a Platón; una concentrada propuesta formal y emotiva el segundo, Escribir.

La escritura y el dolor

Escribir se construye en el diálogo de dos elementos: el que da nombre al poema, la escritura, y, a modo de antagonista, el dolor; ambos se confrontan en una suerte de letanía, una estructura salmódica cuyo ritmo y tensión sugieren un espacio de plegaria y rito, de acompañamiento, consuelo y conjuro. En el diálogo así mantenido, el «dolor» viene a formularse como pregunta, para la que «escribir» sería respuesta y acción. Es el dolor sufrimiento moral y físico, insinuación tal vez de la muerte detrás de lo cotidiano; su entidad aparece comprensiva y abarcadora, más que abstracta, pues el poema tiene el poder de evocar una larga cadena de situaciones reales apenas con dos palabras en cada caso.

«Escribir» funciona como término sintético, concentración de vida que pretende afirmarse; supone tanto un programa como un inventario, la sugerencia de una crónica elidida tanto como un gesto en bruto del deseo. Escribir se manifiesta cura, desahogo, rebelión, reducto de resistencia existencial. Aunque, merced a su nexo con el dolor, se asocia a un estado crítico, a un haz de circunstancias sentidas como extremas, tiene la capacidad de abrirse a una auto-reflexión en la que quepan el valor de la palabra y también la conciencia de sus limitaciones. Y, según se avanza, brota de ahí una tensión creciente de disidencia que quisiera desembocar de modo directo en las cosas mismas: «que estallen los cristales de mis manos / que abran ojos en las letras». Cuando termina el poema, la energía rítmica sugiere, sin límite, una lectura circular, empezar de nuevo.

Una única realidad que se bifurca

Quizá subyace a Matar a Platón —la primera parte del libro— un diálogo semejante y un mismo agudo deseo de realidad; pero el planteamiento del poema resulta muy diferente. Los primeros versos de Matar a Platón suenan con notable desnudez enunciativa: «Un hombre es aplastado. / En este instante. / Ahora.» Y, por si la frase pudiera tener una lectura figurada, en seguida se añade: «hay carne reventada, hay vísceras…». Se trata, pues, de un accidente mortal, la interrupción súbita que constituye el acontecimiento por excelencia; y se trata también de la radicalidad de un presente sin duración que, con su deixis — este instante— inscribe todo ello en el mundo. Luego el poema se hace descriptivo, como queriendo situar, junto a ese tiempo, un espacio material con un nombrar naturalista —vísceras, líquidos, restos confusos…

La escena, abordada en una tercera persona narrativa, se convierte en el foco a que obsesivamente volverán los versos; mientras, en la parte inferior de la página, en otra tipografía, como subtítulos de una película, aparecen dos líneas escritas en primera persona y con otro tono: «Tuerzo la esquina. Apresuro el paso. Se hace / tarde y aún no he almorzado»: la sensación inicial es que podría tratarse de la misma persona que narraba arriba, que se tratase de una única realidad que se bifurca, entre la atención a lo imprevisto y la exigencia de los hábitos para mantener su rutina. Sin embargo, el contraste entre ambas voces, su carga asimétrica de sentido, pone alerta, invita también a una lectura escindida. La sequedad del lenguaje y el ritmo se abren, así, a una suerte de espesor que no parecía caber en la primera apariencia de crónica.

El acontecimiento y el instante coinciden; pero el poema no dura un instante, sino que va desarrollándose como análisis y, con ello, propiciando formas de desajuste en la primitiva coincidencia. Así, el planteamiento descriptivo-narrativo va poco a poco añadiendo pequeños datos de la situación y recogiendo mínimas anécdotas, luego llegan nuevos espectadores que también atraen la mirada. Aunque el cadáver sigue siendo el foco central de la imagen, la atención requerida por los detalles y la serie de asociaciones que puede establecerse a partir de ellos va generando también un movimiento centrífugo, de dispersión. Una niña agarrada de la mano del cadáver y la duda de cómo se soltará. Una media negra que cae de una ventana. Una mujer que grita. Un perro.

La realidad aparece como superposición de hechos ajenos entre sí, que entran en contacto de manera aleatoria y producen puntos de vista móviles y múltiples. Toda posibilidad de sentido depende del punto de vista; por ejemplo, a una madre que sale a su balcón no le importa el cadáver, pero sí que su hijo no mire; o, cuando la media negra cae sobre un cartel que anuncia La muerte de un viajante de comercio, a alguien se le podría ocurrir que el rótulo correspondiera a la escena que se relata. Se ha introducido de este modo una distancia irreversible: el instante de conmoción ha dado paso a un derramarse que ya no puede regresar al principio, sino a través de la obsesión o de la voluntad. El propio carácter de lo real ha creado un espacio supletorio de hechos y palabras en que se fragmenta. Chantal Maillard va sugiriendo este proceso con delgadez y sutileza admirables.

El mecanismo de apertura que reconstruye el texto desvela así, con la misma nitidez de la voz poética, el tipo de consistencia de lo real : "en ese instante está el universo entero, / en superficie, el universo en extensión, / como una enorme trama". Y, así, no deberá extrañarnos que la narradora de los subtítulos se encuentre con un amigo que le habla de que está escribiendo Matar a Platón. El artificio del libro dentro del libro se integra en este sonido estereofónico, refracción de las voces en una complejidad de puntos de vista. Es la estricta reflexión: la palabra que se refleja a sí misma como forma de pensarse y, a la vez, de existir, de anudarse en la trama del mundo.

Una síntesis de lenguajes

Así, tanto en los subtítulos como en el cuerpo del poema, hay un amplio espacio para pensar el estatuto de la poesía misma, considerando este análisis inseparable de la escritura; lo anticipaba la autora en Benarés: «ya no sabemos mirar afuera sin dar el rodeo por ese falso adentro que es la mente. Por eso el afuera nunca ocurre dentro tal como se presenta y es necesario recurrir a la filosofía de la representación» (1). De este modo, la obra de Chantal Maillard va avanzando a la vez que se piensa a sí misma; una lectura crítica podría limitarse a citar frases suyas, desplazándolas, confrontándolas, probándolas en diferentes contextos. En Matar a Platón, como en Benarés o Filosofía en los días críticos (2), se opera una síntesis de lenguajes: poéticos, especulativos, descriptivos, teóricos…, estableciéndose un lugar compartido donde todos ellos se potencian y se interrogan.

El curso del poema no distingue entonces géneros de habla ni niveles de referencia: puede preguntarse por la oportunidad de una expresión o puede el narrador decir de un personaje: «estoy a medio verso de ella». El espacio real y el discursivo parecen confundirse y, como consecuencia, compartir un único modo de ser: el de un encadenamiento incesante que no conoce fondo ni tope. A la pregunta de poética: «¿Es poesía el verso que describe / fríamente aquello que acontece?», la prolonga otra que cuestiona el conocimiento de lo real: «Pero ¿qué es lo que acontece?»; mientras el uso común de la lengua crece en una red de sobrentendidos y falsas convicciones, aquí, en cambio, se percibe el retroceso imparable de la palabra y la realidad cuando se pretende alguna clase de fijeza: todo va girando en un circuito cerrado, cuyo principio y fin, sin embargo, no llegan a tocarse.

Chantal Maillard ha querido recoger este movimiento incluso en lo estructural, cuando al final de los subtítulos sugiere que aquel autor de un Matar a Platón será tal vez el hombre atropellado. Como en el memorable modelo para armar (3) cortazariano, todo se mueve de un modo a la vez acorde y desajustado, todo retorna siempre para nunca coincidir del mismo modo. Mientras la duda socava el propio acontecimiento, el poema va intentando seguir el curso de hechos y palabras, levantando acta de ese deslizarse nítido e incierto, que simula detenerse pero nunca se fija.

La obra de Chantal Maillard va tejiéndose según esta lógica; así, en cada punto de ese deslizamiento están convocados los otros, cada punto es un cruce en que se puede optar por una u otra dirección. Podrían considerarse las consecuencias de todo ello para un debate sobre la identidad; o comprobar el modo en que el ensayo La razón estética (4) lleva una poética y una fenomenología del deslizamiento a armar un discurso filosófico de conjunto; o preguntarse por los nexos y las diferencias entre este flujo y la concepción de raíz oriental que, en libros de poemas anteriores como Hainuwele o La otra orilla (5), se negaba a oponer muerte y vida: «No es triste morir: es solamente el dedo del invierno reconociendo los cuerpos que se duermen.»

Describir un acontecimiento

Buena parte de Matar a Platón se consagra a la descripción y el análisis de los puntos de vista entrecruzados sobre el cadáver; con tonos a veces satíricos, otras con agudas metáforas, la poeta va poniendo de manifiesto mecanismos de defensa (la delegación de responsabilidad, el sentimiento de culpa…) que tratan de acogerse a un orden, a una normalidad, para no caer en la incontrolable corriente de la vida, donde también quedarían cuestionados los límites de cada individuo, pues «lo real acontece / en lo abierto».

El llamativo título del poema, Matar a Platón, arraiga en esta concepción de apertura. Ya en Filosofía en los días críticos había algunos fragmentos (por ejemplo, 34 o 53) que proponían una reflexión sobre el acontecimiento basada en un rechazo del platonismo; para Chantal Maillard, los modelos universales, las ideas y conceptos, componen un sistema de apariencias, de significados endurecidos, ajeno a la realidad. En cambio, «el accidente hace al ente, no la esencia» (6).

Matar a Platón, el poema, reivindica claramente este mismo espacio. Explicita que su título se debe a que «describe un acontecimiento», y más adelante: «un acontecimiento, / al contrario que una idea, / nunca puede ser definido», o también: «Platón desterró a los artistas por temor a que / mostraran que lo-que-ocurre / no tiene correlato ideal.» Las tres citas no sólo enlazan esta escritura a la de otros libros, sino que perfilan el papel que a éste de ahora corresponde dentro del lugar compartido por todos: el poema —mejor que otra clase de texto— puede mostrar cómo circula la red de lo real; a través de sus variaciones, de sus plurales modos de asociar, de su recurso a niveles múltiples, de su constitutiva apertura, puede mostrar el modo en que el acontecimiento se centrifuga en vida. La propia forma del poema se convierte en conducta: «ser o no ser no es la cuestión, / la cuestión es saber deslizarse sin miedo / entre las superficies». Y, así, trasladado al campo de los actos, podría insertarse en el diálogo de Escribir, con el que empezaba, como otra de sus respuestas.

M. C.—ESCRITOR Y CRÍTICO LITERARIO

FICHA
Chantal MAILLARD: Matar a Platón, seguido de Escribir. Barcelona, Tusquets, 2004.

NOTAS

(1) Chantal Maillard, Benarés, Málaga, Árbol de Poe, col. «El bocado de Bárbara», 2001, p. 9.

(2) C. Maillard, Filosofía en los días críticos. Diarios 1996-1998, Pre-Textos, Valencia, 2001.

(3) Cfr. Julio Cortázar, 62. Modelo para armar, Barcelona, Edhasa, 1979 (2.ª ed.).

(4) C. Maillard, La razón estética, Barcelona, Laertes, 1998.

(5) C. Maillard, Hainuwele, Lucena, Las 4 estaciones, 2001 (2.ª ed. corregida). Y: La otra orilla, Sevilla, Qüasyeditorial, 1990.

(6) Op. cit., p. 41.

 
 
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